Mangos de cada verano
Por: Yoani Sánchez
Los gajos se doblan bajo el peso y los niños tratan de tumbar los frutos a golpe de pedradas o se suben en las ramas para sacudirlas. Es la temporada del mango. Como en un ciclo de vida que trasciende las crisis, las estrecheces, los planes agrícolas incumplidos, llegan otra vez las mangas, los filipinos y los bizcochuelos. Estamos justo en el momento en que el patio más humilde de un pueblito perdido puede equipararse en valor con el jardín mejor atendido de Miramar. Basta que la vieja mata de mangos que sembraron los abuelos esté parida y entonces toda la familia empieza a girar en torno a ella.
Ahora mismo, mientras corto unos mangos que nos regaló Agustín, pienso en cómo mi vida está marcada por los recuerdos asociados a este olor y a esta textura. Aquellos pequeños y almibarados que comía durante mis vacaciones en el pueblito de Rodas, los verdes y ácidos a los que echábamos sal en las escuelas al campo y esos otros que robábamos –pinchados por el hambre– de la finca la Experimental en el municipio Güira, durante los años oscuros del Período Especial. Y después de una mordida, los hilillos que se me quedaban entre los dientes, la gota de zumo corriendo por el mentón y embarrándome la ropa, la semilla chupada hasta quedar en su blancura y la cáscara que tirada sobre el piso era tan peligrosa como la del plátano.
Los mangos me evocan todos las etapas de mi existencia, cada uno de los períodos por los que últimamente ha atravesado esta Isla. Me recuerdan aquel mercado liberado conocido como Centro –en los años del subsidio soviético– donde probé por primera vez los jugos Taoro. Después vino el proceso de “rectificación de errores y tendencias negativas”, con él se barrieron los rezagos pequeñoburgueses y el Taoro demoró diez años en reaparecer, pero esta vez en moneda convertible.
Este fruto tiene el mérito de haber probado su increíble resistencia a las granjas estatales, a los desatinos que absorbieron miles de hectáreas de tierra como la Zafra de los 10 millones, el plan para cultivar plátanos microjet y hasta el indeseado avance del marabú. Y aquí sigue el empecinado mango, marcando nuestras vidas con su sabor, haciendo de cualquier patio pobre un reducto de prosperidad, al menos mientras dure el verano.
Fotografía: Generación Y
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