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©Pablo Felipe Pérez Goyry

7 de mayo de 2009

Lección china puede abrir puertas de Cuba


Por Ramón Colas.
Especial para El Nuevo Herald.

Cuando Henry Kissinger, el entonces asesor de Seguridad Nacional de la administración del presidente Richard Nixon, pisó suelo chino por primera vez el 9 de junio de 1971,la Revolución Cultural había concluido hacía dos años.
Mao Zedong, vivito y coleando, cargaba sobre su espalda la responsabilidad por la muerte de millones de personas. A pesar de eso, Nixon asumió el desafío del momento y envió al más audaz de sus colaboradores a Beijing.
Desde entonces China es un destino atractivo para la inversión extranjera y el comercio, el turismo y la colaboración internacional en materia de seguridad, lucha contra el terrorismo y tecnología de punta.
Nixon no pudo entonces, tampoco Kissinger, evitar que en los años posteriores las ejecuciones masivas en China se llevaran a cabo con total impunidad. Más de 70 delitos acogen la pena máxima en una nación favorecida comercialmente por Estados Unidos y todas las naciones occidentales.
Los datos son espeluznantes: en el 2003, 3,400 chinos, incluyendo mujeres, murieron por el efecto de un disparo a la cabeza. Al siguiente año, la cifra disminuyó porque mataron a 1,010 condenados. Amnistía Internacional divulga un reporte que asegura que 1,779 chinos recibieron la pena máxima en el 2005. Un año después, el 60 por ciento de las ejecuciones en el mundo se llevaron a cabo en China. Asociado a esto, existe un emergente mercado ilegal de órganos, conocido como ''turismo de trasplante'' que tiene como principales mercados a ciudadanos de Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Gran Bretaña y Canadá dentro de otros países democráticos.
A pesar de estos actos criminales y de la violación constante a los derechos humanos, los gobiernos del mundo mantienen abiertas las puertas al contacto con el gigante oriental. La razón es clara, la influencia de los gobiernos democráticos y del turismo hacia ese país ejerce un efecto positivo contra las medidas represivas de Beijing. Más de una vez el gobierno chino se ha visto en la obligación de dar marcha atrás a algunos castigos por la presión que sus socios comerciales le han exigido y en el 2006 prohibieron el mercado de órganos.
Lógicamente, Nixon y Kissinger, que luego serviría como secretario del Departamento de Estado, deseaban una relación sostenible en el orden estratégico que implicaba cambio en las actitudes de ambas partes. Los norteamericanos tenían conciencia de las graves violaciones a los derechos humanos en China, pero decidieron andar por ese atajo para ensanchar las porosidades de aquella sociedad total, porque al final los líderes chinos, como se ha demostrado hoy, no se resistirían al atractivo contagio de Occidente.
Nixon y Mao ya no existen. Sin embargo, Kissinger, quien vive con una lucidez extraordinaria con más de 80 años, se pasea como un héroe por China, donde es muy popular. Ha realizado 37 visitas que le han creado una sostenible relación con las autoridades comunistas y un número importante de amigos chinos, con los cuales gusta jugar al ping pong.
''Las relaciones de China y Estados Unidos tienen ahora, como lo tuvo en la década del 70, un contenido esencialmente estratégico, de largo plazo, de carácter geopolítico'', ha dicho.
Sin ánimo de hacer un paralelismo entre Kissinger y Obama, no hay dudas de que la intención de acercamiento a La Habana por el actual presidente recuerda los mismos argumentos de la era de Nixon en relación con China. Obviamente, tomando en cuenta las diferencias en el tiempo y las particularidades culturales, históricas y de sus pueblos entre la nación asiática y la caribeña.
Si el acercamiento a China pudo estar relacionado, entre otras cosas, por las preocupaciones comunes que estadounidenses y chinos tenían respecto a la desaparecida Unión Soviética, una relación pragmática de Washington con La Habana puede retraer el efecto de Hugo Chávez en América Latina y su quimera de socialismo del siglo XXI.
Chávez no tiene el poder de los soviéticos pero su escasez intelectual, el odio a Estados Unidos y la poca argumentación racional de sus ideas lo hacen extremadamente peligroso para la región. Incluso, para el gobernante Raúl Castro, quien sólo después de ocupar todos los poderes en la isla entra en relación con el líder venezolano. La cercanía de Chávez al gobierno iraní y a las más recalcitrantes ortodoxias fundamentalistas, no parece conectar con los ramos de olivo que Raúl envía a Washington.
Una aproximación a la isla ayuda a que Cuba deje de ser, como ya se comienza a percibir, el referente para los pueblos de América Latina que ignoran la realidad del único país comunista de Occidente. Al desaparecer la confrontación entre los dos países, que en el orden mediático catapulta la ideología castrista a la cima del delirio en la región, los niveles de tensión no sólo bajarán, sino que serían injustificables para la izquierda irracional del continente y los que se favorecerían no son, solamente, como algunos intentan demostrar, ambos gobiernos, sino sus pueblos, sobre todo el cubano.
¿Por qué? En el intercambio dentro de un mundo global, no sólo se borran las fronteras geográficas y tecnológicas, sino las barreras mentales que tabulan los regímenes totalitarios a sus ciudadanos, tal como hasta hoy hacen los gobernantes cubanos.
Obama encuentra un escenario en la isla muy diferente al de Kissinger en la China de 1971. Raúl ha declarado una moratoria en la aplicación de la pena de muerte para todos los delitos. Aunque condicionado, se muestra abierto al diálogo con Estados Unidos y a las tibias aperturas, que permiten el acceso de los nacionales a hoteles, uso de la telefonía celular, compra de computadoras, aparatos de DVD y otros equipos.
Son ventanas de oportunidades que Nixon no tenía en el momento de acercarse a China. El alto nivel de inconformidad que manifiestan los cubanos de a pie, los intelectuales y sectores diversos de la sociedad cubana, es incomparable, si tomamos en cuenta que el país asiático en los 70 era una cortina de hierro infranqueable que ocultaba los sentimientos de la sociedad.
Si es moral o no aproximarse a Cuba caben las discusiones y debemos aceptarlas por cuanto la democracia debe hacer valer el principio de la responsabilidad. Pero, ¿cómo medir el efecto de lo ineficaz, de aquello que opera, únicamente, como un argumento por parte de un grupo determinado de poder que, atascados en el quietismo, el tiempo y la conmoción del patriotismo, sesgan los caminos que nos unen a la isla?
De esto deriva, también, un razonamiento ético: si se acepta como derecho el respeto a los otros, aunque piensen y actúen diferente, es justo, entonces, poner en práctica ese principio en cada comportamiento político. Ensayar una nueva estrategia hacia la isla es un acto legítimo que merece ser respetado.
Se escuchan voces pesimistas que pretenden condenar a la sociedad cubana en la perpetuidad del inmovilismo si todas las restricciones se levantan a la isla. Algunas justificaciones, como yo también llegue a creer, son que el país está abierto al turista europeo proveniente de naciones democráticas y no pasa nada.
Sin embargo, el ciudadano norteamericano posee una cualidad intrínseca en su comportamiento que lo diferencia de los demás y es la propensión a preguntar todo en cada momento y lugar. ¿Lo dejarían de hacer en Cuba los viajeros estadounidenses? No, porque forma parte de su cultura andar sin sombras por todas partes e introducirse en cualquier sitio para juzgar casi todo. Hace prevalecer los valores tradicionales de su democracia, porque los ejercita siempre como un derecho cultivado en su conciencia y lo expresa en cualquier lugar donde se encuentre. Existe en su sicología una tendencia a sentirse protegido por su gobierno no importa el lugar de este mundo donde pueda estar. Otra razón es la simpatía, repito simpatía, que el pueblo cubano tiene por la mayoría de lo que proviene de Estados Unidos.
En política no existe una sola avenida para transitar la solución de las diferencias o conflictos y, en sus laboratorios, el análisis frío, calculado y sereno, tiende a imponerse a la disertación afectiva o pasional.
Los chinos hablaron con Kissinger sin que los disidentes tuvieran espacio en aquel histórico diálogo. Los cubanos debemos exigir estar allí y sentirnos estimulados por los vientos de cambios que soplan aquí. La exigencia indica actuar dentro de la racionalidad y lejos del apasionamiento estéril que nos ha conducido al error. Esa actitud implica hacer la diferencia al considerarnos parte esencial del problema.
Ahora, lo que debe entrar en juego es el pragmatismo político y la negociación responsable con ganancia para el pueblo. El ciudadano de la isla debe ser el centro del debate, con sus derechos fundamentales y el rol como agente de cambio. Todas las opciones políticas deben centrarse en la libertad de los presos políticos y la apertura democrática.
Nixon y Kissinger buscaron acercarse a China y lo lograron condicionados por la necesidad de Washington de asumir su papel como potencia en medio de la Guerra Fría, sin dar la espalda a los compromisos fundamentales, estratégicos y de seguridad del país.
Aquella vez el mundo inició un cambio. Hoy parece que Obama intenta restaurar un camino espinoso con Cuba. El desafío implica a muchos actores y ojalá todos tengan la misma voluntad de Kissinger y Den Xiaoping para hacer estable una convivencia entre dos naciones vecinas, cada vez más cercanas en sus afectos e historias.

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Pablo Felipe  Pérez Goyry

Freelance: Writer - Journalistic Analyst - Photographer Design Editor - CEO - Chemical Industrial & Analyst

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