en Generación Y / 09.04.09
La visita de siete congresistas norteamericanos a nuestro país ha avivado las expectativas en torno a una avalancha de turistas estadounidenses. Los dueños de habitaciones de alquiler calculan las posibles ganancias y los taxistas sueñan con esos masticadores de chicle que dejan generosas propinas. A la terminal dos del Aeropuerto José Martí ya han arribado algunos, confiados en la pronta flexibilización de las restricciones para viajar a Cuba. La gente ha apodado a estos visitantes iniciales como “los valientes”, no sé si por el riesgo que asumen ante la legalidad de su país o por la osadía de llegar a una isla donde –según la versión oficial- son “el enemigo”.
La esperada “normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba” debe ocurrir, fundamentalmente, entre ambas administraciones. A nivel de los pueblos hace rato nos estamos poniendo de acuerdo, sólo que nuestros respectivos gobernantes no acaban de percatarse. Nuestra Nación es biterritorial, si tenemos en cuenta la amplia cantidad de compatriotas que viven en Norteamérica. De ahí que sería la parte cubana la más interesada en que las relaciones fluyeran a ambos lados del estrecho de La Florida. Sin embargo, el primer paso parece que lo dará Obama, no Raúl.
Tengo dificultades para recordar un solo día de estos cincuenta años sin la advertencia de que el poderoso vecino pensaba invadirnos. Qué pasará con las consignas de “Cuba sí, Yanquis no”, con el importado grito de “Gringos” cuando aquí todos les decimos –cordialmente- los “yumas”. La mayor parte de los discursos políticos de estas cinco décadas se volvería anacrónica y no habría un “coco” con el que asustar a los niños en las escuelas. Qué pensarían los militantes del partido si se les exigiera aceptar a esos que –hasta hace poco- debían odiar. Cómo podrá David quedar bien en las fotos si en lugar de la piedra y la honda, se sienta con Goliat a dialogar.
Curiosamente no veo a nadie en las calles angustiado ante esos posibles cambios. El nerviosismo sólo lo tienen quienes han usado la confrontación para mantenerse en el poder. Más bien noto alegría, esperanza, la leve impresión de que entre Miami y La Habana la distancia podría hacerse más pequeña, más familiar.
La esperada “normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba” debe ocurrir, fundamentalmente, entre ambas administraciones. A nivel de los pueblos hace rato nos estamos poniendo de acuerdo, sólo que nuestros respectivos gobernantes no acaban de percatarse. Nuestra Nación es biterritorial, si tenemos en cuenta la amplia cantidad de compatriotas que viven en Norteamérica. De ahí que sería la parte cubana la más interesada en que las relaciones fluyeran a ambos lados del estrecho de La Florida. Sin embargo, el primer paso parece que lo dará Obama, no Raúl.
Tengo dificultades para recordar un solo día de estos cincuenta años sin la advertencia de que el poderoso vecino pensaba invadirnos. Qué pasará con las consignas de “Cuba sí, Yanquis no”, con el importado grito de “Gringos” cuando aquí todos les decimos –cordialmente- los “yumas”. La mayor parte de los discursos políticos de estas cinco décadas se volvería anacrónica y no habría un “coco” con el que asustar a los niños en las escuelas. Qué pensarían los militantes del partido si se les exigiera aceptar a esos que –hasta hace poco- debían odiar. Cómo podrá David quedar bien en las fotos si en lugar de la piedra y la honda, se sienta con Goliat a dialogar.
Curiosamente no veo a nadie en las calles angustiado ante esos posibles cambios. El nerviosismo sólo lo tienen quienes han usado la confrontación para mantenerse en el poder. Más bien noto alegría, esperanza, la leve impresión de que entre Miami y La Habana la distancia podría hacerse más pequeña, más familiar.
Fotografía: El País / España.
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