Siempre me he preguntado por qué si guionistas cubanos como Eduardo Macías, Ramón Fernández Larrea y Luis Agüero, entre otros muchos de igual capacidad y talento, residen en Estados Unidos se recurre a una radionovela muy distante de lo que ocurre hoy en Cuba con los trabajadores por cuenta propia que sufren los rigores de una economía menestral; los campesinos arrendatarios, obligados a salvar del marabú tierras abandonadas por el gobierno; las mujeres que se ven obligadas a prostituirse ante un panorama de pobreza insondable; los jóvenes, cuya única aspiración es jugarse la vida en una frágil embarcación, fabricada con más ingenio que materiales flotantes; las Damas de Blanco que, cotidianamente, desafían una dictadura que las reprime brutalmente.
¿No sería bueno encargarles un guión con estas historias a guionistas de la talla de Marcos Miranda, Ramón Fernández Larrea, Eduardo Macías o Luis Agüero, ya que se quiere brindar una programación de elaboración cuidadosa y temas de actualidad? ¿No se convertiría con ello el espacio dramatizado en un espacio informativo a la vez? ¿Es que se tiene el mediocre concepto de que aquello que resultó efectivo, hace más de veinte años, puede serlo otra vez?
Un antiguo adagio popular afirma que quien imita, fracasa. Esmeralda funcionó a finales de la década de los 80 porque eran otras las circunstancias nacionales. Desde entonces el pueblo cubano es otro. Surgió la prensa independiente, creció la disidencia a niveles insospechados, las Damas de Blanco han escrito una de las páginas más puras y gloriosas de la historia de Cuba y el movimiento de blogueros ha alcanzado resonancias de alcance mundial.
¿A qué entonces Esmeralda a estas alturas de la vida nacional cubana?
Gracias Pablo Felipe, brindemos con otros Chácata de la vieja UPEC.
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