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©Pablo Felipe Pérez Goyry

29 de abril de 2011

Libia, lo justo y lo injusto - Por Ignacio Ramonet

Libia, lo justo y lo injusto: Doble moral de la intervención internacional




“Todos los pueblos del mundo
que han lidiado por la libertad
han exterminado al fin a sus tiranos”
Simón Bolívar

Por: Ignacio Ramonet
Director
Le Monde diplomatique, edición española.


Ignacio Ramonet
El silencio de los gobiernos progresistas latinoamericanos ante las revueltas árabes y el apoyo a Gadafi de algunos de sus líderes resulta sobrecogedor. Contrariamente a las guerras de Kosovo o de Irak, la intervención actual en Libia cuenta con el aval de Naciones Unidas. Lo que no implica que esté exenta de problemas ni de intereses ocultos.
Los insurgentes libios merecen la ayuda de todos los demócratas. El coronel Gadafi es indefendible. La coalición internacional que lo ataca carece de credibilidad. No se construye una democracia con bombas extranjeras. Por ser en parte contradictorias, estas cuatro evidencias nutren cierto malestar –en particular en el seno de la izquierda– con respecto a la operación “Odisea del Amanecer”, iniciada el pasado 19 de marzo.
La insurrección de las sociedades árabes constituye el mayor acontecimiento político internacional desde el derrumbe, en Europa, del socialismo autoritario de Estado en 1989. La caída del muro del Miedo en las autocracias árabes es el equivalente contemporáneo de la caída del Muro de Berlín. Un auténtico terremoto mundial. Por producirse en el área de mayores reservas de hidrocarburos del planeta y en el epicentro del “foco perturbador” del mundo (ese arco de todas las crisis que va de Pakistán al Sahara Occidental, pasando por Irán, Afganistán, Irak, Líbano, Palestina, Somalia, Sudán, Darfur y Sahel) su onda de expansión modifica la geopolítica internacional.
El pasado 14 de enero algo se rompió para siempre en el mundo árabe. Ese día, manifestantes tunecinos que desde hacía semanas reclamaban en las plazas libertad y democracia consiguieron derrocar al déspota Ben Alí. Comenzaba el deshielo de las viejas tiranías árabes. Un mes después, en Egipto, el corazón de la vida política árabe, un poderoso movimiento de protesta social expulsaba a su vez al general Hosni Mubarak del poder. Entonces, como si de repente hubieran descubierto que los regímenes autoritarios, de Marruecos a Bahrein, eran colosos con pies de barro, decenas de miles de ciudadanos árabes se lanzaron a las plazas gritando su infinito hartazgo de los ajustes sociales y las dictaduras (1).
La fuerza espontánea de estos vientos de libertad sorprendió a todas las cancillerías mundiales. Cuando comenzaron a soplar sobre las dictaduras aliadas de Occidente (en Túnez, Egipto, Marruecos, Jordania, Arabia Saudita, Bahrein, Irak, Yemen), las grandes capitales occidentales, empezando por Washington, Londres y París, se sumieron en un prudente mutismo, o alternaron declaraciones que revelaban su profundo malestar ante el riesgo de ver desaparecer a sus “amigos dictadores” (2).

Mutismo en América Latina

Mucho más sorprendente fue, durante esta primera fase (de mediados de diciembre a mediados de febrero), el silencio de los gobiernos progresistas de América Latina, considerados por toda una parte de la izquierda internacional como su principal referente contemporáneo. Una sorpresa tanto más grande puesto que estos gobiernos tienen mucho en común con el movimiento insurreccional árabe: llegaron al poder mediante las urnas, aupados por poderosos movimientos sociales (en Venezuela, Brasil, Uruguay y Paraguay) que, en varios países (Ecuador, Bolivia, Argentina), después de haber resistido a dictaduras militares, también derrocaron pacíficamente a gobernantes corruptos.
Inmediata debió haber sido allí la solidaridad con las insurrecciones árabes, réplicas de sus propios alzamientos cívicos. Pero no lo fue. Y eso que el carácter izquierdista del movimiento no ofrecía dudas. El conocido intelectual egipcio Samir Amin lo describe así: “Las principales fuerzas en movimiento durante los meses de enero y de febrero eran de izquierdas. Demostraron que tenían una resonancia popular gigantesca pues llegaron a movilizar a ¡más de quince millones de manifestantes en todo Egipto! Los jóvenes, los comunistas, fragmentos de las clases medias democráticas constituyeron la columna vertebral de ese movimiento” (3).
A pesar de ello, hubo que esperar al 14 de febrero –o sea tres días después de la caída del odiado Mubarak y un día antes del comienzo de la insurrección popular en Libia– para que, por fin, un líder latinoamericano calificase la rebelión árabe de “revolucionaria” en una declaración donde explicaba con lucidez: “Los pueblos no desafían la represión y la muerte ni permanecen noches enteras protestando con energía por cuestiones simplemente formales. Lo hacen cuando sus derechos legales y materiales son sacrificados sin piedad a las exigencias insaciables de políticos corruptos y de los círculos nacionales e internacionales que saquean el país” (4).
Pero cuando, naturalmente, esa rebelión se extendió a los países autoritarios del mal llamado “socialismo árabe” (Argelia, Libia, Siria), un pesado mutismo volvió a caer sobre las capitales del progresismo latinoamericano. Políticamente esto aún podía interpretarse de dos maneras: simple prolongación del prudente silencio que hasta entonces, globalmente, habían observado esas cancillerías con respecto a acontecimientos muy alejados de sus principales centros de interés; o expresión de un malestar político frente al riesgo de perder, en su pulseada contra el imperialismo, a aliados estratégicos...
Ante el peligro de que triunfase esta segunda opción, varios intelectuales relevantes (5) avisaron de inmediato que ello significaría algo impensable para gobiernos seguidores del mensaje universal del bolivarianismo. Porque sería afirmar que una relación estratégica entre Estados es más importante que la solidaridad con los pueblos en lucha, lo cual conduciría, más tarde o más temprano, a cerrar los ojos ante cualquier eventual atrocidad contra los derechos humanos (6). Y en este caso el ideal solidario de la revolución latinoamericana naufragaría en el helado océano de la Realpolitik.
En el tablero de la política internacional, la Realpolitik (definida por Bismarck, el “canciller de hierro” prusiano, en 1862) considera que los países se reducen a sus Estados. Jamás toma en cuenta a sus sociedades. Según ella, los Estados se mueven sólo en función de sus fríos intereses y de sus alianzas estratégicas (cuya finalidad esencial es la preservación del Estado y no la protección de la sociedad). Desde la paz de Westfalia en 1648, la doctrina geopolítica establece que la soberanía de los Estados es intangible en virtud del principio de no-injerencia y que un gobierno, sea cual sea el modo en que llegó al poder, tiene total libertad de hacer lo que quiera en sus asuntos internos.
Semejante idea de la soberanía –que sigue siendo dominante– ha visto erosionada su legitimidad desde el final de la Guerra Fría en 1989. Y ello en nombre de los derechos de los ciudadanos y de una concepción ética de las relaciones internacionales. Las dictaduras, cuyo número se reduce de año en año, van resultando cada vez más ilegítimas según los criterios del derecho internacional. Y moralmente inaceptables porque, entre otros graves abusos, despojan a las personas de sus atributos de ciudadanos.
Basado en este razonamiento se desarrolló, en los años 90, el concepto de derecho de injerencia o deber de asistencia que condujo, pese a aceptables pretextos de fachada, a desastres político-humanitarios de gran envergadura en Kosovo, Somalia, Bosnia... Y finalmente, bajo la conducción de los neoconservadores estadounidenses, al desastre total de la guerra de Irak (7).
Pero tan trágicos fracasos no han interrumpido la idea de que un mundo más civilizado debe ir abandonando una concepción de la soberanía interna establecida hace casi cuatro siglos en nombre de la cual poderes no elegidos democráticamente han cometido (y cometen) incontables atrocidades contra sus propios pueblos.
En 2006, la Organización de las Naciones Unidas, en su Resolución 1674, ha hecho de la protección de los civiles, incluso contra su propio gobierno cuando éste usa armas de guerra para reprimir manifestaciones pacíficas, una cuestión fundamental. Esto modifica, por primera vez desde el Tratado de Westfalia –en materia de derecho internacional– la concepción misma de la soberanía interna y del principio de no-injerencia. La Corte Penal Internacional (CPI), creada en 2002, va en idéntico sentido.
En ese mismo espíritu, muchos líderes latinoamericanos denunciaron con justa razón la pasividad o la complicidad de grandes potencias democráticas ante los graves crímenes cometidos, entre 1970 y 1990, por las dictaduras militares en Chile, Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay y tantos otros países mártires de Centro y Suramérica.
Por eso sorprendió que no llegase de América Latina ningún mensaje de solidaridad para con los civiles reprimidos a partir del 15 de febrero, cuando empezaron las protestas sociales pacíficas en Libia, inmediatamente reprimidas por las fuerzas del coronel Gadafi con desmedida violencia (233 muertos en los primeros días) (8). Ni tampoco al estallar, el 20 de febrero, el “Tripolitazo”, cuando unos 40.000 manifestantes denunciaron la carestía de la vida, la degradación de los servicios públicos, las privatizaciones impuestas por el FMI y la ausencia de libertades.
Igual que durante el “Caracazo” del 27 de febrero de 1989 en Venezuela, esa insurrección tripolitana, retransmitida por decenas de testigos oculares, se extendió como reguero de pólvora por toda la capital: se multiplicaron las barricadas, ardió la sede del gobierno, las comisarías fueron incendiadas, los locales de la televisión oficial saqueados, el aeropuerto ocupado, y el palacio presidencial asediado. El régimen libio empezó a tambalearse.


Inmenso error político

En semejantes circunstancias, cualquier otro dirigente hubiese entendido que la hora de negociar y de abandonar el poder había llegado (9). No así el coronel Gadafi. A riesgo de sumir a su país en una guerra civil, el “Guía”, en el poder desde hace 42 años, explicó que los manifestantes eran “jóvenes a los que Al Qaeda había drogado echándoles píldoras alucinógenas en el Nescafé...” (10). Y ordenó a la Fuerza Armada reprimir las protestas a cañonazos y con una fuerza extrema. El canal Al-Jazeera mostró los aviones militares ametrallando a los manifestantes civiles (11).
En Benghazi, un grupo de protestatarios asaltó un arsenal de la guarnición local y se apoderó de miles de armas ligeras para defenderse contra la brutalidad de la represión. Varios destacamentos militares enviados por Gadafi para sofocar en sangre la protesta se sumaron a la rebelión con tanques y pertrechos. En condiciones muy desfavorables para los insurrectos empezaba la guerra civil: un conflicto impuesto por Gadafi contra un pueblo que estaba pidiendo pacíficamente el cambio.
Hasta ese momento, las capitales de la América Latina progresista seguían silenciosas. Ni una palabra de solidaridad, ni siquiera de compasión con los rebeldes civiles que luchan y mueren por la libertad. Hasta que, el 21 de febrero, en un intento por alejar cualquier acusación contra ella, la diplomacia británica –cuya responsabilidad fue central en la rehabilitación del coronel Gadafi a partir de 2004 en la escena internacional– anuncia, a través del ministro de Exteriores William Hague, que el líder libio “podría haber huido de su país y estar dirigiéndose a Venezuela” (12).
Es falso. Y Caracas lo desmiente rotundamente. Pero los medios internacionales muerden el anzuelo y se centran de inmediato en la conexión que el Foreign Office ha sugerido. Minimizando los ostentosos recibimientos de Gadafi en Roma, Londres, París o Madrid, la prensa mundial insiste en las relaciones del “Guía” con Caracas. El propio Gadafi cae en la trampa y también menciona a Venezuela en su primer discurso desde el comienzo de las protestas. Lo hace para negar su huída a ese país, pero ello da pie a nuevas especulaciones sobre el “eje Trípoli-Caracas”. Gadafi añade: “Los manifestantes son ratas, drogados, un complot de extranjeros, de estadounidenses, de Al Qaeda y de locos” (13).
Esta perezosa jácara del “complot estadounidense” es retomada como argumento por varios dirigentes progresistas latinoamericanos –Daniel Ortega, presidente de Nicaragua, entre otros–, para expresar ahora, cada uno a su modo, una clara solidaridad con el dictador libio bajo los sufridos pretextos de que la “situación es confusa”, que los “medios de comunicación mienten” y que “nadie sabe quiénes son los rebeldes” (14). Ni una frase de compasión hacia un pueblo sublevado contra un tirano militar que manda disparar contra sus propios ciudadanos. Ninguna alusión tampoco a la famosa sentencia del Libertador Simón Bolívar: “Maldito sea el soldado que vuelve las armas contra su pueblo”, doctrina fundamental del bolivarianismo.
La inmensidad del error político sobrecoge. Una vez más, algunos gobiernos progresistas conceden prioridad, en materia de relaciones internacionales, a cínicas consideraciones estratégicas que se hallan en perfecta contradicción con su propia naturaleza política. ¿Los conducirá ese razonamiento a expresar también su apoyo a otro infrecuentable tiranillo local, Bashar al Assad, presidente de Siria, un país que vive bajo estado de emergencia desde 1962 y cuyas fuerzas de represión tampoco han dudado en disparar con fuego real contra pacíficos manifestantes desarmados?
En lo que respecta a Libia, la única iniciativa latinoamericana positiva fue la del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, que propuso, el 1º de marzo pasado, el envío a Trípoli de una Comisión internacional de mediación constituida por representantes de países del Sur y del Norte para tratar de poner fin a las hostilidades y negociar un acuerdo entre las partes. Rechazada por Seif el Islam, el hijo del “Guía”, pero aceptada por Gadafi, esta tentativa de mediación fue torpemente descartada por Washington, París, Londres y los insurgentes libios.
A partir de ahí, las cancillerías progresistas suramericanas insistieron en su apoyo a un perfecto iluminado. En efecto, hace decenios que Muamar Gadafi dejó de ser aquel capitán revolucionario que, en 1969, derrocó a la monarquía, expulsó de su país las bases militares estadounidenses y proclamó una singular “República árabe y socialista”. Desde el final de los años 70, su errática trayectoria y sus delirios ideológicos (véase su disparatado Libro Verde) lo han convertido en un dictador imprevisible y jactancioso. Semejante a aquellos tiranos locos que América Latina conoció en el siglo XIX con el nombre de “caudillos bárbaros” (15). Ejemplos de sus trastornos: la expedición militar de 3.000 hombres que lanzó, en 1978, en auxilio del sanguinario Idi Amín Dadá, otro demente presidente de Uganda... O su afición a un juego erótico con chicas menores llamado “bunga bunga” que le enseñó a su socio italiano Silvio Berlusconi... (16).
Gadafi jamás se ha sometido a ninguna elección. Ha establecido en torno a su imagen un culto de la personalidad que linda con el endiosamiento. En la “masocracia” (Jamahiriya) libia no existe ningún partido político, sólo hay “comités revolucionarios”. Habiéndose autoproclamado “Guía” vitalicio de su país, el dictador se considera por encima de las leyes. En cambio, el vínculo familiar es, según él, fuente de derecho. Basado en ello, nombró por antojo a sus hijos para los puestos de mayor responsabilidad del Estado y los de mayor rentabilidad en los negocios.
Tras la (ilegal) invasión de Irak en 2003, temiendo ser el siguiente de la lista, Gadafi se arrodilló ante Washington, firmó acuerdos con la administración Bush, erradicó sus armas de destrucción masiva e indemnizó a las víctimas de sus atentados terroristas. Para complacer a los “neocons” estadounidenses se erigió en perseguidor de Osama Ben Laden y de la red Al Qaeda. Estableció también acuerdos con la Unión Europea para convertirse en cancerbero retribuido de los emigrantes africanos. Pidió ingresar en el FMI (17), creó zonas especiales de libre comercio, cedió los yacimientos de hidrocarburos a las grandes transnacionales occidentales y eliminó los subsidios a los productos alimenticios de primera necesidad. Inició el proceso de privatización de la economía que provocó un importante aumento del desempleo y agravó las desigualdades.
El “Guía” protestó contra el derrocamiento del dictador tunecino Ben Alí a quien consideraba como “el mejor gobernante de la historia de Túnez”. En materia de inhumanidad, sus fechorías son incontables. Desde su apoyo a conocidas organizaciones terroristas hasta su demostrada participación en atentados contra aviones civiles, pasando por su encarnizamiento contra cinco inocentes enfermeras búlgaras torturadas durante años en prisión, o el fusilamiento sin juicio, en la siniestra cárcel Abú Salim de Trípoli, en 1996, de un millar de prisioneros originarios de Benghazi (18).

Dudosa solidaridad democrática

La actual revuelta empezó precisamente en esa ciudad el 15 de febrero pasado cuando las familias de estos fusilados, animadas por las protestas en los países árabes, salieron a la calle para exigir pacíficamente la liberación del abogado Fathy Terbil quien defiende, desde hace quince años, el derecho a recuperar los cuerpos de sus parientes ejecutados (19). Las imágenes de la brutalidad de la represión de esta manifestación –difundidas por las redes sociales y el canal Al-Jazeera– escandalizaron a la población. Al día siguiente, las protestas se habían ampliado masivamente y extendido a otras ciudades. Sólo en Benghazi, 35 personas fueron asesinadas por la policía y las milicias gadafistas (20).
A mediados de marzo, cuando las huestes gadafistas empezaron a cercar Benghazi, tan alto grado de ensañamiento contra la población civil hizo legítimamente temer que se cometiese un baño de sangre (21). En un discurso dirigido a “las ratas” de esa ciudad, el “Guía” amenazó: “Llegamos esta noche. Empiecen a prepararse. Los sacaremos del fondo de sus armarios. No habrá piedad” (22).
Los pueblos recientemente liberados de Túnez y Egipto deberían haber acudido de inmediato en ayuda de los asediados libios que reclamaban a gritos ayuda internacional (23). Era su responsabilidad primera. Pero lamentablemente los gobiernos de estos dos países no supieron estar a la altura de las circunstancias históricas.
En ese contexto de urgencia, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó, el 17 de marzo, la resolución 1973 que establece un régimen de exclusión aérea en Libia con el fin de proteger a la población civil y hacer cesar las hostilidades (24). La Liga Árabe había dado su acuerdo preliminar. Y, cosa excepcional, la resolución fue presentada por un Estado árabe: el Líbano (además de Francia y Reino Unido). Ni China, ni Rusia, que disponen de derecho de veto, se opusieron. Brasil e India tampoco votaron en contra. Varios países africanos se pronunciaron a favor: Sudáfrica (la patria de Mandela), Nigeria y Gabón. Ningún Estado se opuso.
Se puede estar en contra de la estructura actual de Naciones Unidas o estimar que su funcionamiento actual deja mucho que desear. O bien que las potencias occidentales dominan esa organización. Son críticas aceptables. Pero, por ahora, la ONU constituye la única fuente de legalidad internacional. Por eso, y contrariamente a las guerras de Kosovo o de Irak que nunca tuvieron el aval de la ONU, la intervención actual en Libia es legal –según el derecho internacional–, legítima –según los principios de la solidaridad entre demócratas– y deseable para la fraternidad internacionalista que une a los pueblos en lucha por su libertad. Se podría añadir que potencias musulmanas como Turquía, reticentes en un primer momento, han terminado por participar en la operación.
También podría recordarse que si Gadafi, como era su intención, hubiese anegado en sangre la insurrección popular, habría enviado una señal de vía libre a los demás tiranos de la región, alentándolos de ese modo a aplastar ellos también, sin miramientos, las protestas locales. Basta con observar que, en cuanto las tropas de Gadafi se aproximaron a sangre y fuego a Benghazi, en medio de la pasividad internacional, los regímenes de Bahrein y de Yemen no dudaron en disparar con fuego real contra los manifestantes pacíficos. No lo habían hecho hasta entonces. Pero apostaron a su vez al inmovilismo internacional.
La Unión Europea, en particular, tiene una responsabilidad específica en este asunto. No sólo militar. Es menester pensar en la próxima etapa de consolidación de las nuevas democracias que van a ir surgiendo en esta región tan vecina. Apoyar la “primavera árabe” supone asimismo el lanzamiento de un verdadero “Plan Marshall”, o sea, una ayuda económica masiva “semejante a la que se ofreció a Europa del Este después de la caída del muro de Berlín” (25).
¿Significa todo esto que la operación “Odisea del Amanecer” no plantea problemas? En absoluto. En primer lugar, porque los Estados u Organizaciones que la capitanean (Estados Unidos, Francia, Reino Unido, OTAN) son los “sospechosos de siempre” implicados en múltiples aventuras guerreras sin la mínima cobertura legal, legítima o humanitaria. Aunque esta vez los objetivos de solidaridad democrática parecen más evidentes que los nexos con la seguridad nacional de Estados Unidos, cabe preguntarse ¿desde cuándo le ha importado a estas potencias la democracia en Libia? Es por ello que carecen de credibilidad.
Segundo: existen otras injusticias en esta misma región –el sufrimiento palestino, la intervención militar saudita en Bahrein contra la indefensa mayoría chiita, la desproporcionada brutalidad de los gobiernos de Yemen y de Siria...– ante las cuales las mismas potencias que atacan a Gadafi hacen la vista gorda dando prueba de una doble moral.
Tercero: el objetivo debe ser el que fija la resolución 1973 y sólo ése: ni invasión terrestre, ni víctimas civiles. La ONU no ha dado licencia para derrocar a Gadafi, aunque bien parece que ese sea el objetivo final (e ilegal) de la operación. En ningún caso esta intervención debe servir de precedente para otras aventuras guerreras contra Estados situados en el punto de mira de las potencias occidentales dominantes.
Cuarto: la historia enseña (y el caso de Afganistán lo demuestra) que es más fácil entrar en una guerra que salir de ella. Y quinto: el olor a petróleo de toda esta operación apesta.
Los pueblos árabes están sin duda sopesando lo justo y lo injusto de la actual intervención militar en Libia. En su gran mayoría apoyan a los insurgentes (aunque se siga sin saber bien quiénes son y aunque se sospeche que varios elementos indeseables figuran en el actual Consejo Nacional de Transición). Por el momento, al menos hasta finales de marzo, no se han producido manifestaciones de rechazo a la operación en ninguna capital árabe. Al contrario, como estimuladas por ella, nuevas protestas contra las autocracias se intensificaron en Marruecos, Yemen, Bahrein... Y sobre todo en Siria.
Obtenida la zona de exclusión aérea y a salvo la población civil de Benghazi, a finales de marzo estaban cumplidas las dos principales exigencias de la resolución 1973. Aunque otras demandas no lo estaban aún (el cese el fuego por parte de las fuerzas gadafistas y su garantía de acceso seguro a la ayuda humanitaria internacional), a partir de ese momento los bombardeos debieron cesar. Más aún en la medida en que la OTAN, que no ha recibido mandato internacional para ello, ha asumido el 31 de marzo el liderazgo militar de la ofensiva. La resolución tampoco autoriza a armar, entrenar y dirigir militarmente a los rebeldes porque ello supone un mínimo de fuerzas extranjeras (“comandos especiales”) presentes en el suelo libio, lo cual está explícitamente excluido por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad.
Es urgente que los miembros de ese Consejo de la ONU vuelvan ahora a consultarse; que se tenga en cuenta la posición de China, Rusia, India y Brasil para imponer un alto el fuego inmediato y buscar una salida no militar al drama libio. Una solución que tome en cuenta también la iniciativa de la Unión Africana, garantice la integridad territorial de Libia, impida toda invasión terrestre de fuerzas extranjeras, preserve las riquezas del subsuelo contra la rapacidad de algunas potencias foráneas, ponga fin a la tiranía y reafirme la aspiración a la libertad y a la democracia de los ciudadanos.
En Libia, sólo una salida política negociada por todas las partes será justa.

1 Ignacio Ramonet, “Cinco causas de la insurrección árabe”, Informe Dipló, 16-4-11, www.eldiplo.org
2 Ignacio Ramonet, “Túnez, Egipto, Marruecos, esas dictaduras ‘amigas’”, www.monde-diplomatique.es
3 Christophe Ventura, “Entrevista con Samir Amin”, Mémoire des luttes, París, 29-4-11.
4 Fidel Castro, “La Rebelión Revolucionaria en Egipto”, Granma, La Habana, 14-2-11.
5 Véase, por ejemplo, Santiago Alba y Alma Allende, “Del mundo árabe a América Latina”, Rebelión, 24-2-11, y Atilio Boron, “No abandonar a los pueblos árabes”, Página/12, Buenos Aires, 7-4-11.
6 Error que ya cometió dos veces la revolución cubana cuando apoyó la intervención militar del Pacto de Varsovia en Praga para aplastar la insurrección popular checoslovaca en agosto de 1968 y cuando aprobó la invasión de Afganistán por la URSS en diciembre de 1979.
7 Ignacio Ramonet, Irak, historia de un desastre, Debate, Madrid, 2005.
8 Agencia Reuters, 21-2-11.
9 En América Latina, ante protestas populares de gran envergadura, varios presidentes (elegidos democráticamente) tuvieron que renunciar a su cargo. Tres de ellos en Ecuador: Abdalá Bucarám, “por incapacidad mental”, en 1997, Jamil Mahuad en 2000 y Lucio Gutiérrez en 2002. Dos en Bolivia: Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 y Carlos Mesa en 2005. En Perú, Alberto Fujimori en 2000. Y en Argentina, Fernando de la Rúa en 2001.
10 El País, Madrid, 24-4-11.
11 The Guardian, Londres, 21-2-11.
12 Agencia AFP, 21-2-11.
14 El más antiimperialista de los líderes árabes, Sayyed Nasrallah, jefe del Hezbolá libanés, ha declarado que es “irracional decir que las revoluciones árabes, y singularmente la libia, fueron preparadas en cocinas estadounidenses”. Discurso del Seyyed Nasrallah, 19-4-11, www.rebelion.org/mostrar.php?tipo=5&id=&inicio=0
15 Alcides Arguedas, Los Caudillos bárbaros, editorial Viuda de Luis Tasso, Barcelona, 1929. Véase también Max Daireaux, Melgarejo, Editorial Andina, Buenos Aires, 1966.
16 Quentin Girard, “Toi vouloir faire bunga-bunga?”, Slate, París, 12-11-10, www.slate.fr/story/30061/bunga-bunga-berlusconi
17 “Le Rapport du FMI qui félicite la Libye”, in Mémoire des luttes, París, 11-4-11, www.medelu.org/spip.php?article761
19 Véase Evan Hill, “The day the Katiba fell”, Al Jazeera english, 2-4-11, http://english.aljazeera.net/indepth/spotlight/libya/2011/03/20113175840189620.html
20 Ibid.
21 Estos y otros crímenes han conducido al fiscal jefe de la Corte Penal Internacional, el argentino Luis Moreno Ocampo, a abrir una investigación contra Muamar Gadafi, acusado de “crímenes contra la humanidad” por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
22 Agencia AFP, 17-4-11.
23 Khaled Al-Dakhil, “Pourquoi tant d’hésitations?”, Al-Hayat, Londres (reproducido por Courrier Internacional, París, 17-4-11).
25 Nouriel Roubini, “Un plan Marshall pour le printemps arabe”, Les Échos, París, 21-4-11.
I.R.
© Le Monde diplomatique, edición española y
Ediciones Cybermonde, S.L.
Fotografías: Internet

26 de abril de 2011

Guerreros tribales - Por: Robert Kaplan

Guerreros tribales

Por: Robert Kaplan
Robert Kaplan

¿Por qué les cuesta tanto a los dictadores decir adiós?

Según todo criterio lógico, lo normal sería que los combates y las luchas de poder en Costa de Marfil, Libia y Yemen hubieran terminado hace semanas. Quizá terminen pronto: el 11 de abril llegó a su fin el conflicto en Costa de Marfil. Pero el hecho de que se hayan prolongado ya tanto es síntoma de una realidad esencial a propósito de los individuos involucrados que en Occidente no se comprende del todo. Nosotros nos preguntamos: ¿Por qué el dictador marfileño Laurent Gbagbo, el líder libio Muamar el Gadafi y el presidente yemení Alí Abdalá Saleh no aceptan las ofertas, que al parecer se les han hecho, de irse a un exilio confortable? Seguro que sería más conveniente para su seguridad física y sus cuentas bancarias. Después de semanas de luchas, negociaciones y manifestaciones, ¿qué más quieren demostrar?
Este tipo de razonamiento supone que lo que separa a estos déspotas de sus adversarios son temas tan inocuos y susceptibles de compromiso como, por ejemplo, las pensiones y los tipos fiscales. Pero esos hombres no son políticos acostumbrados al toma y daca; luchan por unas cosas mucho más antiguas, básicas e imposibles de negociar: el territorio y el honor, al menos tal como ellos lo definen. Su mundo no está hecho de instituciones y burocracias que les sirvan para gobernar; es un mundo que consiste en dominar franjas de territorio mediante la ayuda de familiares y las alianzas tribales y regionales.
En ese mundo, personajes como los depuestos líderes de Túnez y Egipto, Zine el Abidine Ben Alí y Hosni Mubarak, carecen de cualidades. Gobernaron al estilo occidental, a través de instituciones y burocracias, y cuando dichas instituciones -el ejército y los servicios de seguridad interior- se negaron a disparar contra la gente en la calle, ellos no tuvieron más remedio que dimitir dócilmente y marcharse al exilio interior o exterior, quizá sin haber hecho los pactos necesarios para su protección posterior.
Por supuesto, desde el punto de vista moral, una figura como Gbagbo es especialmente despreciable. Para satisfacer su ego, ha llevado Costa de Marfil al borde de la anarquía. O sea que no estoy disculpándolo, sólo trato de explicar en parte sus motivos. Él piensa que se presentó a unas elecciones y obtuvo casi la mitad de los votos. Y éstos no se debieron a sus posturas sobre los problemas sociales o económicos, sino a lo que representaba en el ámbito tribal y regional: es un hombre del sur, de la parte no musulmana del país. Rendirse demasiado pronto habría sido traicionar a sus grupos de solidaridad regional y religiosa. En países sin suficiente desarrollo económico, como Costa de Marfil, las elecciones acaban, muchas veces, cosificando diferencias de sangre y de creencias. Desde su punto de vista, el hecho de haber luchado hasta el final, hasta verse arrinconado en el sótano de su palacio e incluso más, hasta que sus enemigos tuvieron que llamar a los franceses para que les ayudaran a desalojarlo, no es signo de debilidad moral, sino de ética viril. (Lo mismo podría decirse de los hijos de Sadam Husein, Uday y Qusay, que murieron en un tiroteo con tropas estadounidenses cerca de Mosul en 2003; salvo que ellos eran niños mimados, los hijos mafiosos de un dictador de corte estalinista, y no hombres que se hubieran hecho a sí mismos, ni mucho menos. Es decir, pertenecen a una categoría inferior a la de Gbagbo, Saleh y Gadafi).

                                                                                                                                    AFP/Gettyimages
Hay que recordar que, más que de políticos, estamos hablando de guerreros. Por ejemplo, Saleh. Los medios de comunicación occidentales describen al Presidente yemení como un tirano recalcitrante cuya tozudez y cuyo apego al poder están, como en el caso de Gbagbo en Costa de Marfil, amenazando con desintegrar su país. Esa descripción es cierta, pero se queda corta. Saleh ha gobernado Yemen durante un tercio de siglo, mientras que sus dos antecesores inmediatos fueron asesinados después de ocho meses, uno, y tres años, el otro. Y el dictador yemení anterior a ellos cayó en un golpe militar. No se puede negar que Saleh tiene nervios de acero y talento sutil, que, durante decenios, ha sido capaz de resistir unos grados de tensión que inmovilizarían psicológicamente al más curtido político de Washington. La partida que está jugando ahora -negociando las condiciones para su salida- no le afecta sólo a él, sino al destino de sus familiares, próximos y lejanos. De modo que, en cierto sentido, ¿quién puede reprocharle que aguante un poco más, que intente obtener mejores condiciones? Para Saleh, el gobierno no es un objeto impersonal y legalista, sino el negocio familiar. Hay que disolverlo en las mejores condiciones posibles, y la violencia es una herramienta en esa lucha. Dentro de unos años, tal vez incluso recordemos su mandato como un periodo en el que hubo relativa estabilidad y cooperación con Occidente. El hecho de que merezca nuestra condena no significa, desde una perspectiva analítica, que tengamos que subestimarlo.
Y luego, por supuesto, está Gadafi, que se hizo con el poder en un golpe militar cuando no tenía más que veintitantos años y durante los 42 siguientes ha mantenido unido Libia; un país que, durante casi toda su historia, ha sido una expresión geográfica sin ningún sentimiento de Estado. Como gobernaba con una mezcla de política tribal y el puño de hierro de los servicios de seguridad interior, Gadafi no construyó ningún espíritu de Estado y, por consiguiente, va a dejar un vacío absoluto cuando se vaya. El hecho de que no se haya ido en silencio es señal de que él tampoco lucha por cuestiones concretas, sino por una visión del honor que nos resulta primitiva, porque lo vincula a la región, la tribu y el territorio.
Pero, ya que hablamos de tribus y territorios, es importante comprender que el tipo especial de tribalismo que constituye un factor esencial en los gobiernos de Gadafi, Saleh y Gbagbo no tiene nada del tribalismo primitivo, anterior al Estado moderno, sino que, como lo definió el difunto antropólogo europeo Ernest Gellner, es el rechazo consciente a un gobierno concreto en favor de una cultura y una moral más amplias. En otras palabras, si algunas tribus están en contra de un Estado yemení fuerte, quizá no lo hacen por el deseo de anarquía, sino porque quieren tender la mano a la cultura islámica en su conjunto y a un Estado no represivo. Lo mismo sucede con los tradicionales llamamientos de Gadafi a la unidad política árabe y los intentos de Gbagbo de eliminar las fronteras del colonialismo francés, que le hacían dirigirse sólo a parte de la población del país.
Está claro que la vida bajo el gobierno de estos hombres era un infierno, pero su locura tenía cierto sentido, aunque yo lo haya simplificado mucho. Nadie es capaz de plasmar el atractivo de la vida fuera del Estado con tanto talento como el antropólogo de la Universidad de Yale James C. Scott en su libro The Art of Not Being Governed: An Anarchist History of Upland Southeast Asia. Las tribus actuales, sugiere Scott, no viven fuera de la historia, sino que tienen "toda la historia que necesitan" para "eludir el Estado" de forma deliberada. Es decir, las tribus poseen todas sus tradiciones y, por tanto, no quieren que el gobierno se inmiscuya en sus asuntos.
Gadafi, Saleh y Gbagbo han vivido con esta compleja y ambigua realidad toda su vida, y por eso no han construido Estados, pero otro motivo, además de las razones morales, es que no han encontrado ninguna simpatía en Occidente. Ahora bien, ése no es argumento para no tratar de entenderlos.
Fotografías: Internet

25 de abril de 2011

URGENTE: Siria, Yemen... Es apremiante reforzar a las Naciones Unidas como máximo interlocutor ahora... y no después! - Por: Federico Mayor Zaragoza

URGENTE: Siria, Yemen... Es apremiante reforzar a las Naciones Unidas como máximo interlocutor ahora... y no después!

Por: Federico Mayor Zaragoza

Insisto en este tema  porque, desde hace tiempo, los países "hegemónicos", apiñados en el G-8 o G-20  han fracasado estruendosamente -¡a qué precio de vidas y sufrimientos!- en el  ejercicio de unas funciones que sólo las Naciones Unidas, apoyadas por todos los países sin excepción,  podrían llevar a buen término, demostrándose su capacidad no sólo resolutiva  sino preventiva.
Federico Mayor Zaragoza - Nobel de Paz

Sobre todo, preventiva...  porque la "marea virtual” -lo he escrito muchas veces y reescribo ahora- ya no se detendrá. Después de -o  durante- los países árabes vendrán los países hoy acosados por los "mercados",  que siguen impidiendo, con una economía de especulación, corrupción y guerra, la  realización de las políticas sociales por las que tantos años hemos  luchado.

Prevenir, esclarecer los  confusos horizontes actuales -porque se ve que nadie manda "democráticamente" en  el mundo y que la plutocracia está abocada a una inmediata desaparición- para  que, en poco tiempo, las asociaciones regionales (EE.UU., EU, Liga de Países  Árabes, OUA, UNASUR...) vuelvan a tener sentido y espacio en un mundo que ahora  necesita recuperar sin demora los valores éticos y ejercer sus  responsabilidades sociales, medioambientales, alimentarias,...  antes de que los oprimidos y marginados, que desean la transición de la  fuerza a la palabra, no desesperen y decidan, ellos también, utilizar la fuerza.

No  es posible seguir en el desconcierto que reflejan las siguientes informaciones  de estos días:

-"Los países del Golfo  negocian la inmunidad para el presidente yemení", (artículo de Ángeles Espinosa  en "El País", 22 de abril). ¿Qué países? ¿Qué garantías para los insurgentes?  ¿Quiénes pueden respaldar estos acuerdos?...

-"La  estrategia de la OTAN en Libia" (artículo de Enrique Vega en "Público", 22 de  abril). La operación Protector Unificado pretende no sólo impedir el triunfo  militar de Gadafi sino, especialmente, que no aumente el territorio que  actualmente controla... con especial atención a Bengasi, sede de las compañías petroleras, que deben seguir  exportando crudo."Proteger a los  civiles", dice la Resolución de las Naciones Unidas. ¿Incluye a los civiles  "rebeldes" o sólo a los "no combatientes"?...

-  "Gadafi propone -Laura L. Caro, en "IDEAL" de 21 de abril- comicios libres en  seis meses si la OTAN pone fin a la operación militar”... ¿A quién lo propone?  ¿Cuáles son los cauces diplomáticos utilizados y su  veracidad?...

-  "Siria simula una apertura democrática", de Enric González en "El País" de 20 de  abril...
Todas estas noticias nos  llevan a reafirmar el convencimiento de que es absolutamente imprescindible que,  con toda celeridad, se llegue a un interlocutor válido con el apoyo de todos  los países, especialmente los que más se han distinguido en sus empeños  "globalizadores" en los últimos años.

Está  muy claro que no se aceptarán más agencias de calificación al servicio de "el  gran dominio" ni se seguirán comprando productos de países que, olvidando su  pasado solidario, se erigen ahora como "puristas étnicos", como sucede en el  caso de Finlandia.

Sólo  juntos, aunque muy diversos, podremos cambiar el curso de los acontecimientos.  Sólo las Naciones Unidas. Sólo con una renovada autoridad, particularmente  moral, se podrán regular los flujos financieros, eliminar los paraísos fiscales  y ordenar el espacio supranacional, hoy poblado de siniestros traficantes que  actúan en la mayor impunidad.

No  permitirán que países que ahora acusan al dictador libio, con razón, sigan -con  la mayor sinrazón y codicia irresponsable- llenando los arsenales de armas de  "última generación" de otros “potenciales” autócratas.

Juntos, podemos. La  respuesta urgente es: Naciones Unidas.
Foto: Internet

22 de abril de 2011

Memorias de un genio de las ideas - Por: Sergio Estebán Vélez Peláez

Memorias de un genio de las ideas

Por: Sergio Estebán Vélez Peláez
Juan Carlos Ortíz Rodríguez

Juan Carlos Ortiz Rodríguez es, por consenso, el publicista más importante que ha dado nuestra patria.

Luego de más dos años como columnista de El Espectador, Ortiz se estrena oficialmente como escritor con el lanzamiento de su libro “Cortos”.

Este volumen, en edición bilingüe español-inglés, recoge más de setenta relatos breves de anécdotas fascinantes e insólitas que ha vivido Ortiz en los más diversos escenarios y ambientes: ideando campañas publicitarias de champús en la China, y de detergentes, en el Medio Oriente; tomando el té a las cinco de la tarde en una estepa de Sudáfrica, bajo la amenaza de leones y otras fieras; admirando la capacidad de “honestidad” de un ladrón en Estambul o la confianza en sí mismo de un caco en Bogotá; descubriendo los secretos del “lavado” en la India; sufriendo, digo viviendo como cubano en Cuba; siendo “presa” de una cincuentena de mujeres desconocidas que lo besan en los labios en las calles de Edimburgo, y de una veintena, en París, que lo “arrestan” y le cobran un impuesto que será compensado con un beso de una futura novia...

Muchos paisajes: Alaska, Inglaterra, Argentina, Chile, Brasil, España, los Estados Unidos... las tierras tropicales de nuestra geografía, donde vio a su padre ser enroscado por una boa gigante, y, por supuesto, nuestra Medellín, donde el bogotano Ortiz, devoto del Santa Fe, fue atacado de manera inclemente por una jauría de hinchas del Nacional...

Afortunadamente, esa desagradable experiencia en el Atanasio Girardot no es la que se ha quedado en su memoria para identificar a Medellín. El corazón de Ortiz es paisa, ya que un día se enamoró de una bella y talentosa diseñadora gráfica antioqueña de ojos azules, Catalina Díez, y decidió unirse a ella para siempre. Están próximos a celebrar sus bodas de cristal. En su libro, el autor declara “Mi esposa es mejor que yo” y relata, con orgullo, aquella noche en que la acompañó a recibir el Grammy Latino que ella ganara por el Mejor Diseño de Carátula.

La estatuilla del Grammy Latino está en la casa de los Ortiz Díez al lado del León de Oro que Ortiz obtuvo en el Festival de Cannes, por su internacionalmente famoso comercial “Caspa”. Esa fue la primera vez que un colombiano se hiciera al premio de publicidad más importante del mundo. En su libro, Ortiz cuenta cómo logró ingeniárselas para fabricar en pleno Cannes una bandera de Colombia y poder ondearla en el proscenio, delante de un auditorio de la más alta categoría mundial que lo aplaudía sin parar.

En el libro narra también lo que sintió cuando fue elevado a “leyenda viva de la publicidad” y fue incluido en el Hall de la Fama de la Publicidad de los Estados Unidos y en el Salón de la Fama del Festival Iberoamericano de Publicidad, o cuando el Foro Económico Mundial lo nombró Líder Joven Global.

Conocí a Juan Carlos Ortiz hace ya quince años, cuando yo era un niño poeta impertinente e insoportable y él, un joven y brillante comunicador de la Javeriana que prometía mucho como publicista. Desde entonces, he seguido las buenas nuevas de los ascensos vertiginosos de su carrera en el mundo de la publicidad: director creativo de Leo Burnett Colombia, presidente de esa misma compañía en nuestro país, presidente de esa misma firma en toda Latinoamérica y, honor inmenso, presidente de Leo Burnett Norteamérica. Al alcanzar este escaño, Ortiz se convirtió en el primer latinoamericano en presidir una agencia de publicidad en los Estados Unidos, y no de cualquier agencia, sino de una que es emblema de la publicidad universal.

A esta cadena de triunfos se suma hoy la presidencia de DDB Latina. Debemos recordar que DDB ha sido la agencia de publicidad más premiada en toda la historia del Festival de Cannes.

Vale la pena leer los entretenidos relatos del libro de Ortiz, no sólo por su originalidad y su estilo ameno, sino también por el encanto que entraña el hecho de que ¡fueron escritos en su totalidad desde un BlackBerry, a 30.000 pies de altura, durante los vuelos de Ortiz por los cinco continentes!

Nuevamente Ortiz demuestra por qué ha sido escogido como uno de los mejores creativos de nuestro tiempo.

Como decía hace poco Jaime Bayly en su programa: “Juan Carlos Ortiz es orgullo de Colombia”.
Foto: Internet

20 de abril de 2011

A su manera - Por: Yoani Sánchez


A su manera
And now, the end is near and so
I face the final curtain...
Por: Yoani Sánchez
Yoani.Sanchez@gmail.com

Decir adiós puede lograrse apenas con una breve nota dejada sobre la mesa o con una llamada telefónica con la que nos despedimos definitivamente. En los preparativos para marcharse del país, el fin de una relación amorosa o de la vida misma, hay gente que pretende dejar amarrados los más pequeños detalles, trazados esos límites que obligarán a quienes se quedan a seguir su rumbo. Unos se van tirando la puerta y otros reclaman antes de la partida el gran homenaje que creen merecer. Los hay que distribuyen equitativamente sus bienes y también seres con tanto poder que cambian la constitución de un país para que nadie deshaga su obra cuando ellos ya no estén.

Los preparativos para el VI congreso del Partido Comunista Cubano y sus sesiones en el Palacio de las Convenciones han sido como un gran réquiem público para Fidel Castro. El escenario de su despedida, el ceremonial minucioso reclamado por él y realizado –sin escatimar recursos– por su hermano menor. Ya en los excesos organizativos del desfile militar, efectuado el 16 de abril, se percibía una intención de “gastárselas todas” en un homenaje final a alguien que no pudo asistir a la tribuna. Resultaba evidente que al anunciar los nombres de quienes asumirían los máximos cargos del PCC, ya no sería leído el del hombre que decidió el rumbo de esta nación por casi cincuenta años. No obstante, él se sentó en la mesa principal del evento para validar con su presencia la transferencia de mando a Raúl Castro. Estar allí fue como acudir –en vida– a la lectura de su propio testamento.

Llegó entonces la ovación cerrada, las lágrimas de alguna que otra delegada al cónclave partidista y las frases de compromiso eterno con el anciano de barba casi blanca. A través de la pantalla del televisor, algunos sentimos aquello como el crujir de las flores secas o el sonido de las paletadas de tierra. Queda por ver si el General Presidente podrá sostener el pesado legado que ha recibido, o si bajo la mirada supervisora de su Gran Hermano preferirá no contradecirlo con reformas medulares. Falta comprobar cuán auténtica es esta despedida de Fidel Castro de la vida política y si su sustituto optará por seguir defraudándonos o por negarlo a él.
Foto: Generacion Y
 Proyecto Contextus Periodismo RadioVideo Digital

El País del Sagrado Corazón - Por: Sergio Esteban Vélez Peláez

El País del Sagrado Corazón

Por: Sergio Esteban Vélez Peláez
Sergio Esteban Vélez Peláez

Durante la Guerra de los Mil Días, el entonces obispo de Pasto, Ezequiel Moreno (hoy canonizado) dedicó sus homilías a atacar al Partido Liberal, al cual consideraba “anti-cristiano” y alentó a los fieles católicos a “defender su religión con rémingtons y machetes”.

Durante los 45 años de la “Hegemonía Conservadora”, el Arzobispo de Bogotá tenía una influencia arrolladora y determinante a la hora de “ungir” al candidato del conservatismo, quien, indefectiblemente, sería electo Presidente de la República.

Algunos otros obispos sobresalientes, siempre alineados con el Partido Conservador, azuzaron al pueblo a “aniquilar” a los liberales.

Siguiendo esa línea, el célebre obispo de Santa Rosa de Osos, Miguel Ángel Builes, llegó hasta el extremo de prohibir a sus sacerdotes absolver los pecados de los liberales.

En 1931 (meses después de cuando, por un error estratégico de Monseñor Ismael Perdomo, el conservatismo perdió el poder), Monseñor Builes, furibundo, escribiría en una pastoral: “Que el liberalismo ya no es pecado, se viene diciendo últimamente con grande insistencia. [...] Nada más erróneo, pues lo que es esencialmente malo jamás dejará de serlo”. Según esto, las doctrinas de Galileo, que fueron condenadas como “malas y heréticas” por la Iglesia Católica de su época (hasta el punto de que casi lo queman vivo, lo hicieron retractarse y, aún después de haberlo humillado lo dejaron prisionero de por vida), hoy en día seguirían siendo teorías de herejía y pecado, pues “lo que es esencialmente malo jamás dejará de serlo”.

En esta Semana Santa, el episcopado colombiano se ha unido para que en las multitudinarias celebraciones de cada una de las parroquias del país sean proclamadas prédicas en contra del derecho de los homosexuales a ser padres.

En el país donde vivo, Canadá, la Iglesia Católica gozó hasta hace cincuenta años de gran influencia en las decisiones gubernamentales que se tomaban en la provincia del Quebec, cuya población estaba constituida por una inmensa mayoría francófona (católica, sumida en la miseria y con familias de decenas de hijos) y una minoría anglófona (no católica, de alto nivel económico y con menos hijos).

Retablo Iglesia Notre Dam de Montreal-Canadá

Esta situación comenzó a cambiar en 1960, cuando, gracias a la llamada “Revolución Tranquila”, el pueblo francófono se dio cuenta de que, para lograr una reforma sustancial, tenía que dejar de obedecer al clero, aplicar la planificación familiar (por más que la condenaran los religiosos) y utilizar el derecho al voto para elegir a líderes que impulsaran la educación en las clases más pobres y llevaran a la sociedad hacia la equidad.

Hoy, en el Quebec, los templos están vacíos. Las diócesis han tenido que vender muchos de ellos, porque no tienen dinero para pagar la calefacción. Muchos se han convertido en bibliotecas, teatros ¡y hasta en restaurantes y discotecas! Los obispos perdieron su influencia.

Mientras tanto, el Estado se ha dedicado a exaltar al ser humano en su dignidad de ente “a imagen y semejanza de Dios”, pero con un enfoque muy distinto al de la Iglesia: la libertad de expresión, el libre desarrollo de la personalidad y el castigo a la discriminación por raza o sexo se han convertido en la política que más enorgullece a este país. Los canadienses francófonos se convirtieron en uno de los pueblos mejor educados del mundo y desde hace decenios dejaron de ser pobres. A todas las personas se les garantiza la protección de los derechos fundamentales y un nivel de vida digno. La corrupción administrativa es mínima. En el rarísimo caso de que se presente un homicidio, los medios se ocupan del tema con la seriedad necesaria y le hacen seguimiento durante meses... y, por supuesto, se halla al culpable y este es condenado con todo rigor. Uno puede salir a la calle a cualquier hora, sin temor a ser atracado, secuestrado o asesinado... y, en las ciudades más pequeñas (incluyendo algunos barrios de metrópolis como Montreal), la gente no cierra con llave las casas ni los autos. ¡Ah! y ¡no es raro encontrar en las calles parejas del mismo sexo que pasean, muy normalmente, con sus hijos adoptados!

¿La “Sodoma y Gomorra” Canadá debería seguir el ejemplo de la bendecida y piadosa Colombia?
Foto: Internet

19 de abril de 2011

Incongruencias - Por: Federico Mayor Zaragoza

Incongruencias

Por: Federico Mayor Zaragoza

-Se habla de la necesidad de “calmar a los mercados”… cuando lo que  debería hacerse, con suficiente capacidad previsora, es calmar a la gente, que  no tolerará durante mucho tiempo los desgarros sociales y todo el sistema  económico trastocado, con agencias de calificación  interesadas.

-En Italia se privatiza el Coliseo… cuando un símbolo cultural de  esta categoría debería ser lo más "italiano”, lo más "romano”... Un pueblo creador  que está en manos de unos cuantos desaprensivos.

-Leo en la prensa: “El escándalo de los ERE se va a llevar por  delante a Chávez y a Griñán”, opina el candidato popular a la Junta de  Andalucía, cuando en su partido una nube de imputados se presentan, con buenas  perspectivas según las encuestas, a los próximos comicios. ¿Será verdad que a  más corrupción, más votos? A pesar de la obediencia partidista y de la  ofuscación que puede existir en determinados casos, me resisto a  creerlo.

-Sube el consumo de petróleo… ¡y sube el precio! Y sube, por tanto,  la producción de anhídrido carbónico. A mayor consumo, era de esperar que  decreciera el coste… ¡Es urgente el fomento de las energías renovables! Es uno  de los compromisos supremos con las generaciones  venideras.

-No hay dinero para la reducción de la pobreza extrema, ni para  mantener en los Estados Unidos servicios sanitarios tal como se había logrado  por el Presidente Obama frente a la insolidaridad de los republicanos… pero no  hay manera de que baje ni un ápice el gasto en armas.

-Los microcréditos eran excelentes microsoluciones para muchísima  gente… pero, como ya advertí hace muchos años, se corría el riesgo de que se  acabaran los macrocréditos para una eficaz cooperación para el desarrollo.

-En lugar de conocer la auténtica realidad de la calidad de vida de  los ciudadanos, las instituciones financieras internacionales y el Banco Mundial  se empeñan en utilizar el PIB y la renta per cápita. Y, así, resulta que Uganda  y Ruanda han tenido un “incremento espectacular”. Se debe a que el coltán que se  explota en la zona de los kivu por grandes consorcios multinacionales, “sale” –sin  beneficio alguno para los nativos congoleños- a través de Kampala y de Kigali.  Insisto: si no conocemos la realidad, nunca podremos aplicar soluciones  correctas.

-Hablamos de la imperiosa necesidad de garantizar la libertad de  prensa… al tiempo que vemos más canales de televisión concentrados en la misma  mano y, en los kioscos, más periódicos partidistas que reflejan exclusivamente  “la voz de su amo”.

-Los mercados que debían regularse y los paraísos fiscales que  debían cerrarse… han resultado, en fin de cuentas, que son los que están  regulando la vida política abriendo a los ciudadanos insolidarios mayores  posibilidades de evasión fiscal. “La Unión Europea refuerza el fondo de rescate  a cambio de un duro ajuste social”, leemos en la prensa. Tengo la seguridad de  que estas noticias no se leerán en pocos meses, porque la participación no  presencial permitirá que sean los ciudadanos los que aseguren decisiones  correctas en democracias de este modo consolidadas.

-La obra social de las Cajas de Ahorro se hareducido extraordinariamente… Otra  incoherencia: la obra social ha sido siempre, precisamente, el gran “diferencial  popular” que  las distinguía de las otras entidades financieras. Está claro que,  hasta ahora, siempre se rompe la cuerda por el segmento más débil. Pero, de  nuevo, fíjense bien en “la marea virtual” y cesen en actuaciones de esta índole ya que, antes de  lo que calculan, impedirá que sigan adelante este tipo de  incongruencias.

-Incongruencias,  incongruencias… ¿hasta cuándo?
Foto: Internet

Concurso de COMUNICASIBER: “Crear un estilo nuevo, para diversificar las ideas”


Concurso de COMUNICASIBER:
“Crear un estilo nuevo, para diversificar las ideas”

Miami parece una ciudad dormida, porque una gran parte de sus habitantes se han encerrado, en laberintos imposibles de vencer; hasta detener el paso, negar la mano amiga, esconder las palabras y acabar silenciando el arte, que, verdaderamente, en vez de estancarse, debería multiplicar las oportunidades, hasta catapultarse y florecer.
Con este panorama, surgió la idea de crear un estilo nuevo, para diversificar las ideas, reconocernos y establecer un paraíso, donde todos saliéramos a soñar, sin que el aire contaminado fuese a dañar los colores de nuestra nueva visión, permitiéndonos cultivar aquellos espacios, más allá de la cofradía y las bardas cotidianas, que algunos han impuesto, cual barrera, para resguardarse, incólumes, en la temporalidad de su arraigo o su poder, cuando más allá de todo, y cada vez más cerca del sueño puro y bohemio, la inspiración puede volar y permanecer, sin distinción de edades, generaciones, concepciones y falsos asentamientos de una misma estirpe etnológica y creativa.
Con COMUNICASIBER, el niño atrevido, audaz e insistente, tiene un nuevo reto, por lo que esta vez ha convocado a las musas, para trabajar sin descanso.
COMUNICASIBER abre nuevamente el libro grande de la creación, de la inspiración, y se propone inscribir, en cada artista, que asuma el reto de exponer su arte, dentro de un mundo libre y democrático.
COMUNICASIBER es el receptor, el castigador de las nubes mentales, que frenan las líneas, los versos, las manchas, los colores, las palabras cargadas de mensajes, para abrirse a la plenitud de la expresión y la creación.


COMUNICASIBER eres tú, aquel, somos todos los que entendemos que la “Comunicacción” es el lubricante necesario, para lograr el efecto de “Comuninteracción”, pues lo que realmente engrandece el arte es la sana competencia, la sublimación, entre todos los creadores y comunicadores, de un mundo abierto a innumerables metáforas, a las variables y variantes sobre un mismo tema.
COMUNICASIBER se une a causas diversas, como la del Comité Ampliado Pro Koubek Center y la de esa fábula viviente, que es la Calle 8, con sus “Viernes Culturales”, cruzando, de ciudad a mar, “La Pequeña Habana” de Miami, sin descontar las libertades de los artistas, para crear universos disímiles, a través de temas propios.
Por todo ello, COMUNICASIBER deja inaugurada la primera fase del “Concurso Vocacional de Artistas y Comunicadores Hispanos”, ya que han comenzado a enviarse y llegar los proyectos de los participantes, de tal manera, que todos podemos hacer nuestras primeras votaciones, las cuales se han declarado abiertas, desde el día de hoy, 19 de abril, en conjunción con nuestro aliado PollDaddy, como siempre hemos hecho.


Diariamente, en el blog www.comunicasiber.wordpress.com , iremos presentando los autores que nos van enviando sus creaciones, así como las modalidades, con las que participan, de modo que ustedes puedan ir votando, desde el inicio, a partir de las lecturas y propuesta de su creactividad. Luego, todos los que concursen, se integrarán a un espectáculo literario, dramático y músico-visual, el propio 29 de Abril, en la Galería de Arte de Iván Galindo y Mario Chuy, a partir de las 7:30 p.m., sita en el 2248 SW 8th Street, en el marco de los “Viernes Culturales de la Calle 8”, mientras que el sábado 30 de abril será la premiación, desde las 6 p.m., en el Centro de Arte Cuba Ocho (1465 SW 8th Street, suite 106), que culminará en un Brindis para premiados, pautado para el Restaurant Rancho Luna (45 NW 22nd Ave), a las 8:30 p.m., en donde se encuentran invitados todos los galardonados, en los Premios MANDALA DE LA COMUNICACCION 2011, del pasado 30 de marzo.
COMUNICASIBER corta para ustedes, el público, la cinta previa, que nos permitirá recorrer y celebrar este gran Festival de la imaginación, desde ahora, hasta el 29 de abril, en que se efectuará el gran Maratón Creactivo de la Comunidad de Comunicadores de Iberoamérica.


Directiva de COMUNICASIBER : Amelia Doval / Josan Caballero / Juan Carlos León
Presidenta / Vicepresidente Ejecutivo / Vicepresidente Rel. Públicas.




Fotografías: COMUNICASIBER


Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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