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©Pablo Felipe Pérez Goyry

13 de abril de 2011

Temblor de Tierra - Por: Odette Alonso


Temblor de Tierra
Para mi querida Maya, en su cumpleaños

Por: Odette Alonso

El jueves, día de Júpiter, el dueño de los cielos y el Olimpo, estaba muy sentadita leyendo el más reciente poemario de Minerva Salado, Ciudad oculta —que es excelente y pronto tendré el gusto de reseñarlo—, cuando de pronto me sentí mareada. “Mmm, no estoy nada bien, aunque el doctor Mireles diga lo contrario”, pensé milésimas de segundos antes de que un golpe de adrenalina, instintivo, me avisara que estaba temblando. Milésimas de segundos después, el cerebro se dio cuenta de lo que pasaba y agucé el oído para escuchar el inconfundible crujido de las paredes y decir entonces, conscientemente, “¡está temblando!”

Mientras veía a las lámparas de la sala bailar enloquecidas una especie de charlestón, pensé en cuán conectados estamos los humanos a la Tierra que el chorro de adrenalina, esa señal inequívoca del miedo y el peligro, llega mucho antes de que la parte “educada” de la conciencia se percate de causas, consecuencias y demás razonamientos; cuán animales somos que las respuestas primarias —asustarnos, gritar y correr para ponernos a salvo— se adelantan a cualquier civilizada reacción.

Cuando finalmente el vaivén se apaciguó, reviví —repensé— cada paso del suceso percatándome, una vez más, de cómo reconocemos y experimentamos en un nivel telúrico, íntimo e inexplicable, ese movimiento de la Madre, del mismo modo en que seguramente sentirá una pulga las sacudidas de su planeta perro, y cómo somos todos —pulga, perro, humano, planeta y universo— parte del mismo sistema, de la misma Unidad.

Hace un rato, leyendo acerca de las siete profecías mayas, me encontré un razonamiento que al instante anoté: el ser humano —buena parte de ellos— actúa como depredador porque, en su tremenda arrogancia y su tendencia parásita, cree que el mundo le pertenece, que existe sólo para que él se beneficie, para estar a su servicio, y no viceversa. Como se siente la única expresión de vida inteligente, su absurda prepotencia le impide insertarse humildemente en el Universo como una criatura más.

Es justamente esa actitud de hostilidad la que ha roto el equilibrio natural entre nuestra especie y su entorno. Y no es que, como dicen los catastrofistas, eso vaya a provocar el fin del mundo —aunque colaborará en la medida en que le toque—, sino que la Tierra, que no es un pedrusco inerte ni una madre abnegada sino un organismo vivo y sensible como cada uno de nosotros, se sacudirá todo aquello que le moleste, como hacemos con la hormiga que nos trepa por la pierna o con el mosquito que nos incordia en la madrugada.

Esta mañana, cuando daba los buenos días a Roberto, mi helecho filipino, y a las otras plantitas de la casa, vi avanzar hacia mí, decidida como tanque de guerra, una visión del pasado: una enorme y brillante cucaracha. “¡Pero mira a ésta qué fresca y qué atrevida!...”, me dije y le asesté un par de escobazos que le hicieron lo que el viento a Juárez —o sea, para los no mexicanos, nadita de nada—; corrió a esconderse bajo la mesita de la esquina y la fuga de Fukushima fue juego de niños al lado de la lluvia de Raid matabichos que le cayó encima. Pero no en balde dicen que ellas serán las únicas sobrevivientes del fin de los tiempos: salió de su escondite y necesité otra tanda de escobazos e insecticida para acabar con ella y echarla, luego, a una fosa común: el bote de la basura.

Llena de remordimiento, porque el animalito no me había hecho nada y luchó por su vida como una valiente, comprendí que así mismo, tal vez con menos escrúpulos, nos hará la Tierra cuando acabe de hartarse de nosotros o le representemos un peligro para el resto de las especies cohabitantes. Será, simplemente, un requisito para el restablecimiento del equilibrio natural, universal, o para el cumplimiento de inalterables ciclos geológicos ya marcados, calculados y esperados.

Pero no se angustien de más ni por anticipado. Hoy, que hace cincuenta años de que el ser humano —uno en específico: Yuri Gagarin— incursionara por primera vez en el espacio exterior y que es el cumpleaños de mi querida amiga Maya Islas, maestra y ser de luz que con la generosidad y paciencia que le caracterizan me ha guiado y enseñado, les digo también que, después de diciembre del año que viene —de cuyos detalles no hablaré porque hay mucha gente burlona, incrédula y/o aprensiva—, habrá una sincronía entre todos los seres vivos que elevará la frecuencia vibracional y hará florecer una nueva conciencia planetaria. Los que sepan esperar, que esperen; los que puedan entender, que entiendan.

¡Feliz cumpleaños, mi querida Maya! Éste es tu regalo.
Foto: Internet

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Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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