Dios nunca había sido representado en imágenes, ya que era incorpóreo y sin rostro. Pero dado que ahora Dios fue visto en la carne y vivió entre los hombres, represento lo que es visible en Dios.
Y, al adorar el icono, no adoro la materia, sino al Creador de la materia, quien me hizo materia y se dignó a vivir en la materia y realizar mi salvación a través de la materia.
Por tanto, no dejaré de venerar el asunto por el cual vino mi salvación. Pero no la adoro en absoluto como a Dios. ¿Cómo podría ser Dios, el que recibió existencia del no ser? Pero también venero y respeto todo el resto del material que me brindó la salvación, mientras está lleno de energías y gracias santas.
¿No es acaso la madera de la Cruz tres veces santa? ¿Y la tinta y el libro más sagrado de los evangelios no importan? ¿No es asunto el altar salvador que nos da el pan de vida? Y, en primer lugar, ¿no son importantes la Carne y la Sangre de mi Señor?
Debes suprimir el carácter sagrado de todo esto, o debes otorgar a la tradición de la Iglesia la veneración de las imágenes de Dios y de los amigos de Dios, que son santificados por su nombre, y por eso están habitados por la gracia del Espíritu Santo. Por tanto, no ofendas la materia: no es despreciable, porque nada de lo que Dios ha hecho es despreciable.
La belleza y el color de las imágenes estimulan mi oración. Es una fiesta para mis ojos, tanto como el espectáculo de la pradera impulsa mi corazón a dar gloria a Dios.
João Damasceno, Discurso sobre las imágenes 1, 10.16.27
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¡Dios, ilumina mi fe y caridad! ¡Dios, ilumina y bendice las buenas obras e ideas!
¡Que en todo sea Dios glorificado! ¡+Pax!
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