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©Pablo Felipe Pérez Goyry

31 de diciembre de 2010

¡Atención!: “¡la voz de su amo” nos invade! - Por Federico Mayor Zaragoza

¡Atención!: “¡la voz de su amo” nos invade!

Por Federico Mayor Zaragoza
Fundación Cultura de Paz

Federico Mayor Zaragoza - Premio Nobel de la Paz

CNN+ también “absorbido”. ¡Ojo!...

El poder mediático está resultando uno de los tentáculos más peligrosos del “gran dominio”: especulación, “calificaciones” interesadas, sesgadas, tanto en economía como en educación, uniformización … y, lo peor, difundir informaciones que no reflejan la realidad sino la ideología del “amo”. Y cada vez vemos a los mismos “amos” acaparar mayor número de medios.

La televisión, prensa… ofrecen, en general, una peligrosísima información parcial y partidista a una ciudadanía que, también en general, está desorientada porque, con buena voluntad, acepta las noticias que recibe.

La televisión, por ejemplo: en España hemos asistido en los últimos meses a la “absorción” de la “Cuatro”… y ahora de la CNN+! Con excepción de la TV pública, la objetividad de la televisión está evolucionando como en Italia o en los Estados Unidos…

Lo mismo sucede con la prensa. Incluso periódicos tradicionalmente “independientes” son ahora “globales”.

Reaccionemos y fomentemos la autonomía de los medios de comunicación. Es fundamental para una democracia genuina. El poder ciudadano no puede seguir impasible, indiferente. Es escandaloso ver la fidelidad de los medios a sus “patrocinadores”, normalmente con miras electorales.

Las excepciones son cada vez más escasas. Aquellos ciudadanos –insisto en ello- que leen diarios o ven canales de televisión absolutamente carentes de objetividad, “desenfocados”… se instalan permanentemente en la mentira.

Necesitamos, tenemos derecho a una información veraz. “En época de mentiras, contar la verdad es un acto revolucionario”, escribió Georges Orwell. Pues bien: por un mañana mejor, pensando en las generaciones venideras, en la voz que les debemos, tenemos que iniciar la “revolución pacífica” de decir la verdad, de tener acceso a una información que refleje rigurosamente lo que sucede, que nos permita analizar y comparar.

Recuerdo en este punto, por cierto, un refrán francés que dice: “Al analizar, nos desolamos. Al comparar, nos consolamos”.

¿Seguiremos de espectadores impasibles? ¿Hasta cuándo?

En un excelente discurso, el 28 de octubre pasado, decía el excelente periodista Ignacio Ramonet: “Con unos grandes conglomerados de comunicación de talla continental y hasta planetaria quieren convertir el periodismo en un entretenimiento domesticado, en una aborrecible simplificación de la realidad. Lo importante se diluye en lo trivial y el sensacionalismo sustituye a la explicación. El periodista debe reafirmar su rabiosa voluntad de saber y comprender para poder transmitir”.

Este es el periodismo que hoy reclamamos y exigimos. O lo tenemos, o dejaremos de adquirir las publicaciones y los productos que se anuncian en canales de televisión “dependientes”.

El poder ciudadano no tardará en manifestarse.
Foto: Internet

30 de diciembre de 2010

Los deseos, los sueños - Por Yoani Sánchez

Los deseos, los sueños
Por Yoani Sánchez
Yoani.Sanchez@gmail.com
Generación Y




Yoani Sánchez

El 24 de diciembre me levanté tecleando en mi teléfono móvil algunos deseos, breves vaticinios de lo que 2011 podría traernos a los que habitamos sobre esta Isla. Después de lanzar varios textos en 140 caracteres hacia Twitter, se me ocurrió pedirles a mis amigos y conocidos que me enviaran sus propias esperanzas y yo me comprometía a catapultarlas al ciberespacio. En apenas un par de horas la bandeja de entrada de mi Motorola colapsó, de tantos pronósticos y expectativas que generan en nosotros los próximos doce meses. Curiosamente, una palabra se repetía en la mayoría de estos mensajes, la escurridiza “libertad” copaba con sus ocho letras una buena parte de los sms que me llegaron en las vísperas de Navidad.

Por eso, quiero en estos últimos días de 2010 colgar en Generación Y mi propio concepto de libertad. En estas imágenes, filmadas por un par de jóvenes cineastas alemanas, se resume mi relación con ese concepto ausente de nuestra vida, pero no de nuestras aspiraciones.

* El video es un fragmento del filme “Soy Libre” que aún está en proceso de edición, dirigido por Andrea Roggon de Alemania
Foto: Internet

29 de diciembre de 2010

Adiós al racionamiento - Por Yoani Sánchez

Adiós al racionamiento
Por Yoani Sánchez
Generación Y

Cada día que pasa nos acerca al nuevo año, y con ello crece la alarma sobre el recorte de empleos y la disminución de subsidios que enfrentaremos en los próximos meses. La frase de “seguir bordeando el precipicio”, que utilizó Raúl Castro en su último discurso, no tiene visos de metáfora sino de dolorosa realidad. Dentro de las asistencias sociales que serán eliminadas, está el llamado mercado racionado que distribuye una pequeña cuota mensual de productos para cada ciudadano. Nadie puede sobrevivir comiendo solamente lo que anotan en su “libreta de racionamiento”, documento más importante aquí que el propio carnet de identidad. Sin embargo, los bajísimos salarios y los altos precios de los otros mercados existentes en el país hacen que la supresión de esta subvención sea dramática y extremadamente controvertida.

No sólo es un apoyo básico y magro, sino que se comporta como el alpiste que justifica la jaula. Siempre que la crítica eleva su tono y la inconformidad empieza a señalar al sistema, salen los oficialistas a recordarnos que el gobierno gasta millones al año para proveernos de un poco de frijoles, un paquete de café cada treinta días y ese trozo de mortadela que nutre más el humor popular que los estómagos. Así ha sido durante más de cuarenta años, desde que se instauró el mercado normado, en un momento en que mis padres pensaron en que iba a ser algo temporal, una medida transitoria hasta que la economía planificada y centralizada comenzara a rendir frutos. Con apenas unos días de nacida, inscribieron mi nombre en el registro de consumidores y veinte años después yo tuve que anotar a mi propio hijo en la misma lista. El racionamiento pasó a ser así algo inherente a nuestras vidas, de ahí que tantos no sepan si reír o si llorar ante la noticia de su final.

Todos estamos conscientes de que mantener la “libreta” resulta insostenible para la economía nacional, pero pocos se imaginan la vida sin ella. Por si las cosas, en nuestra casa, hemos decidido poner a buen recaudo el menudo librito de hojas cuadriculadas que nos han entregado para 2011, pues si resultara ser realmente el último con toda seguridad se convertirá en un documento histórico. Quienes defienden su eliminación inmediata aseguran que eso significará la colocación automática de toneladas de mercancías en venta libre, lo que se supone provocará un bajón de los precios en el mercado no regulado por el estado. Pero, quizás el cambio más importante puede ocurrir en la mentalidad de las personas, cuando sientan que la pequeña porción de alpiste ya no está siendo colocada en el interior de la jaula, cuando comiencen a sentir la presión real de cada uno de los barrotes.
Foto: Internet

24 de diciembre de 2010

Feliz Navidad y Próspero Año 2011


Feliz Navidad y Próspero Año 2011

Estimados, Amigos... Feliz Navidad y Próspero Añoo 2011, y no les falte salud, amor y paz...

Abrazo, afectos y los mejores pensamientos, para que Dios y el Universo bendigan a ustedes, familiares y amigos... con su luz y sabiduría; con su amor y misericordia, con su paz y alegría.

Namasté.

Pablo Felipe Pérez Goyry
Gestor, Editor y Analista Sociopolítico Independiente 'Proyecto Contextus'
Premio de Periodismo 'Orden José María Heredia-INPL 2008'
http://www.livestream.com/contextusradiovideo
http://contextusradiovideo.blogspot.com/
http://contextuspablofeliperezg.blogspot.com/

Foto: Internet

23 de diciembre de 2010

¡Indígnese usted! - Por Federico Mayor Zaragoza

¡Indígnese usted!

Por Federico Mayor Zaragoza
Fundación Cultura de Paz

Stéphane Hessel acaba de publicar un librito -excelente idea para la difusión de mensajes de gran calado- en el que nos invita a no resignarnos, a indignarnos.

Ya lo ven: la colección está dedicada a "los que caminan a contraviento", nombre que se dió a los Omahas, pueblo indio de Norteamérica cercano a los Sioux.

Stéphane Hessel, a los 93 años, en su "última etapa", reclama, volviendo a sus raíces, un compromiso público de resistencia, de defender la dignidad humana en todo momento, de no ser testigos impasibles y adormecidos.

"Necesitamos, hoy más que nunca, los principios y valores que nos guiaron y debemos velar juntos para que nuestra sociedad no abdique de los mismos". Y menciona el tratamiento a los inmigrantes, los logros de la seguridad social, el inmenso peligro de unos medios de comunicación en manos de los más acaudados...

Y sigue: es imprescindible "la instauración de una verdadera democracia social y económica, en la que los intereses particulares se subordinen al interés general”... y se asegure la “libertad de prensa, su labor de independencia en relación al Estado, los poderes económicos y las influencias extranjeras"...

Si hay una persona con autoridad moral para hacer estas reflexiones y ser escuchado es Stéphane Hessel, el único co-redactor de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que vive, lúcido, que nos llama, por el apremio de los años y las circunstancias actuales, a la "insurrección pacífica". ¿Fue él quizás quien en el 2º párrafo del preámbulo de la Declaración Universal escribió que los seres humanos pueden verse "compelidos" a la rebelión?"

"La indiferencia, advierte, es la peor de las actitudes". Debemos reaccionar.

Liberado a última hora de los campos de concentración de Duchenwald y Dora, Hessel nos da la lección suprema de su imparcialidad cuando confiesa que su "principal indignación la constituyen hoy Palestina, la Banda de Gaza, Cisjordania... donde el ejército israelí ha actuado de manera absolutamente condenable: 1.400 muertos del lado palestino frente a 50 heridos del israelí... Que los judíos perpetren crímenes de guerra es inadmisible", concluye.

Y añade: "Estoy convencido de que el porvenir pertenece a la no-violencia, a la conciliación entre culturas distintas".

“A quienes construirán el siglo XXI les digo con gran afecto: crear y resistir. Resistir es crear".

Al acabar de leer estos mensajes tan oportunos, he pensado en la sabiduría de mi madre, que me aconsejaba descansar lo justo y dormir lo imprescindible para aprovechar el misterio de la vida, cuando a finales de los años 40 (tenía yo 16) me recomendaba: "Si quieres ser feliz, no aceptes nunca lo que consideres inaceptable".

Sí: ¡indignémonos!

"No tengamos tanta paciencia", decía José Saramago.

Gracias, Stéphane Hessel: ojalá viva todavía cuando se inicie la insumisión pacífica que preconiza.

Aunque, esté donde esté entonces, sentirá la brisa de nuestra gratitud.
Foto: Internet

21 de diciembre de 2010

Tania es mucha Tania - Por Yoani Sánchez

Tania es mucha Tania
Por Yoani Sánchez
Generación Y

Tania Brugera

Recuerdo muy bien aquella jornada de la Bienal de La Habana, en la que Tania Bruguera instaló un par de micrófonos para que cualquiera pudiera disfrutar de su minuto de libertad en el podio. Poco tiempo después, esta artista irreverente y universal se fue a Colombia y conmocionó a todos al repartir –a manera de performance– cocaína entre su público. En Cuba, nos regaló una dosis intensa de opinión sin mordazas; en Bogotá los contrastó a ellos con la evidencia de la droga, principio y fin de muchos problemas en esa nación. Las autoridades colombianas respondieron escandalizadas, pero al final aceptaron que el arte es así de transgresor. Sin embargo, a algunos de los que aquí participamos en El susurro de Tatlin se nos sigue impidiendo entrar a un cine, a un teatro, a un concierto cualquiera.

Hace una semana supe que Tania –nuestra Tania– ha decidido fundar un partido de inmigrantes con sede en New York y Berlín. La nueva entidad está pensada para la defensa de esos que siendo niños llegaron a tierra norteamericana y hoy se sienten en peligro de deportación, pero también quiere enfocarse en los yugoslavos sin papeles que habitan en Madrid, los nigerianos que se esconden de la policía en París o los tamiles que falsean su pasaporte para quedarse en Zürich. Su nueva obra de arte-política se basa en aquellos a quienes los sueños personales, las estrecheces económicas, la guerra, la reunificación familiar o las desiguales condiciones de este mundo, los han empujado a instalarse como indocumentados en otro país.

Declaro que he tenido el impulso de militar en ese partido de inmigrantes, pues once millones de cubanos somos segregados en nuestra propia nación con trozos de territorio a los que no tenemos acceso, cruceros que surcan nuestras aguas sobre los que están prohibidos los pasaportes nacionales, tierras que se dan en 99 años de usufructo sólo a quienes pueden demostrar que no han nacido aquí y empresas mixtas para gente que habla con la “zeta” o dice “Madame” y “Monsieur”. Encima de eso, nos imponen fuertes restricciones para entrar y salir de nuestras fronteras, restricciones que evocan a la garita donde retienen a los ilegales en un aeropuerto. Hay momentos en que uno siente que nuestra nacionalidad es como una visa vencida, una tarjeta de residencia caducada, un permiso de estancia que cualquier día nos pueden revocar.
Foto: Nuria Curras

¡Basta! - Por Federico Mayor Zaragoza

¡Basta!
Por Federico Mayor Zaragoza
Federico Mayor Zaragoza

Federico Mayor Zaragoza - Nobel de la Paz

Ha llegado el momento de plantanse, de decir con serenidad y firmeza que la humanidad no puede seguir padeciendo los inacabables estertores de un sistema que ha desembocado en la gravísima y múltiple crisis actual (social, financiera, alimentaria, medioambiental, política, democrática, ética...).

Ha llegado el momento de la movilicización ciudadana frente al "gran dominio" (económico, energético, militar, mediático), de tal modo que se inicie sin demora la gran transición desde una economía de especulación y guerra (4.000 millones de dólares al día en armas y gastos militares al tiempo -no me cansaré en insistir en ello- que mueren de hambre más de 70.000 personas), a una economía de desarrollo global sostenible, que reduzca rápidamente los enormes desgarros y asimetrías sociales y el deterioro progresivo (que puede alcanzar límites irreversibles) del entorno ecológico.

Ha llegado el momento de impedir y sancionar el acoso que el "mercado", a través de conspicuas agencias de "calificación", ejerce sobre los políticos, "rescatadores" empobrecidos que deben aplicarse, a riesgo de hundimiento financiero, a recortar sus presupuestos. Los que preconizaban "menos Estado y más mercado", asegurando que se autorregularía y que se eliminarían los paraísos fiscales, deben rectificar públicamente y corregir los graves desperfectos ocasionados.

Ha llegado el momento de sustituir los grupos "plutocráticos" que iniciaron el Presidente Reagan y la Primer Ministro Tatcher, que han demostrado su total inoperancia, por unas Naciones Unidas fuertes dotadas de los recursos personales, técnicos y financieros que le permitan cumplir su alta misión (de seguridad internacional; de garante de los principios democráticos; de la libertad de expresión y de acceso a una información veraz; de acción coordinada para reducir el impacto de catástrofes naturales o provocadas; de atención medioambiental; de pautas de desarrollo social y económico oportunamente aplicadas)...

Ha llegado el momento de pasar de súbditos a ciudadanos plenos; de silenciosos a participativos; de espectadores a actores... ahora que las posibilidades de participación no presencial que ofrecen las modernas tecnologías de la comunicación lo permiten.

Ha llegado el momento, sobre todo, a través del ciberespacio de desentumecer nuestros cuerpos amilanados; de despertar en un nuevo día en que las riendas de nuestro destino común ya no estén en las mismas seculares manos.

La comunidad académica, científica, artítica, intelectual en suma, debe liderar este proceso que permitirá en menos de diez años llevar a cabo el "nuevo comienzo" que la Carta de la Tierra preconiza.

Ha llegado el momento de plantarse, de alzarse -como nos pidió José Ángel Valente en su verso-, de no cejar.

Ha llegado el momento.
Foto: Internet

11 de diciembre de 2010

Mario Vargas Llosa. Discurso del Nobel de Literatura 2010 ante la Academia Sueca


Mario Vargas Llosa. Discurso del Nobel de Literatura 2010 ante la Academia Sueca

Por Mario Vargas Llosa
Premio Nobel de Litaratura 2010

Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de viaje submarino, luchar junto a d’Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponla al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que lela pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.

Me gustaría que mi madre estuviera aquí, ella que solía emocionarse y llorar leyendo los poemas de Amado Nervo y de Pablo Neruda, y también el abuelo Pedro, de gran nariz y calva reluciente, que celebraba mis versos, y el tío Lucho que tanto me animó a volcarme en cuerpo y alma a escribir aunque la literatura, en aquel tiempo y lugar, alimentan tan mal a sus cultores. Toda la vida he tenido a mi lado gentes así, que me querían y alentaban, y me contagiaban su fe cuando dudaba. Gracias a ellos y sin duda, también, a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esta pasión, vicio y maravilla que es escribir, crear una vida paralela donde refugiarnos contra la adversidad, que vuelve natural lo extraordinario y extraordinario lo natural, disipa el caos, embellece lo feo, eterniza el instante y torna la muerte un espectáculo pasajero.

No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban los nuestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo. Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y una larga paciencia. Faulkner, que es la forma -la escritura y la estructura- lo que engrandece o empobrece los temas. Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann, que el número y la ambición son un imponentes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son, actos y que una novela una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.

Si convocara en este discurso a todos los escritores a los que debo algo o mucho sus sombras nos sumirían en la oscuridad. Son innumerables. Además de revelarme los secretos del oficio de contar, me hicieron explorar los abismos de lo humano, admirar sus hazañas y horrorizarme con sus desvaríos. Fueron los amigos más serviciales, los animadores de mi vocación, en cuyos libros descubrí que, aun en las peores circunstancias, hay esperanzas y que vale la pena vivir, aunque fuera sólo porque sin la vida no podríamos leer ni fantasear historias.

Algunas veces me pregunté si en países como el mío, con escasos lectores y tantos pobres, analfabetos e injusticias, donde la cultura era privilegio de tan pocos, escribir no era un lujo solipsista. Pero estas dudas nunca asfixiaron mi vocación y seguí siempre escribiendo, incluso en aquellos periodos en que los trabajos alimenticios absorbían casi todo mi tiempo. Creo que hice lo justo, pues, si para que la literatura florezca en una sociedad fuera requisito alcanzar primero la alta cultura, la libertad, la prosperidad y la justicia, ella no hubiera existido nunca. Por el contrario, gracias a la literatura. a las conciencias que formó. a los deseos y anhelos que inspiró, al desencanto de lo real con que volvemos del viaje a una bella Fantasía, la civilización es ahora menos cruel que cuando los contadores de cuentos comenzaron a humanizar la vida con sus fábulas. Seríamos peores de lo que somos sin los buenos libros que lentos, más conformistas, menos inquietos e insumisos y el espíritu crítico, mecer del progreso, ni siquiera existida. Igual que escribir, leer es protestar contra las insuficiencias de la vida. Quien busca en la ficción lo que no tiene, dice, sin necesidad de decirlo, ni siquiera saberlo, que la vida tal como es no nos basta para colmar nuestra sed de absoluto, fundamento de la condición humana, y que debería ser mejor. Inventamos las ficciones para poder vivir de alguna manera las muchas vidas que quisiéramos tener cuando apenas disponemos de una sola.

Sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología o una religión. Quienes dudan de que la literatura además de sumirnos en el sueño de la belleza y la felicidad, nos alerta contra toda formas de opresión, pregúntense por qué todos los regímenes empapados en controlar la conducta de los ciudadanos de la cuna a la tumba, la temen tanto que establecen sistemas de censura para reprimirla y vigilan con tanta suspicacia a los escritores independientes. Lo hacen porque saben el riesgo que corren dejando que la imaginación discurra por los libros, lo sediciosas que se vuelven las ficciones cuando el lector coteja la libertad que las hace posibles y que en ellas se ejerce, con el oscurantismo y el miedo que lo acechan en el mundo real. Lo quieran o no, lo sepan o no, los tabuladores, al inventar historias, propagan la insatisfacción, mostrando que el mundo está mal hecho, que la vida de la fantasía es más rica que la de la rutina cotidiana. Esa comprobación, si echa raíces en la sensibilidad y la conciencia, vuelve a los ciudadanos más difíciles de manipular, de aceptar las mentiras de quienes quisieran hacerles creer que, entre barrotes, inquisidores y carceleros viven más seguros y mejor.

La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendemos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan. Cuando la gran ballena blanca sepulta al capitán Ahab en el mar, se encoge el corazón de los lectores idénticamente en Tokio, Lima o Tombuctú. Cuando Emma Bovary se traga el arsénico. Anna Karenina se arroja al tren y Julien Sorel sube al patíbulo, y cuando, en El Sur, el urbano doctor Juan Dahlmann sale de aquella pulpería de la pampa a enfrentarse 31 cuchillo de un matón, o advertimos que todos los pobladores de Comala, el pueblo de Pedro Páramo, están muertos, el estremecimiento es semejante en el lector que adora a Buda, Confucio, Cristo, Alá o es un agnóstico, vista saco y corbata, chilaba, kimono o bombachas. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen entre hombres y mujeres la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez.

Como todas las épocas han tenido sus espantos, la nuestra es la de los fanáticos, la de los terroristas suicidas, antigua especie convencida de que matando se gana el paraíso, que la sangre de los inocentes lava las afrentas colectivas, corrige las injusticias e impone la verdad sobre las falsas creencias. Innumerables víctimas son inmoladas cada día en diversos lugares del mundo por quienes se sienten poseedores de verdades absolutas. Creíamos que, con el desplome de los imperios totalitarios, la convivencia, la paz, el pluralismo, los derechos humanos, se impondrían y el mundo dejaría atrás los holocaustos, genocidios, invasiones y guerras de exterminio. Nada de eso ha ocurrido. Nuevas formas de barbarie proliferan atizadas por el fanatismo y, con la multiplicación de armas de destrucción masiva, no se puede excluir que cualquier grupúsculo de enloquecidos redentores provoque un día un cataclismo nuclear. Hay que salirles al paso, enfrentarlos y derrotarlos. No son muchos, aunque el estruendo de sus crímenes retumbe por todo el planeta y nos abrumen de horror las pesadillas que provocan. No debemos dejarnos intimidar por quienes quisieran arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos la democracia liberal, que, con todas sus limitaciones, sigue significando el pluralismo politice, la convivencia, la tolerancia, los derechos humanos el respeto a la crítica, la legalidad, las elecciones libres, la alternancia en el poder, todo aquello que nos ha ido sacando de la vida feral y acercándonos -aunque nunca llegaremos a alcanzarla- a la hermosa y perfecta vida que finge la literatura, aquella que sólo inventándola, escribiéndola y leyéndola podemos merecer. Enfrentándonos a los fanáticos homicidas defendemos nuestro derecho a soñar y a hacer nuestros sueños realidad.

En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país. América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y el liberal que soy -que trato de ser- fue largo, difícil, y se llevó a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unión Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-Francois Revel, Isaiah Berlin y Karl Papper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de las sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.

De niño soñaba con llegar algún día a París porque, deslumbrado con la literatura francesa, creía que vivir allí y respirar el aire que respiraron Balzac, Stendhal, Baudelaire, Proust, me ayudaría a convertirme en un verdadero escritor, que si no salía del Perú sólo sería un seudo escritor de dial domingos y feriados. Y la verdad es que debo a Francia, a la cultura francesa, enseñanzas inolvidables, como que la literatura es tanto una vocación como una disciplina, un trabajo y una terquedad. Viví allí cuando Sartre y Camus estaban vivos y escribiendo, en los años de Ionesco, Beckett, Bataille y Cioran, del descubrimiento del teatro de Brecht y el cine de Ingmar Bergman, el TNP de Jean Vilar y el Odéon de Jean Louis Barrault, de la Nouvelle Vague y le Nouveau Roznan y los discursos, bellísimas piezas literarias, de André Malraux, y, tal vez, el espectáculo más teatral de la Europa de aquel tiempo, las conferencias de prensa y los truenos olímpicos del General de Gaulle. Pero, acaso, lo que más !e agradezco a Francia sea el descubrimiento de América Latina. Allí aprendí que el Perú era parte de una vasta comunidad a la que hermanaban la historia, la geografía, la problemática social y política, una cierta nunca de ser y la sabrosa lengua en que hablaba y escribía. Y que en esos mismos anos producía una literatura novedosa y pujante. Allí leí a Borges, a Octavio Paz. Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante, Rulfo, Onetti, Carpentier, Edwards, Donoso y muchos otros, cuyos escritos estaban revolucionando la narrativa en lengua española y gracias a los cuales Europa y buena parte del mundo descubrían que América Latina no era sólo el continente de los golpes de Estado, los caudillos de opereta, los guerrilleros barbudos y las maracas del mambo y el chachachá, sino también ideas, formas artísticas y fantasías literarias que trascendían lo pintoresco y hablaban un lenguaje universal.

De entonces a esta época, no sin tropiezos y resbalones, América Latina ha ido progresando, aunque, como decía el verso de César Vallejo, todavía Hay, hermanos, machismo que hacer. Padecemos menos dictaduras que antaño, sólo Cuba y su candidata a secundarla, Venezuela, y algunas seudo democracias populistas y payasas, como las de Bolivia y Nicaragua. Pero en el resto del continente, mal que mal la democracia está funcionando, apoyada en amplios consensos populares, y, por primera vez en nuestra historia, tenemos una izquierda y una derecha que, como en Brasil. Chile, Uruguay, Perú, Colombia, República Dominicana, México y casi todo Centroamérica, respetan la legalidad, la libertad de crítica, las elecciones y la renovación en el poder. Ése es el buen camino y, si persevera en él, combate la insidiosa corrupción y sigue integrándose al mundo. América Latina dejará por fin de ser el continente del futuro y pasará a serlo del presente.

Nunca me he sentido un extranjero en Europa, ni, en verdad, en ninguna parte. En todos los lugares donde he vivido, en París, en Londres, en Barcelona, en Madrid, en Berlín, en Washington. Nueva York. Brasil o la República Dominicana, me sentí en mi casa. Siempre he hallado una querencia donde podía vivir en paz y trabajando. aprender cosas, alentar ilusiones, encontrar amigos, buenas lecturas y temas para escribir. No me parece que haberme convenido, sin proponérmelo, en un ciudadano del mundo, haya debilitado eso que llaman “las raíces”, mis vínculos con mi propio país -lo que tampoco tendría mucha importancia-, porque, si así fuera, las experiencias peruanas no seguirían alimentándome como escritor y no asomarían siempre en mis historias, aun cuando éstas parezcan ocurrir muy lejos del Perú. Creo que vivir tanto tiempo fiera del país donde nací ha fortalecido más bien aquellos vínculos, añadiéndoles una perspectiva más lúcida, y la nostalgia, que sabe diferenciar lo adjetivo y lo sustancial y mantiene reverberando los recuerdos. El amor al país en que uno nació no puede ser obligatorio, sino, al igual que cualquier otro amor, un movimiento espontáneo del corazón, como el que une a los amantes, a padres e hijos, a los amigos entre sí.

Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación. y porque allí amé. Odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he techo siempre con todas las dictaduras, de cualquier índole, la de Pinocha, la de Fidel Castro, la de los talibanes en Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si -el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan- el Perú fiera víctima una vez vas de un golpe de Estado que aniquilan nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los denlas desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que urdan mucho en cerrar, envenenan su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de las generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas. Es lamentable que los gobiernos democráticos, en vez de dar el ejemplo, solidarizándose con quienes, como las Damas de Blanco en Cuba, los resistentes venezolanos, o Aung San Suu Kyi y Liu Xiaobo, que se enfrentan con remendad a las dictaduras que sufren, se muestren a menudo complacientes no con ellos sino con sus verdugos. Aquellos valientes, luchando por su libertad, también luchan por la nuestra.

Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de “Todas las sangres”. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevarnos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de tradiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nazca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores muscos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuelap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo¬cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y a lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y de que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación, a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el Aleph de Borges, es en pequeño formato el mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!

La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticada, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas criticas, pan ser justas, deben ser una autocritica. Porque, al independizamos de España, hace doscientos alas, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.

Quiero a España tanto como al Perú y mi deuda con ella es tan grande como el agradecimiento que le tengo. Si no hubiera sido por España jamás hubiera llegado a esta tribuna, ni a ser un escritor conocido, y tal vez, como tantos colegas desafortunados, andaría en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento acaso -triste consuelo- descubriría algún día la posteridad. En España se publicaron todos mis libros, recibí reconocimientos exagerados, amigos como Carlos Barral y Carmen Balcells y tantos otros se desvivieron porque mis historias tuvieran lectores. Y España me concedió una segunda nacionalidad cuando podía perder la mía. Jamás he sentido la menor incompatibilidad eme ser peruano y tener un pasaporte español porque siempre he sentido que España y el Perú son el anverso y el reverso de una misma cosa, y no sólo en mi pequeña persona, también en realidades esenciales como la historia, la lengua y la cultura.

De todos los años que he vivido en suelo español, recuerdo con fulgor los cinco que pasé en la querida Barcelona a comienzos de los años setenta. La dictadura de Franco estaba todavía en pie y aún fusilaba, pero era ya un fósil en hilachas, y, sobre todo en el campo de la cultura, incapaz de mantener los controles de antaño. Se abrían rendijas y resquicios que la censura no alcanzaba a parchar y por ellas la sociedad española absorbía nuevas ideas, libros, corrientes de pensamiento y valores y formas artísticas hasta encorares prohibidos por subversivos. Ninguna ciudad aprovechó tanto y mejor que Barcelona este comienzo de apeno ni vivió una efervescencia semejante en todos los campos de las ideas y la creación. Se convirtió en la capital cultural de España, el lugar donde fobia que estar para respirar el anticipo de la libertad que se vendría. Y, en cierto modo, fue también la capital cultural de América Latina por la cantidad de pintores, escritores, editores y artistas procedentes de los países latinoamericanos que allí se instalaron, o iban y venían a Barcelona, porque era donde había que estar si uno quería ser un poeta, novelista, pintor o compositor de nuestro tiempo. Pan mi, aquellos fueron unos años inolvidables de compañerismo, amistad, conspiraciones y fecundo trabajo intelectual. Igual que antes París, Barcelona fue una Torre de Babel, una ciudad cosmopolita y universal, donde en estimulante vivir y trabajar, y donde, por primera vez desde los tiempos de la perra civil, escritores españoles y latinoamericanos se mezclaron y fraternizaron, reconociéndose dueños de una misma tradición y aliados en una empresa común y una cenen: que el final de la dictadura cm inminente y que en la España democrática la cultura sería la protagonista principal.

Aunque no ocurrió así exactamente, la transición española de la dictadura a la democracia ha sido una de las mejores historias de los tiempos modernos, un ejemplo de cómo, cuando la sensatez y la racionalidad prevalecen y los adversarios políticos aparcan el sectarismo en favor del bien común, pueden ocurrir hechos tan prodigiosas como los de las novelas del realismo mágico. La transición española del autoritarismo a la libertad, del subdesarrollo a la prosperidad, de una sociedad de contrastes económicos y desigualdades tercermundistas a un país de clases medias, su integración a Europa y su adopción en pocos años de una cultura democrática, ha admirado al mundo entero y disparado la modernización de España. Ha sido para mí una experiencia emocionante y aleccionadora vivirla de muy cerca y a ratos desde dentro. Ojalá que los nacionalismos, plaga incurable del mundo moderno y también de España, no estropeen esta historia feliz.

Detesto toda forma de nacionalismo, ideología -o, más bien, religión- provinciana, de corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su seno prejuicios étnicos y racistas, pues conviene en valor supremo, en privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la casa de las peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la sangría actual del Medio Oriente. Nada ha contribuido tanto como el nacionalismo a que América Latina se haya balcanizado, ensangrentado en insensatas contiendas y litigios y derrochado astronómicos recursos en comprar armas en vez de construir escuelas, bibliotecas y hospitales.

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convienen en hitos de la memoria y escudos corea la soledad. La patria no son las banderas ni !os himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

El Perú es para mi una Arequipa donde nací pero nunca viví, una ciudad que mi madre, mis abuelos y mis dos me enseñaron a conocer a través de sus recuerdos y añoranzas, porque toda mi tribu familiar, como suelen hacer los arequipeños. se llevó siempre a la Ciudad Blanca con ella en su andariega existencia. Es la Piura del desierto, el algarrobo y el sufrido buenito, al que los piuranos de mi juventud llamaban “el pie ajeno” -lindo y triste apelativo-, donde descubrí que ro eran las cigüeñas las que traían los bebes al mundo sino que los fabricaban las parejas haciendo unas barbaridades que eran pecado mortal. Es el Colegio San Miguel y el Teatro Variedades donde por primera vez vi subir al escenario una obra escrita por mí. Es la esquina de Diego Ferré y Colón, en el Miraflores limeño -la llamábamos el Barrio Alegre-, donde cambié el pantalón cono por el largo, fumé mi primer cigarrillo, aprendí a bailar, a enamorar y a declararme a las chicas. Es la polvorienta y temblorosa redacción del diario La Crónica donde, a mis dieciséis años, velé mis primeras armas de periodista, oficio que, con la literatura, ha ocupado casi toda mi vida y me ha hecho, como los libros, vivir más, conocer mejor el mundo y frecuentar a gente de todas panes y de todos los registros, gente excelente, buena, mala y execrable. Es el Colegio Militar Leoncio Prado, donde aprendí que el Perú no era el pequeño reducto de clase media en el que yo había vivido hasta entonces confinado y protegido, sino un país grande, antiguo, coronado, desigual y sacudido por toda clase de tormentas sociales. Son las células clandestinas de Cahuide en las que con un puñado de sanmarquinos preparábamos la revolución mundial. Y el Perú son mis amigos y amigas del Movimiento Libertad con los que por tres años, entre las bombas, apagones y asesinatos del terrorismo, trabajamos en defensa de la democracia y la cultura de la libertad.

El Perú es Patricia, La prima de naricita respingada y carácter indomable con la que tuve la fortuna de casarme hace 45 años y que todavía soporta las manías, neurosis y rabietas que me ayudan a escribir. Sin ella mi vida se hubiera disuelto hace tiempo en un torbellino caótico y no hubieran nacido Alvaro, Gonzalo, Morgana ni los seis nietos que nos prolongan y alegran la existencia. Ella hace todo y todo lo hace bien. Resuelve los problemas, administra la economía, pone orden en el caos mantiene a raya a los periodistas y a los intrusos, defiende mi tiempo, decide las citas y los viajes, hace y deshace las malezas, y es tan generosa que, hasta cuándo cree que me riñe, me hace el mejor de los elogios: “Mario, para lo único que tú sirves es para escribir“.

Volvamos a la literatura. El paraíso de la infancia no es para mí un mito literario sino una realidad que viví y gocé en la gran casa familiar de tres patios. en Cochabamba, donde con mis primas y compañeros de colegio podíamos reproducir las historias de Tarzán y de Salgari, y en la Prefectura de Piura, en cuyos entretechos anidaban los murciélagos, sombras silentes que llenaban de misterio las noches estrelladas de esa tierra caliente. En esos años, escribir fue jugar un juego que me celebraba la familia, una gracia que me mercera aplausos, a mí, el nieto, el sobrino, el hijo sin papá, porque mi padre habla muerto y estaba en el cielo. Era un señor alto y buen mozo, de uniforme de marino, cuya foto engalanaba mi velador y a la que yo rezaba y besaba antes de dormir. Una mañana piurana, de la que todavía no creo haberme recobrado, mi madre me reveló que aquel caballero, en verdad, estaba vivo. Y que ese mismo día nos iríamos a vivir con él, a Lima. Yo tenía once años y. desde entonces, todo cambió. Perdí la inocencia y descubrí la soledad. la autoridad, la vida adulta y el miedo. Mi salvación fue leer, leer los buenos libros, refugiarme en esos mundos donde vivir era exaltante, intenso, una aventura tras otra, donde podía sentirme libre y volvía a ser feliz. Y fue escribir, a escondidas, como quien se entrega a un vicio inconfesable, a una pasión prohibida. La literatura dejó de ser un juego. Se volvió una manera de resistir la adversidad, de protestar, de rebelarme, de escapar a lo intolerable, mi razón de vivir. Desde entonces y hasta ahora. en todas las circunstancias en que me he sentido abatido o golpeado, a orillas de la desesperación, entregarme en cuerpo y alma a mi trabajo de tabulador ha sido la luz que señala la salida del túnel, la tabla de salvación que lleva al náufrago a la playa.

Aunque me cuesta mucho trabajo y me hace sudar la gota gorda, y, como todo escritor, siento a veces la amenaza de la parálisis de la sequía de la imaginación, nada me ha hecho gozar en la vida tanto como pasarme los meses y los años construyendo una histona, desde su incierto despuntar, esa imagen que la memoria almacenó de alguna experiencia vivida, que se volvió un desasosiego, un entusiasmo, un fantaseo que germinó luego en un proyecto y en la decisión de intentar convertir esa niebla agitada de fantasmas en una historia. “Escribir es una manen de vivir“, dijo Flaubert. Si, muy cierto, una manera de vivir con ilusión y alegría y un fuego chisporroteante en la cabeza, peleando con las palabras díscolas hasta amaestrarlas, explorando el ancho mundo corno un cazador en pos de presas codiciables para alimentar la ficción en ciernes y aplacar ese apetito voraz de toda historia que al crecer quisiera tragarse todas las historias. Llegar a sentir el vértigo al que nos conduce una novela en gestación, cuando una forma y parece empezar a vivir por cuenta propia, con personajes que se mueven, actúan, piensan, sienten y exigen respeto y consideración, a los que ya no es posible imponer arbitrariamente una conducta, ni privados de su libre albedrío sin matarlos sin que la historia pierda poder de persuasión es una experiencia que me sigue hechizando como la primera vez tan plena y vertiginosa como hacer el amor con la mujer amada dial semanas y meses, sin cesar.

Al hablar de la ficción, he hablado mucho de la novela y poco del teatro, otra de sus formas excelsas. Una gran injusticia, desde luego. El teatro fue mi primer amor, desde que, adolescente, vi en el Teatro Segura, de Lima. La muerte de un viajante, de Arthur Miller, espectáculo que me dejó traspasado de emoción y me precipitó a escribir un drama con incas. Si en la Lima de los cincuenta hubiera habido un movimiento teatral habría sido dramaturgo antes que novelista. No lo había y eso debió orientarme cada vez más hacia la narrativa. Pero mi amor por el teatro nunca cesó, dormitó acurrucado a la sombra de las novelas, como una tentación y una nostalgia sobre toda cuando veía alguna pieza subyugante. A fines de los setenta, el recuerdo pertinaz de una tía abuela centenaria, la Mamaé, que, en los últimos altos de su vida, cortó con la realidad circundante para refugiarse en los recuerdos y la ficción, me sugirió una historia. Y sentí, de manera fatídica, que aquella era una historia para el teatro que sólo sobre un escenario cobrarla la animación y el esplendor de las ficciones logradas. La escribí con el temblor excitado del principiante y gocé tanto viéndola en escena con Norma Meandro en el papel de la heroína, que, desde entonces entre novela y novela, ensayo y ensayo, he reincidido varias veces. Eso sí, nunca imaginé que a mis setenta años, me subirla (debería decir mejor me arrastrarla) a un escenario a actuar. Esa temeraria aventura me hizo vivir por primera vez en carne y hueso el milagro que es, para alguien que se ha pasado la vida escribiendo ficciones, encarnar por unas horas a un personaje de la fantasía. vivir la ficción delante de un público. Nunca podré agradecer bastante a mis queridos amigos, el director Joan 0llé y la actriz Aitana Sánchez Gijón, haberme animado a compartir con ellos esa fantástica experiencia (pese al pánico que la acompañó).

La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo. ros ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrirnos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera y gracias a ella desciframos al menos parcialmente, el jeroglífico que suele ser la existencia para la gran mayoría de los seres humanos, principalmente aquellos que alentamos iras dudas que certezas, y confesamos nuestra perplejidad ante temas como la trascendencia, el destino individual y colectivo, el alma, el sentido o el sinsentido de la historia, el más acá y el más allá del conocimiento racional.

Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, apenas diferentes todavía del animal, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, en noches hirvientes de amenazas -rayos, truenos, gruñidos de las fieras-, a inventar ilustrarlas y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comento la civilización, el largo transcurrir que poco a poco nos humanizaría y nos llevaría a inventar al individuo soberano y a desgajarlo de la tribu, la ciencia, las artes, el derecho, la libertad, a escrutar las encalas de La naturaleza, del cuerpo humano, del espacio y a viajar a las estrellas. Aquellos cuentos, fábulas, mitos, leyendas, que resonaron por primera vez como una música nueva ante auditorios intimidados por los misterios y peligros de un mundo donde todo era desconocido y peligroso, debieron ser un baño refrescante, un remanso para esos espíritus siempre en el quién vive, para los que existir quería decir apenas comer, guarecerse de los elementos, matar y fornicar. Desde que empezaron a soñar en colectividad, a compartir los sueños, incitados par los contadores de cuentos, dejaron de estar atados a la nona de la supervivencia, un remolino de quehaceres embrutecedores, y su vida se volvió sueño. goce, fantasía y un designio revolucionario: romper aquel confinamiento y cambiar y mejorar, una lucha para aplacar aquellos deseos y ambiciones que en ellos azuzaban las vidas figuradas, y la curiosidad por despejar las incógnitas de que estaba constelado su entorno.

Ese proceso nunca interrumpido se enriqueció cuando nació la escritura y las historias, además de escucharse, pudieron leerse y alcanzaron la permanencia que les confiere la literatura. Por eso, hay que repetirlo sin yegua hasta convencer de ello a las nuevas generaciones: la ficción es más que un entretenimiento, más que un ejercicio intelectual que aguza la sensibilidad y despierta el espíritu crítico. Es una necesidad imprescindible para que la civilización siga existiendo, renovándose y conservando en nosotros lo mejor de lo humano. Para que no retrocedamos a la barbarie de la incomunicación y la vida no se reduzca al pragmatismo de los especialistas que ven las cosas en profundidad pero ignoran lo que las rodea, precede y continúa. Para que no pasemos de servirnos de las máquinas que inventarnos a ser sus sirvientes y esclavos. Y porque un mundo sin literatura sería un mundo sin deseos ni ideales ni desacatos, un mundo de autómatas privados de lo que hace que el ser humano sea de veras humano: la capacidad de salir de sí mismo y mudarse en otro, en otros, modeladas con la arcilla de nuestros sueños.

De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la sida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad, hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenernos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentirnos terrenales y eternos a la vez la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están darás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible.

Estocolmo, 10 de diciembre del 2010

Foto: Internet

22 de septiembre de 2010

¿Perder la esperanza y alegría de vivir? - Por: Pablo Felipe Pérez Goyry

¿Perder la esperanza y alegría de vivir?

Por: Pablo Felipe Pérez Goyry
Editor y Analista Sociopolítico Independiente

A propósito de la actual Asamblea de la ONU, con presencia de los gobernantes de países miembros, este año se cumplen 10 de la plenaria que aprobó los "Objetivos de Desarrollo del Milenio", para abordar los problemas humanitarios más apremiantes. Estos objetivos (8) consisten, entre otros, en reducir -para el 2015- las enfermedades contagiosas, la pobreza y la falta de educación básica a la mitad de sus niveles en 1990.

Foto: AP Foto/Bullit Marquez
Si bien, hay datos alentadores, según el Banco Mundial no es suficiente, particularmente en África. El organismo internacional señala que: “Buena parte de Asia ha cumplido o está a punto de cumplir los objetivos. En China, cuya economía este año superó a la de Japón para convertirse oficialmente en la segunda mayor del mundo, la tasa de los que viven bajo la línea internacional de pobreza cayó del 60,2% en 1990 al 15,9% en 2005, y se proyecta que será del 5% en 2015. La economía de la India creció 8,8% en el segundo trimestre de este año, y no ha registrado éxitos tan espectaculares, pero la ONU dice que está encaminada a reducir su tasa de pobreza del 51% en 1990 al 24% en 2015. América Latina, cuya tasa de pobreza extrema era de 11% en 1990, está bien encaminada a reducirla al 5% en 2015. En cambio, el África subsahariana se quedará corta, puesto que se proyecta una tasa de pobreza del 38%, en 1990, era del 58%”.
Empero, aunque la tasa de pobreza se reduzca al 15% de la población del mundo en desarrollo para el 2015 -como proyecta la ONU-, aun quedarán 920 millones de personas en la hondura de la pobreza extrema.
Dice el refrán: “Sufre callando lo que no puedes remediar hablando”. Es decir, hay que ser mudo, ignaro y ciego para poder vagar a tiento por el mundo. Sin lugar a dudas, existen seres humanos que no hablan por miedo, son ignorantes, se hacen ciegos y cómplices de los que causan mayores males: la codicia y la indiferencia. Realidades de la miseria humana, que abruman a millones de personas que sólo les queda perder silenciosamente la vida porque han perdido la esperanza.
No abra solución a los graves problemas que abarrotan el alma de millones de personas, mientras exista la rapacidad perniciosa y el ocaso de valores morales. A estas alturas del siglo XXI, causa tristeza ver la ausencia de benevolencia y relaciones fraternales que debiera prevalecer en la convivencia humana.
¿Qué queda..., perder la esperanza, renunciar a la alegría de vivir y con ella la muerte del alma misma? He aquí la necesaria reflexión y la búsqueda de respuestas sustentadas en la ética, teniendo como fundamento que cada segundo muere una persona a causa de la pobreza extrema.
Definitivamente, es necesario aspirar a mejores resultados en los "Objetivos de Desarrollo del Milenio", y los líderes mundiales tienen una responsabilidad: alcanzar estos objetivos; sin desperdiciar esfuerzos en utopías que obstaculicen poder enfocar las acciones con sabiduría e intuición, que permita descubrir el porqué de los problemas y encontrar explicaciones que sustenten las propuestas de soluciones para combatir las enfermedades contagiosas, erradicar la pobreza y la falta de educación gratuita básica a la mitad de sus niveles de 1990. Una aspiración de las personas de buena voluntad y que es impostergable. Un sueño que, de materializarse, hará que florezcan la paz, la esperanza y la alegría de vivir para todos los seres humanos. Namasté.
Medellín, 22de septiembre de 2010.

20 de septiembre de 2010

Talvez yo envejezca...

Talvez yo envejezca...


Por: Aristóteles Onassis 

Talvez yo envejezca demasiado rápido.
Pero lucharé para que cada día haya valido la pena.

Talvez yo sufra inúmerables desilusiones en el correr de mi vida.
Pero haré que pierdan importancia ante los gestos de amor que encuentre.

Talvez yo no tenga fuerzas para realizar todos mis ideales.
Pero jamás me consideraré derrotado.

Talvez en algún instante yo sufra una terríble caída.
Pero no quedaré por mucho tiempo mirando hacia el suelo.

Talvez un dia el sol deje de brillar.
Pero entonces me iré a bañar en la lluvia.

Talvez un dia yo sufra alguna injusticia.
Pero jamas asumiré el papel de víctima.

Talvez yo tenga que enfrentar algunos enemigos.
Pero tendré humildad para aceptar las manos que se extiendan en dirección mia.

Talvez una de esas noches frias, yo derrame muchas lágrimas.
Pero no me avergonzaré por ese gesto.

Talvez sea engañado innumerables veces.
Pero no dejaré de creer que en algún lugar, alguien merece mi confianza.

Talvez con el tiempo yo perciba que cometí grandes errores.
Pero no desistiré de continuar mi camino.
Pero aprenderé que aquellos que realmente son mis verdaderos amigos, nunca estarán perdidos.

Talvez con el correr de los años yo pierda grandes amistades.
Pero continuaré plantando la semilla de la fraternidad por dondequiera que yo pase.

Talvez algunas personas deseen mal para mí.

Talvez yo quede triste al concluir que no consigo seguir el ritmo de la música.
Pero entonces, trataré que la música siga el compás de mis pasos.

Talvez yo nunca consiga ver un arcoiris.
Pero aprenderé a diseñar uno, auque solo sea dentro de mi corazón.

Talvez hoy yo me sienta débil.
Pero mañana recomenzaré de nuevo, aún si es de una manera diferente.

Talvez yo no aprenda todas las lecciones necesarias.
Pero tendré la conciencia que las verdaderas enseñanzas ya están grabadas en mi alma.

Talvez yo me deprima por no ser capaz de saber la letra de aquella música.
Pero quedaré feliz con las otras capacidades que poseo.

Talvez la voluntad de abandonar todo se vuelva mi compañera.
Pero en vez de huir, correré trás aquello que anhelo.

Talvez yo no tenga motivos para grandes celebraciones.
Pero no me dejaré de alegrar con las pequeñas conquistas.

Talvez yo no sea exactamente quien gustaría ser.
Pero pasaré a admirar quien soy.
Porque al final sabré que, aún con incontables dudas, soy capaz de construir una vida mejor.

“ todavía no llega el fin ”

Y si aún no me convencí de eso, es porque como dice aquel dicho :
Porque al final no habrá ningún “ talvez ” ,

pero sí la certeza. . .

. . . de que mi vida valió la pena y que yo hice lo mejor que podía ”.
Fotografía: Internet

18 de septiembre de 2010

A partir de hoy...

A partir de hoy...


A partir de hoy ...

Tu vida puede tomar uno de dos rumbos.

La unica manera de salir adelante en la vida es no culpar a los demas de lo que te sucede.

Tu eres el arquitecto de tu vida.

Y si la vida no te ha sido muy favorable hasta ahora, el futuro puede cambiar y depende especialmente de ti.

Si has tenido muchos fracasos, estas en una excelente posicion para comenzar una nueva vida, pues eres experto en conocer como no deben hacerse las cosas.

Cuando tu sabes que es lo errado, no lo repetiras en el futuro y te acercara cada vez mas al exito.

A partir de hoy tu vida puede tomar uno de dos rumbos. El exito o el fracaso. La felicidad o la infelicidad.

Es tu decision cual camino tomar y tienes igual oportunidad de seguir uno u otro sendero.

Tienes las mismas posibilidades para cualquiera de los dos.

La forma de tomar el sendero del triunfo es... ¡dejar de culpar a los demas!

Asumir tu propia responsabilidad y virar hacia una actitud mental positiva y constructiva.

Elimina los "si no fuera por...". "Si no fuera por mis padres yo habría hecho...", "si no fuera por este gobierno, yo estaría...", "si hubiera tenido dinero...", "si me consideraran en la oficina...",

Nada soluciona el culpar a los demas.

Si las cosas te sucedieron, es en gran parte tu responsabilidad.

Asumela y tu vida cambiara.
Foto: Internet

15 de septiembre de 2010

¡VIVA MÉXICO!

¡VIVA MÉXICO!



¡Felicitaciones al pueblo mexicano por las festividades del Bicentenario de la Independencia!  
¡Viva México!


Pablo Felipe Pérez Goyry 
Editor y Analista Socio-Político 
Proyecto Contextus Periodismo RadioVideo Digital

Fotografías: Internet

Proyecto Contextus Periodismo RadioVideo Digital

Una actitud positiva...

Una actitud positiva...

Una actitud positiva, ¿producirá siempre resultados positivos?

No, porque en tu camino siempre pueden interponerse circunstancias fuera de tu control. Entonces, ¿por qué hacer el esfuerzo de mantenerse en una actitud positiva?

Porque aunque a veces puedas sentirte muy limitado, tu mejor opción es estar, siempre, de la mejor manera posible.

Esto quiere decir mantenerte enfocado en las posibilidades y en hacer todo lo que esté a tu alcance para manifestarlas.

Habrá desilusiones, tenlo por seguro. Cuando ocurran, levántate rápidamente y vuelve rápido al juego.

Mantén tus ojos enfocados en la meta, ante cualquier contratiempo. Aunque pueda parecer que las circunstancias conspiran en tu contra, sigue avanzando.

La realidad puede ser dura. Y sin embargo, en medio de esa aspereza, cuando te resistes a dejarte vencer por ella, la vida es dulce.

Sé realista y a la vez, sé positivo. Es siempre la mejor opción.
Fotografía: Internet



Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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