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Autor: PABLO FELIPE PÉREZ GOYRY   


©Pablo Felipe Pérez Goyry

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14 de julio de 2011

¿Cuántos pobres se necesitan para fabricar un rico? - Por: Alberto Rabilotta

¿Cuántos pobres se necesitan para fabricar un rico?

Por: Alberto Rabilotta

Creo que la pregunta que es el título de esta nota viene de una reflexión que atribuyo, quizás erróneamente, al economista francés Maurice Allais (1), pero que resume bien la razón de ser de todos los sistemas económicos basados en la explotación del trabajo humano y de la guerra de clases que la oligarquía estadounidense está llevando a cabo desde la era de Ronald Reagan para empobrecer masivamente a la mayoría de pueblos del planeta y fabricar esos súper-ricos citados por Forbes (2), y los súper-ricos que no están incluidos en esa lista pero que forman parte de la cúspide de la pirámide social, ese 0,1 por ciento que se apropia de la mayor parte de la riqueza del mundo.

Pauperización global a “pleno vapor”

Y si nos referimos a Allais es porque definió los “intereses que desean que el orden económico actual, cuyo funcionamiento les proporciona ventajas, perdure tal como es. Entre (esos intereses) se encuentran en particular las multinacionales que son las principales beneficiarias, con los medios bursátiles y bancarios, de un mecanismo económico que les enriquece, mientras que empobrece a la mayoría de la población francesa pero también mundial”.

Maurice Allais sitúa el comienzo de este proceso de pauperización, en el caso francés, en lo que denomina como “la ruptura de 1974, y escribe que en el período 1974-1979 la tasa de desempleo, como la define la Oficina Internacional del Trabajo, pasó de 2.84% a 12.45%, o sea un crecimiento de 1 a 4.4, y que al mismo tiempo la tasa de subempleo pasó de 3.39% a 23.6%, o sea un crecimiento de 1 a 7, lo que permite ver que “esta crisis del empleo se produjo por un cambio brutal que intervino en 1974”, cuando la Organización de Bruselas, antecesor de la Unión Europea, procedió a la liberalización de los intercambios comerciales con el exterior.

Para este Nóbel de la economía, que en un principio fue favorable e incluso formuló hipótesis que sirvieron a economistas como Paúl Samuelson para propugnar por la liberalización comercial, “la ideología de lo que llamo ‘el libre comercio mundialista’ produjo ya innumerables víctimas en todo el mundo. Por una razón simple, empíricamente verificada: la mundialización generalizada de los intercambios entre países caracterizados por niveles de salarios muy diferentes, provoca finalmente por todos lados, en países desarrollados como en los subdesarrollados, desempleo, reducción del crecimiento, desigualdades, miserias de todo tipo. Empero, esta mundialización no es inevitable, ni necesaria, ni deseable”.

Lo que en los últimos 15 años escribía Allais, devenido critico de la mundialización o globalización, coincide en el fondo con lo que Karl Marx definía en sus Elementos fundamentales para la critica de la economía política (borrador) de 1857-1858, como las tendencias principales de un capitalismo muy desarrollado que “más bien tiene que empobrecer( al trabajador), ya que la fuerza creadora de su trabajo en cuanto fuerza del capital, se establece frente a él como poder ajeno” porque –continúa más adelante- “todos los adelantos de la civilización, por consiguiente, o en otras palabras todo aumento de las fuerzas productivas sociales, si se quiere de las fuerzas productivas del trabajo mismo - tal como se derivan de la ciencia, los inventos, la división y combinación del trabajo, los medios de comunicación mejorados, creación del mercado mundial, maquinaria, etc. – no enriquecen al obrero sino al capital; una vez más, sólo acrecientan el poder que domina el trabajo; aumentan sólo la fuerza productiva del capital. Como el capital es la antitesis del obrero, aumentan únicamente el poder objetivo sobre el trabajo” (Paginas 248 y 249 del primer tomo de la obra citada, editada por Siglo XXI Editores, 1971).

De la lucha de clases a la guerra de clases

Ahora mismo, a la hora de escribir esta nota, el diario francés Le Figaro se hace eco de la lista de ricos de la revista Challenges (3) y de los más ricos en Francia. La parte interesante es cuando señala que “la fortuna total de los 500 más grandes patrimonios profesionales franceses han aumentado 25 por ciento en un año, pasando de 194 a 241 mil millones de euros”. Un aumento de 47 mil millones de euros en un solo año y con la economía francesa sufriendo por el débil crecimiento, el alto desempleo y una deuda pública que se agranda por las ventajas fiscales otorgadas a los ricos y al sistema financiero en general.

David Cay Johnston, ex reportero de asuntos fiscales en el New York Times, escribe en su portal Internet (4) sobre las estadísticas que muestran esta acumulación de la riqueza en el tope de la pirámide en Estados Unidos, y apunta que no siempre ha sido así, pero que ahora la riqueza está siendo apilada en el tope mientras se escabulle lo poco que quedaba en la base. Añade que durante las décadas de 1950 y 1960 el ingreso del 90 por ciento de la base de la pirámide tenía una tasa de crecimiento que era el doble de la tasa de quienes estaban en el tope. Pero en los últimos 30 años todo el crecimiento del ingreso (98 por ciento para ser precisos) se fue al 10 por ciento del tope, y en particular al 0,1 por ciento.

Los altos ingresos y los bajos impuestos ayudaron a apilar la riqueza en el tope, mientras la base de la pirámide, el 40 por ciento compuesto por 120 millones de estadounidenses, fue empujada hacia abajo en la distribución de la riqueza por el estancamiento o la baja de los salarios. Esos 120 millones de estadounidenses, resalta Johnston, solo poseen una pequeñísima fracción, el 0,3 por ciento, de la riqueza total.

Un sondeo de Norton y Ariely (http://bit.ly//d2WSRg) sobre impuestos y riqueza en Estados Unidos –efectuado a partir de un muestreo de cinco mil 522 personas- muestra una real “desconexión” entre lo que el pueblo estadounidense cree y la realidad. Al ser interrogados sobre la “distribución ideal de la riqueza” una aplastante mayoría de encuestados opino que el 20 por ciento del tope de la pirámide posee entre el 30 y 40 por ciento de la riqueza, o sea como en Suecia, cuando en realidad posee más del 85 por ciento del total. En Estados Unidos el 15 por ciento de la riqueza es compartida por el 80 por ciento restante de la población.

Johnston se pregunta por qué tantos estadounidenses siguen siendo pasivos después de tantos años de estancamiento o bajas de salarios, de beneficios reducidos y de creciente ansiedad sobre si se quedarán sin empleo antes de que puedan retirarse y recibir alguna jubilación. Más aun, se pregunta por qué los que están protestando son los adherentes del Tea Party, personas con ingresos superiores al promedio general, y no los 120 millones de empobrecidos estadounidenses, y cita al profesor Daniel Ariely de Duke University, quien opina que esta pasividad es en realidad el resultado de un “entrenamiento a la impotencia”, un entrenamiento como el que se efectúa con los perros para que sean obedientes, pasivos y repriman su natural agresividad. Una impotencia introducida de manera externa para que uno no pueda relacionar la causa y el efecto, devenga depresivo y acepte la situación.

Impotencia, humillación y temor son términos que un creciente número de observadores sociales utilizan para definir esa apatía y el desencanto político y social que afecta a las masas en muchos países. Pero esto no es producto de una “generación espontánea” sino el resultado de una guerra de clases para controlar a ese 80 por ciento de la población que está siendo sometida a un rápido empobrecimiento para mantener, como se vio en Francia, un sistema que permite a los más ricos multiplicar su riqueza anualmente.

En ese sentido se ha superado la concepción tradicional de “lucha de clases”, que implicaba que los trabajadores tenían las fuerzas, la capacidad y organización para ser parte beligerante en esa lucha por una más igualitaria repartición de la riqueza. En la actual correlación de fuerzas, como se ve a nivel sindical, político y social, las masas de trabajadores no pueden resistir a las políticas gubernamentales para rebajar salarios y jubilaciones en la mayoría de los países capitalistas avanzados, ni impedir que se apliquen los severos e injustificados planes de austeridad. La correlación de fuerzas, por el momento, es totalmente favorable al gran capital, que aprovechando la coyuntura se ha lanzado a una guerra total para someter la población trabajadora a un régimen de servidumbre.

Las armas y los medios de esta guerra

Una guerra de clases que comenzó hace más de tres décadas pero que se amplificó e intensificó desde la llegada de George W. Bush a la Casa Blanca, cuando –como escribe Franklin C. Spinney, ex analista militar del Pentágono- Estados Unidos fue sumido en “la guerra perpetua” y su sistema político quedó esclavo del “temor perpetuo”: “Si duda de esto piense solamente sobre la reciente expansión de los asaltos con ‘drones’ en Libia y Somalia, o en su próxima invasiva (y humillante) baja de pantalones en un aeropuerto, o en la continuación de la costosa Ley Patriot”, que instauró un invasivo sistema de control y vigilancia de la población (5). Y añade que además de los factores ligados al deseo de mantener el imperio, la guerra perpetua es básicamente el resultado de una mutación en la política interior estadounidense por el imperativo de seguir propulsando un esclerótico Complejo Militaro-Industrial-Congresista que es una facción económica y política que perdió su razón de ser cuando terminó la Guerra Fría, y ahora necesita la perpetuación de la amenaza de guerra para a través de ella succionar dineros, para sobrevivir y florecer en sus propios términos y a expensas de los demás.

Lo que sugiere Spinney es totalmente verificable y forma parte de la imposición de controles sociales cada vez más autoritarios y totalitarios, del “entrenamiento” –vía la influencia de los monopolizados medios de comunicación masiva y de la narrativa que vehiculan los think tanks financiados por el mundo empresarial- para que los ciudadanos se sientan impotentes y humillados frente a una situación que los intimida y ante la cual no tienen posibilidad de relacionar la “causa con el efecto”, como indica Ariely.

En una entrevista con el diario The New York Times en el 2006, refiriéndose a la tributación fiscal que favorece a los ricos en detrimento de los trabajadores, el inversionista multimillonario Warren Buffett dijo textualmente lo siguiente: Existe una guerra de clases, bien entendido, pero es mi clase, la clase de los ricos, que está librando esa guerra, y la estamos ganando. Y quienes dirigen esta guerra de clases tienen nuevas armas y muchos más medios a su disposición (6).

Como escribe la analista Linda McQuaig en el diario Toronto Star (4 de julio 2011), en el caso canadiense hay una revolución conservadora que ha obscurecido la guerra de clases que han estado librando silenciosamente, mientras nos mantienen distraídos con aventuras militares en el extranjero, atractivas visitas de personajes reales y de otras celebridades. Y mientras la guerra de clases ha sido llevada a cabo sin descanso, agrega, los ingresos del tope de la pirámide social siguen aumentando y los ingresos de los canadienses ordinarios son sistemáticamente erosionados: “El ingreso real promedio de una familia canadiense no ha aumentado desde finales de los años 70, aun cuando hoy día en una familia típica hay dos ingresos, comparado a un ingreso por familia hace tres décadas. En otras palabras las familias canadienses están trabajando el doble y duro para mantenerse donde estaban en la generación pasada”. Lo mismo puede decirse de Francia, España, Italia, Japón o cualquier otro país del “mundo industrializado”.

¿Cómo se está logrando esta pauperización? Combatiendo y destruyendo los sindicatos, amenazando a los trabajadores con despidos y obligándolos a aceptar salarios más bajos y menos beneficios marginales, y sentando las bases, como puntualiza McQuaig, para que los nuevos empleados que serán contratados reciban salarios más bajos y menores beneficios marginales. Y cita a David Doorey, profesor de relaciones laborales en la Universidad York de Toronto, quien revela que en los últimos 15 años los gobiernos provinciales canadienses han cambiado las legislaciones para dificultar la sindicalización de los trabajadores.

Ahora el gobierno federal conservador canadiense del primer ministro Stephen Harper está atacando el último bastión sindical, el sector público, que está sindicalizado en un 71 por ciento, comparado al 16 por ciento para el sector privado. Y McQuaig recuerda la importancia de las victorias sindicales en el sector público, notando que fue la huelga de 41 días en 1981 en el sector postal federal que permitió ganar la licencia pagada para la maternidad para todo el sector público, algo que fue incorporado en las leyes federales, provinciales y en los contratos colectivos firmados por los sindicatos con las empresas privadas.

Más armas en el arsenal del gran capital

La contrarrevolución que ha permitido al gran capital financiero estadounidense tomar el poder estatal e institucional del país en todo el sentido posible para luego expandir esta contrarrevolución al resto del mundo mediante las políticas neoliberales y los medios políticos y militares del imperio, tiene su origen en el “Powell Manifestó” de 1971, redactado por Lewis Powell y dirigido a la poderosa Cámara de Comercio de Estados Unidos (ver realdemocracy.org). Esta contrarrevolución tiene ya todos los medios institucionales a su disposición, en particular la Corte Suprema de Estados Unidos a la cual Lewis Powell fue nombrado poco después de escribir su “manifiesto”, y desde donde llevó a cabo su misión subversiva hasta 1987.

Y desde hace cuatro décadas, con algunos breves intervalos explicables por cambios en la correlación de fuerzas entre jueces “liberales” y “conservadores”, la Corte Suprema ha seguido con empeño el desmantelamiento de las legislaciones y regulaciones del “Estado benefactor” de la época del New Deal para darle al gran capital nuevas y más poderosas armas legales que le permitan destruir todas las conquistas laborales, sociales y económicas ganadas por los trabajadores, consumidores y el conjunto de los ciudadanos estadounidenses.

Y es bien conocido que por las “exigencias” de mantener idénticos niveles “competitivos” en un “mundo globalizado” –la no aceptación de las asimetrías entre las economías que denuncia Allais-, cada medida que aplasta los intereses de los trabajadores y consumidores en Estados Unidos deviene inmediatamente el rasero que debe ser adoptado por el resto del mundo capitalista. Y la Corte Suprema estadounidense está ahora, bajo la presidencia de Barack Obama, en una fase muy prolífica porque la mayoría de jueces –cinco de nueve- están totalmente del lado del gran capital, lo que explica que en las últimas semanas esta máxima instancia judicial haya dado nuevas y más poderosas armas al gran capital, como explica Dahlia Lithwick en su artículo titulado “Operating Instructions” (7).

Una reciente decisión la Corte Suprema rechazó la demanda colectiva de un millón y medio de mujeres empleadas y discriminadas en términos salariales y de promoción laboral por la cadena comercial Wal-Mart (principal empleador en Estados Unidos), y de paso puso severas limitaciones a cualquier tipo de demanda colectiva (class-action) que será presentada en el futuro contra cualquier empresa. Lithwick resalta que la decisión adoptada por la mayoría conservadora -los cinco jueces- y redactada por el conocido juez conservador Antonin Scalia, expresa que Wal-Mart “no puede ser imputable por discriminaciones salariales y promociones” laborales debido a la falta de “pruebas convincentes de una política de discriminación salarial y de promociones por parte de toda la compañía”, y luego Scalia proporcionó a Wal-Mart y a todas las grandes empresas estadounidenses, según el análisis de Lithwick, una guía virtual de cómo mejor discriminar: Háganlo masivamente y en toda la cadena de comando, desde arriba y hasta abajo, y asegúrense de que lo hacen en todos los niveles posibles.

Mas aun, esta decisión no solo provee a los empleadores con esa “guía virtual” sino que les permite en el futuro inmunizarse de cualquier reclamo legal por discriminación de genero mediante una política empresarial escrita que deje en claro que ‘nosotros no discriminamos’, y un sistema de toma de decisiones que sea descentralizado.

Las decisiones de la Corte Suprema, en Estados Unidos y cualquier otro país, no solo tienen valor legal en los casos específicos sino que constituyen el marco legal en el cual el resto de las empresas deben operar. El propósito de las demandas civiles no es solo reparar las pasadas injusticias sino promover un mejor comportamiento en el futuro, en particular en situaciones en las cuales las partes tienen poderes muy desiguales. Y Lithwick resalta que cuando se eliminan las posibilidades de base de las demandas civiles, por definición se está ayudando a que las grandes empresas aprieten las tuercas sobre los pobres.

En este y otros casos citados por Lithwick –como los rechazos de la Corte Suprema a la demanda colectiva de consumidores contra la empresa telefónica AT&T, y de la demanda por fraude de First Derivative Traders contra la financiera Janus Capital Group- la más alta instancia estadounidense sentó las bases para impedir que los consumidores se defiendan colectivamente: Las grandes empresas están (ahora) en capacidad de decidir por su propia voluntad cuales de los derechos civiles y protecciones a los consumidores quieren respetar, sabiendo de antemano que sus víctimas no tendrán medios efectivos para exigir reparaciones. Peor aun, no solo la mayoría conservadora radical de la Corte Suprema dañó la capacidad de los consumidores o empleados de buscar justicia, sino que efectivamente removió cualquier incentivo para que las grandes empresas se comporten respetando los límites legales. ¿Por qué actuar legalmente si sus victimas carecen de recursos legales?

Dicho en otras palabras, ya están sentadas las bases para que se proclame e imponga un “régimen absolutista del gran capital”, y esta vez a nivel global. [La Vèrdiere, Francia.]

Notas:

1.- Maurice Allais, economista francés y premio Nóbel de Economía de 1988, quien murió en octubre del 2010. Para explorar sus críticas al sistema actual ver http://allais.maurice.free.fr/monde01.htm y http://www.marianne2.fr/Le-testament-de-Maurice-Allais_a198475.html

2.- El mínimo para figurar en la lista de Forbes es una fortuna personal de mil millones de dólares: http://www.forbes.com/lists/2010/10/billionaires-2010_The-Worlds-Billionaires_Rank.html


4.- Ver United in Our Delusion en Johnston’s Take Tax Notes y los reveladores sondeos de Norton and Ariely Survey sobre la desigualdad de los ingresos y la (falsa) percepción que los estadounidenses tienen de la realidad: http://taxprof.typepad.com/files/129tn0251.pdf ; Sobre las estadísticas de ingresos ver los análisis del profesor de historia Steve Hochstadt en: http://www.myjournalcourier.com/news/rich-33934-richer-relation.html

5.- Franklin C. Spinney es un antiguo analista militar del Pentágono. Ver http://www.counterpunch.org/spinney07052011.html

6.- Warren Buffet dijo lo siguiente: There’s class warfare, all right, but it’s my class, the rich class, that’s making war, and we’re winning. http://www.nytimes.com/2006/11/26/business/yourmoney/26every.html

7.- Dahlia Lithwick, Operating Instructions, Slate, julio 1, 2011 http://www.slate.com/id/2298330/

Imagen: Internet

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Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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