Por Paulo Coelho.
Guerreo de
Soy una persona que cree en el sistema judicial. A pesar de todos los inconvenientes, vemos –por ejemplo- a las Suprema Corte de los Estados Unidos condenando la tortura como técnica para interrogatorios, aunque el presidente del país, y su vice también, intentan justificarla mediante artimañas legales.
No obstante, esta creencia mía no la comparte mucha gente. Un amigo abogado me dijo que “el derecho no fue pensado para resolver problemas, sino para prolongarlos indefinidamente”. Apenas como ejercicio de imaginación, resolví aplicar su tesis para analizar el Génesis, el primer libro de
Si al inicio de los tiempos el derecho hubiera estado tan desarrollado como en nuestros días, todos nosotros aún nos encontraríamos en el Paraíso, mientras que Dios todavía estaría enfrentándose a recursos, apelaciones, cartas rogatorias, exhortos, medidas cautelares, etc., y seguiría explicando en inacabables audiencias su decisión de haber expulsado a Adán y a Eva del Paraíso apenas porque éstos transgredieron una ley arbitraria, sin ningún fundamento jurídico: no comer el fruto del Bien y del Mal.
Si Él no quería que eso sucediese, ¿por qué puso el famoso árbol en mitad del jardín, en lugar de fuera de los muros del Paraíso? Si se llamara para defender a la pareja a un abogado con experiencia, éste podría apoyar sus argumentaciones en la “omisión administrativa”: no bastándole con plantar el árbol en un lugar inapropiado, Dios no puso carteles de advertencia en las cercanías, ni lo rodeó con ninguna valla, no adoptando, por lo tanto, los requisitos mínimos de seguridad, e incluso exponiendo al peligro a todos los que pasaban.
Otro abogado lo acusaría de “inducción al crimen”: empezó mostrando claramente a Adán y a Eva dónde se encontraba el árbol. Si no hubiese dicho nada, generaciones y generaciones de seres humanos habrían pasado por esta Tierra sin que nadie llegase a interesarse por el fruto prohibido –ya que debía encontrarse en el medio de un bosque lleno de árboles similares y, por lo tanto, no destacaría en absoluto.
Pero lo que cuenta el Génesis sucedió antes de que hubiera sistema judicial y, de esta manera, Dios tuvo una completa libertad de acción. Escribió una única ley, y encontró la manera de convencer a alguien para que la transgrediera, sólo para poder inventar el Castigo. Sabía muy bien que Adán y Eva acabarían aburridos de tanta cosa perfecta y, más tarde o más temprano, pondrían a prueba Su paciencia. Se quedó allí esperando, porque también Él (Dios Todopoderoso) estaba aburrido con todo funcionando tan perfectamente: si Eva no hubiese probado la manzana, ¿qué habría ocurrido digno de interés durante los últimos cientos de miles de años?
Nada.
Cuando se violó la ley, Dios (Juez Todopoderoso) llegó incluso a simular una persecución, como si no conociese bien todos los escondrijos posibles. Con los ángeles viéndolo todo y pasándolo fenomenal con la bromita (la vida para ellos también debía ser muy aburrida, desde que Lucifer dejara el cielo) Él encuentra finalmente a Adán:
¿Dónde estás? – pregunta Dios, sabiendo perfectamente la respuesta, a pesar de lo cual no lo alerta de las posibles consecuencias de sus palabras. No dijo la famosa frase que tanto escuchamos en las películas: “Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra”.
-Escuché tus pasos en el jardín, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo – respondió Adán, sin tener conciencia de que, desde el momento en que hizo esta afirmación, pasó a ser reo confeso de un crimen.
Listo. Mediante un truco bien sencillo, en el que aparenta no saber dónde se encontraba Adán después de su fuga, Dios consiguió lo que se proponía. Expulsó a la pareja, sus hijos acabaron pagando también por el crimen (como sucede hasta hoy con los hijos de los delincuentes) y el sistema judicial acabó siendo inventado: leyes, transgresión de las leyes, juicios y penas.
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