Por Pablo Felipe Pérez Goyry
5 de agosto de 2007.
Las sociedades son diferenciadas y cada estrato social disfruta de particularidades psicológicas especiales y personalidad propias. Quizá, por esta razón, y con incuestionable sabiduría, sé cree que uno de los rasgos que caracterizan al hábito social, es el de aceptar acríticamente la ideología, el orden existente y las normas-valores dogmáticos.
Esta particular psicología ―de los individuos y la sociedad―, se manifiesta en ocasiones agachando la cabeza y acomodándose a la influencia del conjunto, y a las opiniones de la mayoría. Tomando en cuenta estos argumentos, es precisamente esta psicología individual y colectiva la que propicia el fortalecimiento centrista del Estado, para este pueda manipular a las masas o por el contrario, como en Colombia, sean utilizadas por las guerrillas marxistas FARC y el ELN, y los grupos paramilitares.
Sin lugar a dudas, en Colombia, se hace necesario el fortalecimiento de las normas e instituciones democráticas, para se respete la libertad y garantice con responsabilidad la organización del Estado. Los colombianos sufren la ausencia de un congruente equilibrio socio-económico-político, que impida la rapacería en el país. Es decir, el Estado tiene la obligación de establecer las adecuadas normas e instituciones jurídicas, para salvaguardar la libertad mediante la fiscalización del quehacer de la política, economía y sociedad, incluyendo la aplicación de la constitución y las leyes. Durante más de medio siglo, estas premisas se han ultrajado.
Tengo la percepción de que una parte de la sociedad colombiana se ha acostumbrado a una realidad donde la impotencia y el terror son los que determinan la conducta y las decisiones, y de los que tienen el poder son los que se imponen cada día.
Durante décadas, los colombianos han soportado, lo he visto, la incapacidad de los gobiernos para derrotar a los grupos al margen de la ley. Para algunos analistas, los insuficientes recursos son un factor decisivo. Otros, dicen que se debe a la corrupción política y la desacertada organización de las Fuerzas Armadas. Para los más escépticos, es la psicología individual y colectiva del colombiano, sumado a la frustración y el deterioro del carácter, que limitan la lucha contra el narcotráfico, la corrupción, las guerrillas, los paramilitares y la delincuencia común.
No comparto totalmente el argumento de la incapacidad psicológica de los colombianos ―para procesar un punto de vista propio y, de no tener capacidad de discernir y tomar decisiones de manera autónoma― para luchar contra una realidad que les tiene secuestrada la libertad. Prefiero adherirme a la tesis de que esta psicología está trastornada por la ausencia de libertad y, el no adecuado mejoramiento estructural de la educación y la cultura cívico-política, como herramientas que permitan vivificar la personalidad de los colombianos, para pueda ser creativo, tenga discernimiento por cuenta propia. La libertad es un derecho y no debe ponerse en peligro.
Las guerrillas comunistas de las FARC y del ELN, dicen de van ha tomar el poder y anuncian que es dable. Lo que no deja de ser una utopía, pues, es incuestionable el fracaso de su narco lucha, que han sumergido en la desesperanza e indefensión a la generalidad de ciudadano, y convertido a Colombia en un país empobrecido y despojado de sus libertades. No hay dudas de serán derrotadas porque están desacreditadas, desmoralizadas, y les ocurrirá lo mismo que las guerrillas en Venezuela, Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay, Ecuador, El Salvador, Guatemala.
En Colombia la pobreza es alarmante, que es el caldo de cultivo para se incremente las actividades al margen de la ley, y se desparramen por el territorio nacional. En tanto, por décadas, vemos a un Estado devorado hasta los tuétanos por la corrupción e infectado por la parapolítica y el narcotráfico. Las perspectivas de un mejoramiento de la situación conflictiva que vive el país, no son muy halagadoras.
Así las cosas, entre muchas, para los colombianos puedan gozar de paz y libertad, es imprescindible, estructurar una buena educación y cultura política, pues, estas permiten el desarrollo de la personalidad en los seres humanos, como complemento de esta libertad y cultura, que son unidad modular de la cultura cívica (civismo), y que tiene como virtud el disciplinar las relaciones entre los ciudadanos, los grupos políticos, las instituciones gubernamentales nacionales y global. Está en las manos de los colombianos, cuando tengan una percepción diferente y asuman sus responsabilidades, cambiar este sombrío panorama.
Empero, se hace necesario líderes creíbles y honestos que den prioridad a la tarea de fortalecer la libertad y democracia, y enfrente con bravura a las fuerzas que están al margen de la ley. De igual manera, vigorizar los programas educativos e ilustrar a la sociedad, para pueda saber al dedillo como defender la libertad.
A todas luces, para prospere la libertad y democracia, es medular las oportunidades, la educación y cultura política honesta, pues, estas incentivan el desarrollo de la personalidad, como apéndice de la autonomía y conocimiento, que son elementos del pundonor, y que tiene como atributo el salvaguardar la convivencia coherente y fraternal entre todos los colombianos.
En Colombia, no tendrá sentido hablar de paz y reconciliación, a no ser que los nacionales reaccionen y busquen alternativas para abrir la puerta que permitan dar solución a determinados problemas críticos:
· desplazamiento forzado y pobreza endémica,
· pobreza eterna y desempleo arraigado,
· corrupción divinizada y complicidad desvergonzado,
· exclusión ignominioso y marginación execrable,
· desesperanza de la juventud y débil identidad nacional,
· baja calidad y cobertura de la educación,
· inseguridad en la seguridad social,
· atropellamiento de las libertades y el asesinato de la democracia.
· violencia desenfrenada e impunidad escandalosa,
· odios enquistados y conflictos geopolíticos,
· desequilibrios regionales y economía subterránea,
· desconocimiento, deterioro y desaprovechamiento de los recursos naturales,
· atraso científico y tecnológico,
· prejuicios históricos e indiferencia de los dirigentes políticos, gamonales y caciques.
Más allá de las imperfecciones, no hay que borrar de la memoria, la excelsitud del ser humano está en su discernimiento y benevolencia, que deben ser la base ética de toda acción personal y social. Los colombianos no carecen de estas esenciales particularidades.
Con respeto, por todas estas razones, yo opino que en Colombia el futuro de la libertad, democracia y paz, no es una utopía. Eso sí, será posible cuando los colombianos acojan, con responsabilidad, un sistema universal de derechos, otorguen interés a la equidad y competitividad para la realización integral del ser humano, y, cuando el Estado y los ciudadanos, sin paños tibios, acepten con civismo ser juzgados por las mismas normas éticas.
Tiene la palabra amiga, amigo... ¡Namaste!
Me parece que eres un predicador mas de la ultraderecha.
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