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©Pablo Felipe Pérez Goyry

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15 de julio de 2011

¡Es el trabajo asalariado, estúpido! - Por: Alberto Rabilotta

¡Es el trabajo asalariado, estúpido!

Por: Alberto Rabilotta(*)

Una recaída en la recesión económica está en marcha en el mundo industrializado. Los niveles reales de desempleo en Estados Unidos están por las nubes. No se trata ya de cesantía a corto o mediano plazo, sino del aumento de un desempleo crónico, que supera los dos años y alcanza hasta los cuatro años y que rememora los niveles de desempleo durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo 20, y quizás por eso la Oficina de Estadísticas Laborales de Washington ha decidido reincorporar en sus estadísticas a los cesantes que están más de dos años sin empleo (1). En junio pasado la tasa oficial de desempleo en Estados Unidos fue de 9.2 por ciento. La tasa ampliada, llamada U6, estaba por encima del 17 por ciento, y si se utiliza la antigua definición de desempleo del Departamento del Trabajo estadounidense (SGS-Alternate, abandonada en 1994 pero utilizada aún por economistas para calcular la cesantía a corto, mediano y largo plazo) es de 22.8 por ciento de la fuerza laboral del país (2). Y dejaremos de lado el subempleo o empleo a tiempo parcial, que afecta a una creciente proporción de trabajadores y en las estadísticas oficiales es considerado como “empleo” a tiempo completo.
La situación es similar en países europeos no afectados directamente por la “crisis de la deuda”, como Francia o Gran Bretaña, donde las estadísticas oficiales tampoco computan el desempleo a largo plazo, la exclusión definitiva del mercado laboral y el subempleo. Pero la situación laboral es y será mucho peor en los países afectados por la crisis de la deuda y que están siendo obligados a aplicar severos programas de austeridad, como Grecia (16 por ciento de cesantía sin computar el desempleo a largo plazo y la imposibilidad para los jóvenes de incorporarse al mercado laboral) o España (21 por ciento de desempleo oficial), para citar dos casos.
Y el crecimiento anémico de la economía real apunta a que lejos de disminuir la cesantía aumentará en los meses venideros.

Más desempleo, mayores ganancias

El 5 de julio pasado el diario The Wall Street afirmaba que mientras la economía estadounidense está pasando por una de “sus más lentas recuperaciones desde la Gran Recesión”, las grandes empresas están listas para reportar “sólidos ingresos para el segundo trimestre, exponiendo una dicotomía entre el comportamiento de las corporaciones y la salud general de la economía”.
Dicho de otra manera, mientras que los salarios y beneficios laborales constituyen actualmente el 57.5 por ciento de la economía –en baja respecto al 64 por ciento que esta parte representaba hasta mediados de la década pasada, según la agencia AP-, y el desempleo se mantiene o es superior a los niveles de la Gran Recesión del 2008-2009, las grandes empresas están ya en la fase de auge que en la salida de recesiones anteriores manifestaban una fuerte recuperación económica.
A esta presentación de aumentos en las ganancias trimestrales se añade el hecho de que en Estados Unidos las empresas están ‘sentadas” en más de un billón y medio (1 500 000 000 000) de dólares porque –según el economista y Nóbel Paul Krugman (3)- no “ven” una demanda de parte de los consumidores. Mientras tanto los bancos disponen de reservas excedentes por otro 1.5 billón que no están prestando.
El analista Stephen King escribe en The Independent (4) sobre la falta de creación de empleos y el anémico crecimiento (2.0 por ciento) de la economía estadounidense que persiste desde la presidencia de George W. Bush en Estados Unidos, y señala que las empresas que están “sentadas” en ese billón y medio de dólares prefieren ahorrar ese capital en lugar de invertirlo, destacando que cuando deciden invertir prefieren hacerlo en China y Brasil en lugar de su propio país.
En el caso de las “economías avanzadas”, exceptuando el especifico caso alemán, no se trata de una “recuperación económica sin creación de empleos”, como avizoraban algunos economistas para la “salida” de la Gran Recesión del 2008 y 2009, sino de una vigorosa “recuperación de beneficios” de la clase capitalista en medio de un evidente estancamiento económico que amenaza convertirse en una nueva recesión global por la aplicación generalizada de políticas fiscales de austeridad, por el creciente desempleo y subempleo, y la consiguiente baja del consumo.

¿Por qué las economías capitalistas no crean empleos?

Ya no se puede dudar de los efectos que sobre el empleo produjo la revolución informática y la automatización de la producción, que en las últimas cuatro o cinco décadas permitieron aumentos inimaginables en la “productividad” –la producción de bienes o servicios respecto a la cantidad de mano de obra empleada en ella- y aseguraron la rentabilidad de las empresas transnacionalizadas en sectores cada vez más concentrados y sometidos a una competencia extrema.
La contraparte de esta revolución en el modo de producir fueron los despidos masivos en los centros industriales del capitalismo y, con la liberalización del comercio y las inversiones desde hace poco más de una década, la mudanza también masiva de la producción industrial de artículos de consumo hacia países de Asia, en particular China.
Este proceso para reducir los costos de mano de obra, que al comienzo afectó a la producción industrial de bienes de consumo directo, se ha ido propagando a ramas de la producción de bienes de capital, como las maquinarias y componentes de los mecanismos destinados a la producción.
En los países avanzados, como puede observarse desde hace más de tres décadas en Japón, Alemania, Estados Unidos, Canadá y Francia, entre otros más, la carrera de las empresas por reducir costos laborales para obtener la máxima rentabilidad posible llevó inexorablemente a reemplazar donde fuera posible los trabajadores y los empleados de servicios por la maquinaria e informática de todo tipo imaginable: las sofisticadas excavadoras, grúas, topadoras, los camiones gigantes y demás maquinarias sustituyeron a millones de trabajadores de la construcción, la minería y la explotación forestal, para citar tres casos.
Esto podría extenderse a prácticamente todas las ramas del sector primario, de la minería a la pesca y la agricultura, que tuvieron que adaptarse a la aplicación de métodos industriales generados por esta revolución científico-técnica, lo que explica que para crear un empleo real en esas ramas se requiere de una millonaria inversión en maquinaria y equipos. Y lo mismo sucedió con el sector secundario, las industrias productoras de bienes.
El sector terciario, los servicios, se suponía iba a ser la panacea del empleo que reemplazaría con salarios decentes y empleos estables a los desaparecidos empleos industriales. En efecto, durante las últimas décadas el crecimiento de ese sector fue reemplazando en términos de creación de empleos a los declinantes sectores, como la agricultura, minería y la industria.
Pero en realidad la informática se infiltró en todas las esferas de los servicios -con las computadoras, impresoras, copiadoras y sofisticados sistemas de telecomunicación que multiplicaron la capacidad de trabajo en las oficinas de todo tipo; en los bancos con la recepción y el retiro de dinero a través de “cajeros automáticos” y no de las cajeras o cajeros de carne y hueso; lectura óptica de precios que redujo el número de cajeras en los centros de comercio, por ejemplo- con el consiguiente efecto de reducir el número de puestos y el nivel de los salarios. Y el alto desempleo unido al empobrecimiento de la clase trabajadora hizo que se multiplicaran en la última década los empleos muy mal pagados en los McDonald y Wal-Mart de este mundo.

La retroalimentación de los efectos coyunturales y estructurales

En suma, en los países capitalistas avanzados donde las grandes empresas privadas están “sentadas” en billones de dólares no hay demanda de los consumidores que permita la reactivación de la economía real porque no es posible ni rentable, en términos capitalistas, generar una masa crítica de nuevos empleos con salarios decentes, o aumentar los salarios en términos generales, para elevar el consumo de bienes.
Y como no hay falta de capitales para inversiones en el sector privado se puede dudar de la coherencia de querer aplicar, como proponen muchos respetados economistas, las recetas keynesianas, de que las inversiones públicas sustituyan la ausencia de inversiones de capital del sector privado.
Más aun, las inversiones públicas para la construcción y reparación de las infraestructuras no tienen efecto multiplicador en materia de empleos porque esa rama de la construcción, que hace tiempo ha pasado a manos del sector privado en todo el mundo capitalista, ha hecho todo lo posible para aumentar al máximo el empleo de maquinaria y reducir al mínimo el número de trabajadores empleados. Y a menos que el sector público se involucre en le reactivación de otras ramas y sectores dominados por la inversión privada, asumiendo un papel gestor de la economía como se está viendo el países de Sudamérica, la creación de empleos seguirá siendo un objetivo ilusorio.
A los problemas estructurales del capitalismo avanzado se unen los problemas coyunturales, la deuda pública producto de la socialización de las pérdidas del sector financiero y de los planes de reactivación de la economía durante la pasada Gran Recesión, y el papel dominante que está jugando el capital financiero para apropiarse de una renta en todas las situaciones posibles.
En suma, el capitalismo y el trabajo asalariado son inseparables. El trabajo asalariado permite al capitalista crear la plusvalía y los salarios constituyen el único medio por el cual, a través del consumo, los capitalistas pueden realizar esa plusvalía. No hay capitalismo sin trabajo asalariado, y menos aun puede pensarse en un capitalismo pujante con tasas de desempleo crónico, con un empobrecimiento creciente de todas las clases trabajadoras y los jubilados, y perspectivas nulas de trabajo para los jóvenes como las actuales.
Si los partidos políticos tradicionales “no quieren ver” esta situación, porque están aliados con la oligarquía financiera y los monopolios de los grandes medios de comunicación, como dice el analista Max Keiser (5), los jóvenes y menos jóvenes indignados y por indignarse están empezando a verla muy claramente, como lo expresan sus frases en las recientes manifestaciones en España: "Tu 'Botín', mi crisis"; "Democracia ¿dónde estás?"; "Esta crisis no la pagamos"; "Zapatero, lacayo de los banqueros";"Contra la privatización de los servicios públicos"; "Tejiendo barrios, cambiando el presente"; "Manos arriba esto es un contrato"; "La patronal nos quiere esclavizar"; "¿Izquierda o derecha? Este país está envejecido. Busquemos una alternativa"; "Un banquero se balanceaba sobre la burbuja inmobiliaria..."; "Se vende: Estado del Bienestar": "Pienso, luego me indigno"; "Me gustas cuando votas, porque estás como ausente", "Sin vivienda no hay viviendo", "Se alquila esclavo económico", "Rebeldes sin casa", "Sin miedo habrá futuro", "Más educación, menos corrupción". [La Vèrdiere, Francia] (*) Alberto Rabilotta es periodista argentino.

Notas:
Foto: Internet

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Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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