Jaime Bayly: el outsider libertario o la dictadura del espectáculo.
Por Paul Alfonso
Periodista, celebrity, comediante, narrador, posmoderno, bisexual, agnóstico, sofista, letrado, superficial, trasgresor, comercial, conservador, cosmopolita, chicha, populista, elitista, demagogo, pueril, lírico, exhibicionista, ex adicto, ex suicida, precoz, experimentado, egocéntrico, carismático, depresivo, hilarante, informado, sesgado, conflictivo, conflictuado, contradictorio y, sobre todo, ambiguo. Mientras todos se preguntan si realmente será candidato presidencial o si tendría posibilidades de ganar o cuán viables son sus propuestas, aquí algunos apuntes para entender el fenómeno Jaime Bayly. ¿Qué significa que el francotirador juegue con la idea de ser presidente del Perú y que todos le sigamos la corriente?
La ambigüedad puede ser un gran capital político: es quizá la manera más honesta de ser un constante tránsfuga de sí mismo. Jaime Bayly lo sabe. Ha construido un personaje emblemático cuya identidad fluye entre el circo mediático y el periodismo influyente; entre la alta cultura de la literatura cosmopolita y el folclórico espectáculo de la farándula local. Atraviesa clases sociales a través de una pantalla de televisión; baila con la homofobia colectiva travestido de celebridad. Genera escozor a la derecha y a la izquierda, simplificando como sofista todo tipo de discurso. Sabe que la gran arma de estos tiempos es la risa. Que las dictaduras son mediáticas. Que no importa ser cultivado; más vale ser divertido. Y que esto está bien.
La idea de Bayly como posible candidato es el eslabón más reciente de un fenómeno global: los discursos del espectáculo, la política, los medios, la farándula, el periodismo, la publicidad se mezclan hasta del punto en que es difícil—o imposible—diferenciarlos. Los periodistas entretienen. Los políticos hacen comedia y espectáculo. Las celebridades entran en política. El gran vehículo de este reality show a tiempo completo son los medios masivos de comunicación. Desde la popularización de la TV, los críticos han acusado un embrutecimiento colectivo y un distanciamiento de los ciudadanos a la participación política. Se han preguntado: ¿Son los medios electrónicos una forma de estupidización masiva a través de la cual se manipula al pueblo? ¿O son, por el contrario, la democracia de la información? Pues depende, en realidad son los dos. En todo caso, la tendencia global en los medios (intensificada en los noventa) ha sido el sensacionalismo y el estilo tabloide. El Perú, sin duda, es un referente. Porque (aunque esta tradición se inaugura con la penny press gringa y en el Perú con la fundación del diario popular Última Hora en 1950), con Fujimori se institucionalizó el circo. Y desde entonces, todos cargamos con algo de plumas y lentejuelas. Si no lo sabían, bienvenidos al show. La entrada es gratis; la salida, vemos.
UNO.
El espectáculo siempre ha sido un componente del poder. Los hechos más importantes de nuestro tiempo parecen parte de una película efectista. Las impactantes imágenes de dos aviones estrellándose contra las torres del World Trade Center han sido repetidas hasta el hartazgo, vaciándolas de significado, simplificando su interpretación y aislando a la pura imagen para alimentar ese morbo (ese secreto goce por la muerte y el desastre) que todos tenemos dentro. El 9/11 simboliza el conflicto del mundo contemporáneo, pero a veces más parece el trailer de una película de Spielberg. En el Perú, nuestros momentos históricos también le deben mucho a Hollywood. 1992: tras ser apresado el líder del grupo terrorista Sendero Luminoso, es mostrado ante las cámaras de todo el mundo encerrado en una jaula, vestido con un traje a rayas, caminando como un animal que ladra consignas inexplicables. Fujimori admitió luego que esta performance fue influenciada por estrategias del cine norteamericano para causar un mayor impacto en la opinión pública. 2000: un video (tipo cámara secreta) muestra al asesor presidencial entregándole dinero a un congresista y poco después cae el gobierno de Fujimori. El mandatario huye del país y en un gesto digno de una comedia con Leslie Nielsen renuncia desde Japón por fax. Desde entonces, aparecen decenas de videos (varios episodios y temporadas) exhibiendo la corrupción a través de la participación de una variada gama de personajes (que incluyen a políticos, dueños de medios y periodistas). 2004: Cuando en el Perú ya reina la democracia encabezada por un inquieto presidente (una suerte de Charlie Sheen del Melody), inesperadamente Fujimori vuelve a tomar los escenarios. La telenovela diaria de su juicio será emitida en horario familiar y le otorgará gran reconocimiento actoral al protagonista (como la escena en que se duerme, se saca los zapatos, se le quiebra la voz, o le grita al mundo sus verdades desesperadas). Con nuevo repertorio de personajes, esta alternativa aún está presente en la escena local. 2006: Luego de una década en el exilio y de sufrir una intensa campaña de satanización, el anticristo regresó al Perú en 2001. Se bajó de un avión y ya tenía más de 10% de apoyo. Hizo mítines donde recitaba ardorosamente los mejores extractos del monólogo de Segismundo. A los cinco años, fue otra vez presidente del Perú. Porque la vida es sueño y los sueños, sueños son. 2009: tras haber liderado una campaña por el voto en blanco el 2001, el showman más polémico del país dice que quiere ser presidente y todos se ríen. 2010: Bayly dice que todavía quiere ser presidente. Y muchos se ríen, nerviosos.
Bayly no es el primer personaje del espectáculo que aspira a un cargo público. En el Perú, hay claros y pintorescos referentes. Ricardo Belmont, dueño de RBC televisión, fue elegido alcalde de Lima. La vedette Susy Díaz, con un número 13 tatuado en la nalga derecha, fue congresista. El salsero “Koko” Giles es alcalde de Huánuco. Los comediantes Melcochita y Manolo Rojas han estado en carrera, al igual que el nuevaolero Jimmy Santi. Peloteros y otros deportistas retirados han postulado a cargos públicos. En las próximas elecciones, el criollo Pepe Vásquez, la vernacular Amanda Portales y la veterana Monique Pardo se vocean como candidatos. Pero esto no es sólo un fenómeno local. En Estados Unidos, por ejemplo, el actor Ronald Reagan fue presidente. El indestructible Arnold Schwarzenegger es gobernador de California. El comediante Al Franken es senador. El célebre periodista gonzo Hunter Thompson postuló para sheriff. El documentalista Michael Moore lanzó a un ficus como padre de la patria. Ahora, Will Smith quiere convertirse en el segundo presidente afroamericano. En la región, Hugo Chávez es el telepopulista más altisonante y la consolidación de la figura presidencial como performer. Sabe de la necesidad de controlar los medios para ejercer el poder autoritario. Por eso, cierra medios de comunicación, no tolera prensa opositora y tiene un interminable programa televisivo llamado “Aló presidente”. En esta cadena de neopopulistas mediáticos—que incluye a históricos como Menem en Argentina, Collor de Melo en Brasil o Uribe en Colombia—Fujimori es, sin duda, un pionero. El Perú es célebre por contar con la primera dictadura mediática de América Latina.
TRES.
El régimen tenía como prioridad controlar a los medios de comunicación masivos y populares. Por eso, a través de Montesinos y el SIN, compró la línea editorial de casi todos los canales de televisión con plata del Estado. La prensa chicha fue el más nauseabundo de los testimonios escritos: más de una decena de tabloides populares financiados (o fundados) por el gobierno. Combinaban en sus chirriantes páginas ataques contra la oposición, celebración del régimen, sangre, y desbordantes nalgas y tetas de las vedettes más carnosas del Perú. El equivalente televisivo de esto era el programa Laura en América: el circo de la pobreza, la sórdida vejación de las clases populares. La versión gore de Augusto Ferrando, pero acompañado de un discurso servil a Fujimori y una exaltación de la mano dura del Chino. Y nada más político que el programa de Magaly Medina. Mientras los casos de la Cantuta o Barrios Altos eran disimulados en los medios, la agenda noticiosa (léase: los temas sociales más relevantes que generaban debate ciudadano) estaba marcada por las prostivedettes o el último ampay a un pelotero o personaje de la farándula. Sin pelos en la lengua, Medina se configuró como el nuevo tipo de periodista desde un canal expropiado por el Estado. Porque ella es periodista. Porque su programa “periodístico” era el más popular. Porque ese era el periodismo de Fujimori. Curiosamente fue también bajo esta fórmula del infoentretenimiento que se generó espacio para la oposición. Beto Ortiz tuvo a su cargo en la TV una pequeña isla crítica ante el régimen. También ayudó a inventar a Toledo. Pero esa es otra historia que terminaría con el cronista exiliado y un presidente que llegó al 7% de aprobación y acusó a la prensa de organizar un complot para sacarlo del poder. Porque la prensa—oh, el cuarto poder—después del 2000 sacó las garras. Pero algo había cambiado. Ya no estaba Fujimori, pero algo, como una lumpenización del lenguaje mediático, había quedado en los más aguerridos programas periodísticos e impregnaba la flamante blogósfera. Para entonces, Bayly ya había dejado de ser el niño terrible y era el francotirador.
CUATRO.
Bayly es periodista. Empezó como reportero a los 16 años, participó en el diario La Prensa, y llegó a la televisión como solemne comentarista para tener pronto un programa propio y convertirse en líder de opinión. Pedro Salinas lo incluye en su antología de entrevistas a los periodistas más destacados del país. Ha escrito columnas para diversos medios internacionales. Es además, considerado uno de los mejores entrevistadores del Perú. Este oficio lo configura como alguien informado, que tiene una visión insider del poder, que tiene un conocimiento acumulado de la historia y el acontecer noticioso. Es decir, Bayly como periodista es destacable. Pero esto no le alcanza. Principalmente, porque el periodismo no alcanza. Lo medios están en crisis. Los jóvenes cada vez leen menos periódicos, migran a nuevas alternativas digitales y consumen menos noticias tradicionales. Quieren que los entretengan. Y los medios lo hacen. El periodismo lo hace. Este proceso de infoentretenimiento ha sido a menudo visto como algo negativo. Una manera autoritaria de imponer intereses comerciales, políticos y corporativos a través de la banalización del discurso público. Sin embargo, este sistema tiene fisuras y nuevos géneros críticos han cobrado poder. No es fortuito que algunos de los programas políticos más influyentes de Estados Unidos sean dirigidos por comediantes, como The Daily Show with Jon Stewart o The Colbert Report. Que la revista de noticias falsas The Onion siga vigente desde 1988. Que las revistas satíricas The Clinic de Chile, Barcelona de Argentina o Dedo Medio de Perú tengan leales lectores, especialmente entre los más jóvenes. Porque las nuevas generaciones buscan entretenerse, pero también informarse. Y si hay que escoger, eso sí, prefieren entretenerse. Y en todos sus aspectos, Bayly es, principalmente, un entertainer.
CINCO.
Bayly es celebrity. Ha estado 26 años en la televisión peruana (y ha tenido programas en varios países de habla hispana). Ha sido protagonista de cómo han cambiado los medios masivos en las últimas décadas. En esta trayectoria supo no pasar de moda. Entendió que había que ser flexible y saber reinventarse, y que el escándalo era la mejor manera de no perder vigencia. Adaptó géneros televisivos norteamericanos y se inspiró en David Letterman, en la tradición del stand-up comedy, del talk show y del late night show. Como en una coctelera esquizofrénica, en él también habita algo de Ferrando, de Hildebrandt, de Risas y Salsa y de Vargas Llosa. Supo desterrar a Laura Bozzo y convivir con Magaly Medina. A pesar de todas estas influencias (o quizá debido a ellas), inventó un estilo de hacer televisión. Este estilo no es sólo reconocible localmente, sino en buena parte de América Latina. Porque Bayly es transnacional, un commodity hispano en este mundo globalizado. Es probablemente el celebrity peruano más famoso en la región. En contraste a los quince minutos de fama que Warhol pronosticaba para los ciudadanos posmodernos, Bayly es la prueba de que hay personajes que ostentan un estado vitalicio. Que sólo existen bajo los reflectores. Que su imagen reproducida masivamente es quizá su identidad más certera en un mundo donde “todo lo sólido se desvanece en el aire”.
SEIS.
Bayly es escritor. Desde que apareció su novela “No se lo digas a nadie” en 1994, Bayly ha publicado más de una docena de libros. Ha ganado el prestigioso premio Herralde y ha sido finalista del premio Planeta. Inicialmente tachado como escritor “light” por el establishment literario, el diario El Comercio galardonó a su libro “El cojo y el loco” en el 2009. Descendiente literario del español Ray Lóriga y comparable al chileno Alberto Fuguet, las primeras novelas urbanas de Bayly, escritas en primera persona y con un lenguaje llano y explícito, hablaban de jóvenes confundidos de estatus privilegiado, de la incompatibilidad entre el amor homosexual y la felicidad, de la autodestructiva compulsión de las drogas. En estas historias ha retratado sin pudor a personajes de la farándula, de la política o de su entorno. De intencional tinte autobiográfico, sus libros siempre han jugado con el límite entre la realidad y la ficción. Mientras en el Perú los escritores se dividían en bandos imposibles (andinos versus criollos, por ejemplo), Bayly quería ser global. Y en esta ambición, más allá de su calidad literaria, ha tenido éxito considerable. Es un escritor internacional. Y por si alguien aún lo duda, hace un rato que, para bien o para mal, la obra de Bayly también entró al arbitrario canon de la narrativa peruana.
SIETE.
Bayly es pituco. Pero se presenta como un pituco trasgresor; a veces, incluso, un traidor de clase. Porque revela las intimidades de la clase alta, porque critica varios de sus valores, porque ventila sus chismes con el pueblo y los convierte en personajes de chollywood. O sea, porque los cholea, porque les malea el ambiente, porque invita simbólicamente a Tongo a exclusivas fiestas de Asia. Porque mete a todos en la misma olla y los mezcla ejerciendo la democracia del chongo. Y a la gente le gusta eso. Se lo agradecen. Porque así todos se igualan. Y Bayly no es un pituco como el resto. Es un pituco bacán. Por eso, tiene cierta acogida popular. O sea, no es Tudela bailando el Baile del Chino ni es PPK tocando la flauta. Aunque reproduzca muchos prejuicios de la clase alta limeña, el carisma mediático de Bayly atraviesa barreras raciales y de clase con el lenguaje universal del slapstick.
OCHO.
Bayly es bisexual. ¿Cómo puede generar empatía popular un hombre blanco, exitoso y pituco en un país pobre, mestizo, y con más frustraciones que glorias? Es decir, más hegemónico que Bayly no hay. Pero un momento: él también pertenece a una minoría oprimida. Bueno, pertenece a veces. Cuando le provoca. En todo caso, sabe lo que es luchar contra el prejuicio, contra la homofobia brutal de esta sociedad pacata. Una vez entrevisté a Bayly en Washington DC y le pregunté: “¿No crees que lo gay se está volviendo mainstream?” “No en Latinoamérica”, me contestó. Y tiene razón. Por eso, uno puede ver en Facebook y otras redes sociales grupos que están en contra de su candidatura debido a su bisexualidad (que para muchos, sin embargo, es la condición natural del ser humano). Y si uno pregunta en la calle, hay mucha gente que no votaría por él porque es “cabro”. Entonces, Bayly presenta en su programa a una guapa chica de 21 años como su nueva pareja que lo ha rescatado de la impotencia sexual y espera que sea la madre de su hijo. Esta facilidad interpretativa de roles sociales es una de las armas más eficientes de Bayly para configurarse como ese mesiánico outsider del que todos hablan.
NUEVE.
Bayly es generacional. Y más específicamente, noventero. La década nefasta del autoritarismo. También del neoliberalismo, las privatizaciones y las ansias de modernización. La generación desideologizada, apática y apolítica. La época de la pasividad y el alpinchismo. La camada que heredó el horizonte no-future y que encontró en la frivolidad el mejor escapismo. Bayly tuvo sus mejores adeptos entre la juventud urbana que vio al país colapsar a finales de los ochenta, que creció entre apagones y escuchó las bombas. Que supo de Sendero porque existió Tarata. Que encontró distensión en las drogas y la pendejada inocua. Porque era muy duro ser clase media y hubiera sido mejor que Lima sea más como Miami. Porque en esta ciudad “no es amor/ son sólo manchas en el pantalón”. Una juventud retratada también por el escritor Óscar Malca en su novela “Al final de la calle” o por el sociólogo Sandro Venturo en su libro “Contrajuventud”. Una generación que en el fondo era (es) bastante conservadora. Que no cree en el cambio, pero le gusta la chacota. Y las ideas anárquicas le parecen divertidas, mientras no sean radicales. Esta generación, mi generación, sabe que hay algo encantadoramente perturbador en la idea de una posible candidatura de Bayly, algo que refleja lo mejor y lo peor de una época.
DIEZ.
Bayly es posmoderno. Por eso, el interés que ha generado su posible candidatura no sólo refleja el vacío ideológico, la desintegración del discurso de la izquierda y de la derecha (y ninguno que lo reemplace), el descrédito de la clase política tradicional o cómo la noción de “electorado” se ha convertido en la de “público” o “audiencia”. No sólo denota la chatura de alternativas en el espectro de personajes políticos (Keiko, Humala y Castañeda) y la devoción por el entretenimiento y el reinado del espectáculo y la imagen. También nos habla de profundas tensiones sociales y culturales del Perú. Así que las preguntas sobre si Bayly será realmente candidato, si tendría posibilidades de ganar o cuán viables son sus propuestas, pierden de vista quizá lo más representativo de este suceso. Porque lo que se configura como una campaña presidencial “atípica” es, obviamente, una representación. ¿Deberíamos no tomarla en serio entonces? Claro que no. Al contrario, deberíamos tomarla muy en serio. Porque el teatro y sus representaciones a menudo nos dicen más acerca de nuestra sociedad que aquello que se presenta superficialmente como la realidad. Porque en los símbolos y la farsa encontramos nuestro mejor espejo. Y pienso en la anécdota de Orson Wells, cuando en 1939 montó una ficción radial en la cual narraba cómo la tierra era invadida por extraterrestres. La audiencia que sintonizaba el programa entró en histeria colectiva. Los periódicos reportaron escenas de pánico; algunos trataban de salir de la ciudad; se protegían de posibles gases envenenados o temían luces cegadoras. Nunca estuvimos tan cerca de Nueva York.//
El tema hit de la candidatura de Bayly (Video)
(Artículo/Portada de Paul Alonso publicado en la revista peruana Dedomedio, marzo 2010)
Paul Alonso, Lima, 1978. Periodista y escritor.
Proyecto Contextus
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