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©Pablo Felipe Pérez Goyry

3 de enero de 2011

Respeto a la propiedad intelectual, con las facilidades debidas a los usuarios - Por Federico Mayor Zaragoza

Respeto a la propiedad intelectual, con las facilidades debidas a los usuarios

Por Federico Mayor Zaragoza
Fundación Cultura de Paz

Federico Mayor Zaragoza - Premio Nobel de la Paz

Sin creadores no habría usuarios. Debe quedar muy claro que es un tema en el que el respeto mutuo es imprescindible. Es preciso abordar estas cuestiones esenciales serenamente, expresando libremente cada uno sus puntos de vista, de tal modo que puedan llevar a un acuerdo, con la adopción de unas pautas que permitan el fomento de la creatividad, para deleite de los que escuchan, leen o ven el resultado de esta facultad distintiva de la especie humana, pilar y asidero espiritual que ahuyenta cualquier fatalismo, cualquier sentimiento de lo inexorable. En la “interacción eficiente” radica, precisamente, el fomento de la desmesura creadora de todo ser humano único. Nunca son todos espectadores o creadores. Todos somos creadores y espectadores a la vez. Todos debemos ser capaces de inventar nuestro propio rumbo, nuestra vida cotidiana, sin aceptar jamás que los sucesos sean ineluctables.

La propia Constitución de la UNESCO, organización intelectual del Sistema de las Naciones Unidas que he tenido el honor de dirigir durante varios años, menciona la propiedad intelectual como un bien común que debe protegerse para poder así, a través de una educación que libera y no somete, “elevar los baluartes de la paz en la mente de los hombres”. Y la Declaración Universal de los Derechos Humanos insiste en garantizar el cuidado extremo que todos debemos prestar a esta facultad exclusiva de la condición humana: pensar, imaginar, innovar, crear!

Es incoherente pagar por tantas cosas -tecnología incluida, en primer lugar- y luego rehusar contribuir, con cantidades relativamente módicas, a la actividad creadora (literaria, poética, musical, pictórica, discográfico, cinematográfico, fotográfico, artística en suma).

Los “derechos de reproducción” o copyright abonan las cantidades estipuladas, que deben ser razonables, a los creadores mientras viven y después, durante tiempos que dependen de la legislación de cada país, a los familiares y allegados, según las disposiciones adoptadas por el creador. A este respecto, propuse como Director General de la UNESCO que cuando una obra llega a ser de “dominio público”, momento en el que ya no produce rédito alguno, debería seguir devengando pequeñísimas cantidades para destinarse, recogidas en un fondo apropiado, a la ayuda y fomento de jóvenes creadores o de aquellos que, por la naturaleza de su obra, necesitan una especial consideración. ¿Se imaginan lo que representaría que cada reproducción de Mozart o de Goya o Cervantes… beneficiara a músicos, pintores o escritores de hoy?

No, no sería justo seguir pagando por el continente y no hacerlo por el contenido. La trasparencia por parte de todos es esencial para llegar rápidamente a una solución. Y discernir muy bien entre los intereses de los creadores y de la llamada “industria cultural”, que puede ir mucho más allá de lo adecuado a la actividad intelectual que se trata de respetar.

Conviene poner de manifiesto deficiencias y abusos en el uso de la red informática, sin que prime la tecnología sobre el talento. Los internautas son actores muy importantes hoy pero lo serán todavía más en el futuro: por eso es urgente que desde ahora se aborden con buen tino todos los aspectos del complejo mundo de la comunicación. Ninguna libertad debe coartarse.

Creadores, usuarios, operadores… hablando, alrededor de una mesa. Hablando se entiende la gente. Que todos reciban garantías en las cuestiones que les conciernen, con representaciones y arbitrajes bien establecidos, para que vean sus derechos respetados y haya muchísimos usuarios que fomenten en los demás y en ellos mismos su actividad creadora.

Francia ha puesto en marcha un órgano administrativo, la “Alta Autoridad de Difusión de Obras y Protección de Derechos en Internet” (HADOPI), para regular las “descargas”. Todo parece indicar que sería mejor hallar fórmulas menos “burocráticas”, que permitan la rápida movilización de los oportunos mecanismos de arbitraje y, en su caso, de la justicia.

Para resolver temas realmente relevantes, no valen hostigamientos ni actitudes de fuerza. La ofuscación no es buena consejera. En realidad, esta forma de reaccionar no sirve en caso alguno.

Promovamos todos la creatividad. Es la esperanza común, especialmente en tiempos de tantas brumas y turbulencias.
Foto: Internet

2 de enero de 2011

Un pasaporte, un salvoconducto - Por Yoani Sánchez

Un pasaporte, un salvoconducto
Por Yoani Sánchez
Generación Y

Tiene apenas treinta y dos páginas y una sobria cubierta azul. El pasaporte cubano parece más un salvoconducto que una identificación. Con él podemos saltarnos la insularidad, pero su tenencia tampoco garantiza que logremos tomar un avión. Vivimos en el único país del mundo donde para adquirir dicho documento de viaje hay que pagar en una moneda diferente a la que se reciben los salarios. Su costo de “cincuenta y cinco pesos convertibles” significa para un trabajador promedio guardar el sueldo íntegro de tres meses en aras de conseguir ese librito de filigrana y hojas numeradas.

Sin embargo, en este principio del siglo XXI ya no es tan inusual encontrar a un cubano con pasaporte, algo raro en los años setenta y ochenta, cuando sólo unos pocos elegidos podían mostrar uno. Nos volvimos un pueblo inmóvil y los pocos que salían iban en misión oficial o camino al exilio definitivo. Cruzar la barrera del mar era un premio para los fieles y la gran masa de los “no confiables” no podía ni soñar con dejar atrás el archipiélago. Afortunadamente, eso cambió gracias quizás al arribo de turistas que nos contagiaron la curiosidad por el afuera o por la caída del campo socialista que puso al gobierno ante la evidencia de que ya no podría regalarles “viaje de estímulos” a los más leales.

Ahora, en cuanto consiguen nacionalizarse en otro país, mis compatriotas respiran aliviados de contar con otro documento de identificación que les devuelva el sentido de pertenencia a algún lugar. Unas breves páginas, una carátula forrada en piel y el escudo de otra nación, pueden hacer la diferencia. Mientras, el librito azulado donde dice que nacieron en Cuba, queda escondido en la gaveta, a la espera de que algún día sea motivo de orgullo y no de pena.

*Aprovecho para contar que la oficina de Inmigración y extranjería mantiene retenido mi pasaporte desde mi última solicitud de permiso de salida. ¿Habré pasado a ser una indocumentada?
Foto: Generación Y


Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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