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Autor: PABLO FELIPE PÉREZ GOYRY   Venta aquí: https://t.co/ByjkJ88vJB


©Pablo Felipe Pérez Goyry

24 de junio de 2002

Cuba: Es deber de los cubanos el reflexionar como Nación.

Por Pablo Felipe Pérez Goyry.
24 de junio de 2002.

Desde la hondura del corazón, defiendo la benevolencia. También la Filosofía de la Noviolencia del Mahatma Gandhi y Martin Luther King, Jr; como antídoto para los graves problemas de la humanidad.

Empero... no estoy de acuerdo con la politiquería que se proyecta instalar en Cuba "después de Castro", por la extrema derecha cubana. Si confío más en los hermanos, de pensamiento comedido y conciliador, gestores del Proyecto Varela; independientemente de que coincida o no con algún parecer político o religioso. De todas maneras, cualquier cambio en Cuba, será como anhelamos los cubanos de bien. Es decir, construir sólidos cimientos que impidan se hunda la patria en un neoliberalismo salvaje y no sea la libertad de empresa el retorno de los "dueños y señores de Cuba", como antes del "triunfo" de la revolución. Los conozco y sé muchos cubanos también. Sinceramente no sería benéfico para la mayoría de los cubanos se entronice en la isla el poder "status quo", como no ha mucho del primero de enero, del cincuenta y nueve. No es un concepto superficial y mucho menos retórica, miremos el mundo actual, en especial a Rusia. Que decir, de las
pretensiones - de la oligarquía criolla en Venezuela - contra Chávez y el pueblo que lo eligió en las urnas como su presidente constitucional.

Toda la comunidad cubana tiene derecho a exigir ser escuchado en sus reclamos. ¡Estoy de acuerdo! Eso sí, algo esta claro para mí – guste o no –, la última palabra la tendrá siempre la mayoría del pueblo. Esto ayuda a perseverar en él dialogo, con respeto y sapiencia - todos los cubanos -, como raza y nación. Estoy convencido que es posible, porque más allá de los intereses económicos, políticos o religiosos estará primero la patria.

El altruismo y una coherente Filosofía de la Noviolencia, son de las mejores opciones para solucionar la controversia entre cubanos, adentro y fuera de Cuba. La experiencia a demostrado de que, por más de cuatro décadas, el enfrentamiento violento – de palabras y hechos – no han generado ningún fruto salutífero para el país.

Los cambios en la Constitución cubana son inevitables. Hay que exigir modificaciones para permitir la participación - de todas las corrientes de pensamiento - en los destinos de Cuba. Es ladino profesar la solución armada –como la pretendida en Bahía de Cochinos y Playa Girón, el Escambray o los actos terroristas – con ayuda de los EE.UU. Tampoco es honesto esperar indiferente lo irremediable, para bien o para mal. No es meritorio que los agraviados - por la revolución cubana y sus seguidores - quieran cobrar con violencia o "justicia" los daños recibidos; en nombre de los presos políticos o de los que han muerto cruzando el estrecho de la Florida o rehúsan convivir con los que tienen ahora el poder en Cuba. Todos – sin excepción – tenemos derecho a defender una ética de hábitos y convivencia; hay que respetar con honorabilidad y sabiduría. Así, derecho tengo yo para indulgentemente abogar por la Noviolencia y el discernimiento, como esencia de la esperanza y la concordia nacional.

Las enseñanzas preclaras de los coterráneos que con honra construyeron la nación, no deben desdeñarse. Tampoco debemos relegar - por acomodo personal – el genuino pensamiento de José Martí. Es deber de los cubanos el reflexionar como nación, desde el alma. Esto me motiva a compartir - con mis compatriotas, aunque la desestiman algunos – el último documento que redactara nuestro apóstol, dirigida a Manuel Mercado. Escudriñemos la historia de Cuba y el contenido profético de esta carta. ¡Es útil para el futuro de Cuba!

Campamento de Dos Ríos, 18 de mayo de 1895.

Sr. Manuel Mercado

Mi hermano queridísimo: Ya puedo escribir, ya puedo decirle con qué ternura y agradecimiento y respeto lo quiero, y a esa casa que es mía y mi orgullo y obligación; ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.

Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos—como ése de Ud. Y mío, —más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, —les habían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.

Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: —y mi honda es la de David. Ahora mismo, pues días hace, al pie de la victoria con que los cubanos saludaron nuestra salida libre de las sierras en que anduvimos los seis hombres de la expedición catorce días, el corresponsal del Herald, que me sacó de la hamaca en mi rancho, me habla de la actitud anexionista, menos temible por la poca realidad de los aspirantes, de la especie curial, sin cintura ni creación, que por disfraz cómodo de su complacencia o sumisión a España, le pide sin fe la autonomía de Cuba, contenta sólo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, —la masa mestiza, hábil y conmovedora del país, —la masa inteligente y creadora de blancos y de negros.

Y de más me habla el corresponsal del Herald, Eugenio Bryson: —de un sindicato yanqui—que no será—con garantía de las aduanas, harto empeñadas con los rapaces bancos, para que quede asidero a los del Norte; —incapacitado afortunadamente, por su entrabada y compleja constitución política, para emprender o apoyar la idea como obra de gobierno. Y de más me habló Bryson, —aunque la certeza de la conversación que me refería, sólo la puede comprender quien conozca de cerca el brío con que hemos levantado la revolución, —y la incapacidad de España para allegar en Cuba o fuera los recursos contra la guerra, que en la vez anterior sólo sacó de Cuba.—Bryson me contó su conversación con Martínez Campos, al final de la cual le dio a entender éste que sin duda, llegada la hora, España preferiría entenderse con Estados Unidos a rendir la isla a los cubanos.—Y aun me habló Bryson más: de un conocido nuestro y de lo que en el Norte se le cuida, como candidato de los Estados Unidos, para cuando el actual Presidente desaparezca, a la presidencia de México.

Por acá yo hago mi deber. La guerra de Cuba, realidad superior a los vagos y dispersos deseos de los cubanos y españoles anexionistas, a que sólo daría relativo poder su alianza con el gobierno de España, ha venido a su hora en América, para evitar, aun contra el empleo franco de todas esas fuerzas, la anexión de Cuba a los Estados Unidos, que jamás la aceptarán de un país en guerra, ni pueden contraer, puesto que la guerra no aceptará la anexión, el compromiso odioso y absurdo de abatir por su cuenta y con sus armas una guerra de independencia americana.

Y México, ¿no hallará modo sagaz, efectivo e inmediato, de auxiliar, a tiempo, a quien lo defiende? Sí lo hallará, —o yo se lo hallaré.— Esto es muerte o vida, y no cabe errar. El modo discreto es lo único que se ha de ver. Ya yo lo habría hallado y propuesto. Pero he de tener más autoridad en mí, o de saber quién la tiene, antes de obrar o aconsejar. Acabo de llegar. Puede aún tardar dos meses, si ha de ser real y estable, la constitución de nuestro gobierno, útil y sencillo. Nuestra alma es una, y la sé, y la voluntad del país; pero estas cosas son siempre obra de relación, momento y acomodos. Con la representación que tengo, no quiero hacer nada que parezca extensión caprichosa de ella. Llegué con el General Máximo Gómez y cuatro más, en un bote en el que llevé el remo de proa bajo el temporal, a una pedrera desconocida de nuestras playas; cargué, catorce días, a pie por espinas y alturas, mi morral y mi rifle; —alzamos gente a nuestro paso; —siento en la benevolencia de las almas la raíz de este cariño mío a la pena del hombre y a la justicia de remediarla; los campos son nuestros sin disputa, a tal punto, que en un mes sólo he podido oír un fuego; y a las puertas de las ciudades, o ganamos una victoria, o pasamos revista, ante entusiasmo parecido al fuego religioso, a tres mil armas; seguimos camino, al centro de la isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar, la autoridad que la emigración me dio, y se acató adentro, y debe renovar conforme a su estado nuevo, una asamblea de delegados del pueblo cubano visible, de los revolucionarios en armas. La revolución desea plena libertad en el ejército, sin las trabas que antes le opuso una cámara sin sanción real, o la suspicacia de una juventud celosa de republicanismo, o los celos, y temores de excesiva prominencia futura de un caudillo puntilloso o previsor; pero quiere la revolución a la vez sucinta y respetable representación republicana, —la misma alma de humanidad y decoro, llena del anhelo de la dignidad individual, en la representación de la república, que la que empuja y mantiene en la guerra a los revolucionarios. Por mí, entiendo que no se puede guiar a un pueblo contra el alma que lo mueve, o sin ella, y sé cómo se encienden los corazones, y cómo se aprovecha para el revuelo incesante y la acometida el estado fogoso y satisfecho de los corazones. Pero en cuanto a formas, caben muchas ideas, y las cosas de hombres, hombres son quienes las hacen. Me conoce. En mí, sólo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad. Y en cuanto tengamos forma, obraremos, cúmplame esto a mí o a otros.

Y ahora, puesto delante lo de interés público, le hablaré de mí, ya que sólo la emoción de este deber pudo alzar de la muerte apetecida al hombre que, ahora que Nájera no vive donde se lo vea, mejor lo conoce y acaricia como un tesoro en su corazón la amistad con que Ud. Lo enorgullece.

Ya sé sus regaños, callados, después de mi viaje. ¡Y tanto que le dimos, de toda nuestra alma; y callado él! ¡Qué engaño es éste y qué alma tan encallecida la suya, que el tributo y la honra de nuestro afecto no ha podido hacerle escribir una carta más sobre el papel de carta y de periódico que llena al día!

Hay afectos de tan delicada honestidad

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Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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