Salir de una, entrar en otra
Por: Yoani Sánchez
Este año, no hemos podido bañarnos todavía en el primer aguacero de mayo. En La Habana, la sequía nos ha quitado esa lluvia que la tradición popular relaciona con la buena suerte. Los mangos que cuelgan de las ramas parecen aguardar la llegada de un chaparrón y quedar listos así para nuestras bocas. Estrías sobre la tierra, flamboyanes que apenas tienen flores y ese polvo pegajoso en el aire que sólo se irá cuando comience a diluviar. ¡Cómo extraño el chin-chin en la ventana, el olor a humedad, las gotas que quedan en las hojas de los árboles después de un temporal!
Aunque lo peor es la soledad de las tuberías, el hilillo entrecortado que sale de los grifos, los vecinos de la zona cargando el agua a cubos porque el acueducto apenas si tiene reservas para bombear. Las caras llenas de sudor, las camisas con olores fuertes, las tendederas casi vacías porque el preciado líquido no alcanza. ¡No te demores en el baño! le grito a Reinaldo, para evitar que el tanque que tenemos en el balcón se vaya a quedar seco. Mientras, la cisterna del edificio se vuelve un charco triste, al que sólo las mangueras de las pipas logran hacer superar su límite mínimo.
Y encima de tanta sequedad, la convicción de que este año los resultados agrícolas pueden estar peor que el anterior, si no acaba de llover de una vez y por todas. Ya veremos los titulares en la prensa diciendo que la producción de plátanos decreció, que el arroz no ha resistido la aridez y que los frutales han sido los más afectados. Y esta sensación de que siempre hay algo para que el dichoso plato no se llene y los salarios no alcancen. Ya sea la mala gestión, la falta de estimulo material a los campesinos o la terca lluvia que hoy nos niega obstinadamente sus favores.
Foto: Orlando Luis Pardo Lazo
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